Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

El claretiano Juan Sarmiento llegó a la fría Múrmansk y puso un anuncio

Empezaron 4 y hoy son 380: el calor de una nueva parroquia católica más allá del Círculo Polar ruso

El padre Juan Sarmiento, argentino, con su parroquia en la ciudad polar rusa de Múrmansk... a la izquierda, el icono del obispo catalán San Antonio María Claret
El padre Juan Sarmiento, argentino, con su parroquia en la ciudad polar rusa de Múrmansk... a la izquierda, el icono del obispo catalán San Antonio María Claret
El sacerdote Juan Sarmiento salió de Córdoba (Argentina) hace veinticinco años, para acabar sus estudios de Teología en España. Es entonces cuando su congregación, los Misioneros Claretianos (www.claretianos.es), siguiendo la petición del papa San Juan Pablo II, abren su misión en Rusia para atender a los católicos que habían sobrevivido al régimen comunista y se encontraban sin pastores.

“Había llegado una carta al obispado católico de Moscú desde la ciudad de Múrmansk, en la costa norte de Rusia, solicitando la presencia permanente de un sacerdote”, cuenta el padre Juan. Fue el pistoletazo de salida que le llevaría más allá del Círculo Polar Ártico.

Así fue como un misionero del fin del mundo -del país más al sur, Argentina-, llegó hasta el extremo norte del planeta.

Múrmansk, con unos 400.000 habitantes, es la ciudad de mayor tamaño de todas las que están en el Círculo Polar Ártico. Es una zona industrial y pesquera que se encuentra en la desembocadura del río Kola, un lugar estratégico debido a su riqueza mineral y porque sus aguas no se congelan en el invierno por las corrientes cálidas del Mar de Barents.

“Llegué a Rusia habiendo aprendido solo un mes de ruso en una academia. Pero el objetivo estaba claro, ir allí donde no había nadie, donde más hiciese falta”.

Las bábushkas, testigos de la fe
La principal misión de los claretianos de España en Rusia, así como otros misioneros que llegaron en los años noventa, ha sido ir al encuentro de los cristianos que habían vivido en las catacumbas durante más de 70 años de régimen comunista.

“No fuimos a inventar nada allí sino incorporarnos a una Iglesia que nunca dejó de trasmitir la fe”. Los principales testigos de esa fe en la persecución fueron las abuelas, las llamadas bábushkas, que eran las que enseñaban las oraciones en las familias y bautizaban a los niños.

“Yo he visto partidas de bautismo hechas por estas mujeres de su puño y letra, escritas en pobres papeles”, asegura impresionado Juan Sarmiento.


Juan Sarmiento, en la sede de Ayuda a la Iglesia
Necesitada en Madrid

La comunidad católica de Múrmansk, que tiene su origen en los deportados desde Alemania, Polonia o Bielorrusia, ha sobrevivido de la mano de estas mujeres valientes.

“Una abuela me decía: Padre, yo perdí mi trabajo en tiempo del comunismo porque fui a visitar al cementerio a mi esposo que había fallecido. Fui por la noche para evitar que me vieran, me arrodillé ante la tumba y me persigné. Pero alguien debió verme y me denunciaron diciendo que era una persona religiosa. No me metieron en la cárcel pero me echaron de mi trabajo”, cuenta el padre Sarmiento.

Otra de sus feligresas, de más de ochenta años, en su niñez fue enviada a Alemania por el ejército nazi y estuvo trabajando en el servicio de una casa hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Después regresó ella sola a Bielorrusia y cuando llegó allí, la encarcelaron acusada de colaboracionista con los alemanes.

“Ellos han mantenido la fe siendo verdaderos mártires vivos. Y no tienen rencor, es gente alegre.”

Un anuncio en el periódico
Cuando el sacerdote argentino por fin llegó a Múrmansk desde San Petersburgo, en el año 2000, no sabía por dónde empezar. En el año 1916 la Iglesia católica había solicitado construir una iglesia en la ciudad, pero solo un año después estalló la Revolución Rusa. Así que los católicos celebraban en las casas, no existía ningún templo. La parroquia de San Miguel Arcángel cubre un vasto territorio cinco veces más grande que Cataluña. Se calcula que viven allí apenas unos 3.000 católicos.

