Martes, 23 de abril de 2024

Religión en Libertad

El hermano Rafael


San Rafael no se desvivió en grandes empresas, proyectos u obras, ni fundó ninguna institución, sino sencillamente vivió para Dios y así es enteramente de los hombres, abrazó a todos los hombres, se sintió muy unido con sus sufrimientos y penas, incluso físicamente con su enfermedad larga y penosa.

por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

Este fin de semana, aquí, en Roma, hemos disfrutado de unas jornadas gozosamente españolas. Por todas partes se oía hablar en nuestra lengua, en cualquier lugar te encontrabas con españoles cuya presencia no pasaba desapercibida, por la bandera nacional y por otros gestos muy nuestros. ¿Qué sucedía en Roma en las mismas vísperas del día de España? Sencillamente, que el día 11 el Papa canonizaba a dos santos españoles: san Francisco Coll y san Rafael Arnaiz –España tierra de santos–. Eran canonizados junto con la Fundadora de las Hermanitas de los Pobres, santa Juana Jugan, san Segismundo Félix Felinski, Arzobispo de Varsovia, y san Damián, apóstol de los leprosos en Molokay. Todos ellos testigos de Dios vivo que es Amor, signos visibles de la caridad evangélica y prueba de su verdad.
 
Quiero fijarme especialmente en san Rafael Arnaiz –el Hermano Rafael–, que cautiva por su alegría, seduce a quien conoce su vida y lee sus escritos y escucha su experiencia. Un hombre joven capaz de descubrir a los jóvenes de hoy las maravillas de haber encontrado lo que ellos mismos buscan, es decir: tocar de cerca el amar y ser amados, ser felices y libres, tener sentido su vida, saber que hay un futuro, encontrar a Dios aunque no lo sepan, pero que es el único capaz de llenar con creces lo que ellos buscan y desean en su gran corazón de jóvenes. Un hombre tan nuestro, tan de los tiempos modernos, tan en sintonía con el misterio y la cuestión más honda del hombre: Dios mismo. El Hermano Rafael es muy cercano a nosotros. Es, sin duda, de nuestro tiempo. Vivió un momento crucial. Dios lo suscitó y nos lo dio como regalo para todos en una situación de grandes cambios, en la sociedad de entonces, hasta de procesos revolucionarios, al margen de Dios e incluso en contra suya, que se volvieron contra el hombre en penosos momentos de destrucción y de enfrentamiento entre los hombres, como nunca los había habido antes.
 
El Hermano Rafael se alza con el «sólo Dios» y nada más que Dios, en medio de una profunda quiebra del hombre que se vivía ya o se avecinaba. Como san Benito, en aquellos momentos cruciales de desplome de la humanidad de su tiempo, esto es, la caída del Imperio, también el Hermano Rafael, sumido en la cruz de la enfermedad y en la vida escondida de la Trapa de San Isidro de Dueñas, mostró el objetivo fundamental de la existencia humana, el único: el buscar a Dios . Ahí está su secreto, ahí está el núcleo de la verdadera revolución que se necesitaba entonces y ahora, el germen de una nueva humanidad y una nueva civilización del amor: la «revolución de Dios», Amor; porque ahí está la verdad del hombre, donde se asienta la verdadera civilización y nuestro único futuro, capaz de generar esperanza, paz y sosiego del alma. ¡Qué grande es el hombre, qué inmensa es su dignidad, que nada puede contentarle ni llenarle, si no es Dios mismo! Esta es la gran enseñanza de quien eligió, siguiendo su vocación interior, una forma de vida en un monasterio trapense, con una comunidad de hombres donde se busca a Dios, en la que la oración y el trabajo se alternan para alabanza a Dios. San Rafael no se desvivió en grandes empresas, proyectos u obras, ni fundó ninguna institución, sino sencillamente vivió para Dios y así es enteramente de los hombres, abrazó a todos los hombres, se sintió muy unido con sus sufrimientos y penas, incluso físicamente con su enfermedad larga y penosa. Por eso mismo se nos ha propuesto como faro y guía, particularmente para los jóvenes de nuestro tiempo.


* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
*Publicado en el diario La Razón
 
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