Sábado, 20 de abril de 2024

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El don de ser hijos de Dios

por Palabaras para vivir

 El último vídeo del Papa, en el que hace una llamada a todos a rezar para que las diversas religiones sean motivo de paz y no de guerra, ha llevado a algunas personas a preguntarme sobre la filiación divina de los hombres. ¿Somos todos hijos de Dios?

El Catecismo de la Iglesia católica, todavía en vigor, dice en su artículo 1213 que “por el bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios”. En el 1243 afirma: “El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro”. En el 1244: “Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo”. Refiriéndose al bautismo de niños, en el 1250, dice: “Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento”. Recordando a San Pablo y a San Pedro, el Catecismo afirma, explícitamente, que “El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19)” (nº 1265). Vuelve a este concepto más adelante, citando al Concilio Vaticano II (nº 1270): “Los bautizados "renacidos [por el bautismo] como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG 11)”. Y, por último, en el nº 1279: “El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de Cristo”. Además de los textos citados, no hay que olvidar el prólogo del Evangelio de San Juan, en el que el evangelista afirma: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Pero a los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn 1, 1112).

Es cierto que se ha difundido la idea de que “todos somos hijos de Dios”, hasta el punto de que se ha convertido en un lugar común, que se afirma sin asumir lo que eso significa desde el punto de vista teológico. Con ello se quiere decir en realidad que todos somos amados por Dios, que el Señor, que es nuestro Creador, ama a todas sus criaturas, y que todos los seres humanos tenemos la misma dignidad, al margen de las diferencias que puedan deberse a la edad, al sexo, a la cultura, al dinero o a la religión. Por eso lo más apropiado es afirmar que todos somos criaturas amadas del Señor y que algunos, sin mérito por nuestra parte, hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios gracias al Bautismo, puesto que en realidad sólo hay un hijo de Dios, Jesucristo, el Hijo único del Padre. Por el bautismo somos “hijos en el Hijo”, puesto que él, con su sangre, nos ha ganado el don y el privilegio de hacernos hijos adoptivos de Dios y hermanos suyos. Olvidar esto, no sólo es un error, sino que puede contribuir a devaluar la especificidad cristiana y a hacernos perder el espíritu misionero. Por eso, ni todas las religiones son iguales, ni todos somos hijos de Dios. Todos somos, eso sí, amados por Dios, que nos ha creado, y eso ya debería ser suficiente para amar a Dios y para, como pide el Papa, imitarle a Él y no hacer de la religión una excusa para la guerra sino un motivo para la paz.

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