“Yo me acordé de un misionero español que cuando llegó a mi Córdoba natal, lo primero que hizo fue poner un anuncio en el diario. Yo hice lo mismo en un periódico local, convocando a los católicos a un encuentro en el hotel donde nos alojábamos los dos claretianos que llegamos en un principio”.

A ese primer encuentro acudieron sólo 4 personas.

Sin embargo, hoy, 16 años después, la parroquia está formada por unos 380 feligreses, con comunidades en varias localidades. 

A esto han ayudado también otros anuncios en la radio. Actualmente el padre Juan visita otras comunidades en pueblos distantes como Apatiti o Yonski. En esta última localidad, de unos 2.000 habitantes, el propio alcalde, que es católico -bautizado por su abuela-, ofreció su despacho para celebrar la misa.

La "parroquia" en un piso: los vecinos se quejaban
El siguiente paso para la misión fue encontrar un lugar donde poder celebrar la Eucaristía. Comenzaron utilizando la sala del hotel y más tarde se reunían en un colegio o en la biblioteca, hasta que las autoridades se lo prohibieron. Era entonces el momento de encontrar un sitio más estable.

El padre Juan pasó a vivir en un pequeño piso de la época comunista, de apenas cuarenta metros cuadrados, que trató de habilitarlo como capilla. Los trabajos de reforma y el primer vehículo para la misión fueron financiados por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (www.ain-es.org).

Pero de nuevo el piso no era lo más apropiado, los vecinos se habían quejado por los cantos de las celebraciones y las autoridades tampoco concebían que pudieran reunirse en una vivienda.

Tras muchas dificultades con la administración, al fin consiguieron un terreno y con la ayuda de la provincia claretiana pudieron construir la actual iglesia católica de Múrmansk.



El padre Juan vuelve pronto a la misión para “continuar con la vida de la comunidad, y prepararnos de cara a la Pascua. Seguimos orando a Dios para que envíe nuevos misioneros a la misión.”

Uno de los principales retos de la comunidad es el diálogo con las demás confesiones cristianas. “En nuestra parroquia tenemos una sala que usamos de comedor y actualmente la cedemos a los pentecostales. Esto ha propiciado que podamos dialogar y romper muros que son prejuicios”, comenta el misionero.

Otro desafío a nivel social es el acompañamiento de los ancianos, que están muy solos y necesitan apoyo para sus medicamentos, ya que las ayudas sociales no son suficientes.

El sacerdote reconoce que merece la pena su misión, a pesar de las distancias, el frío y vivir la noche polar –en los meses de invierno apenas sale el sol-.

“La misión me ayuda en mi fe. Me ha hecho experimentar cómo la Palabra de Dios se encarna de distintas maneras y cómo va creciendo en medio de las dificultades más grandes. Hay gente que llevaba 20 o 40 años sin celebrar el sacramento del Perdón y la Eucaristía. Se alegran enormemente por la posibilidad de volver a confesarse, de volver a comulgar.”

Acaba de hacer sus votos el segundo misionero claretiano natural de Rusia, el joven Dennis Malov. “Cuando inauguramos el nuevo templo en Múrmansk quiso conocer quiénes éramos”, cuenta como ejemplo Juan Sarmiento, que no ha dudado en seguir las palabras de Jesús: “Id al mundo entero”. (Mc 16,15)

Ayuda a la Iglesia Necesitada sostiene la labor pastoral de la Iglesia Católica y también de comunidades ortodoxas en Rusia desde el fin del régimen comunista. En el año 2014 donó un total de 1,8 millones de euros a distintos proyectos en el país para sostenimiento de sacerdotes, construcción de templos, vehículos de locomoción, medios de comunicación y material catequético.

(Lea más historias de fe pese a las tiranías comunistas en la sección Comunismo de la hemeroteca de ReL)

En el vídeo, el padre Alejandro Burgos, un misionero español en San Petersburgo y en la república rusa de Komi, explica más cosas sobre cómo es ser misionero (y católico) en ese país


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