Miércoles, 24 de abril de 2024

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El consumo: la Ley de Say

por Jaime Alejandro

Vamos a una nueva serie de tres artículos en el que trataremos tres conceptos: el consumo, el ahorro y la inversión. Los tres, como veremos, son imprescindibles en una economía sana. Empiezo por el más divertido que, por lo menos a la hora de practicarlo, es el consumo. Eso sí, verán que se trata de un deporte de riesgo. 

Aprovecho la ocasión para citar el blog del economista Pablo J. Vázquez, en el que publicó recientemente un sensacional artículo sobre el economista francés Jean-Baptiste Say, que me sirve para ilustrar el mal interpretado concepto de consumo. Recomiendo que lo lean antes de “lanzarse al vacío” –esperen al final y me entenderán-. 

Para muchos, el consumo se reduce a intercambiar dinero por bienes y servicios, suponiendo además que su deseo de consumir es el que genera la oferta de bienes y servicios en el mercado. Una pena que sea falso. Esta interpretación indiscutible a la sombra de la nueva “religión” oficial del Estado –el keynesianismo-, adolece de un grave defecto: no tiene en cuenta la necesidad de producir antes de consumir. 

Consumir es intercambiar unos productos por otros, independientemente de que se utilice dinero o se recurra a un ancestral trueque. Por lo tanto, para consumir y tal como establece la Ley de Say que explica Pablo J. Vázquez en su artículo, primero tendremos que haber creado un producto o servicio. Es muy simple: la producción y posterior oferta de un bien o servicio genera su demanda, a la que podremos atender si el demandante nos ofrece otro u otros de valor similar. El consumo es la consecuencia inmediata de la producción de bienes y servicios. El dinero sólo añade al hecho de consumir un grado de eficiencia, concediéndonos un intervalo de tiempo entre el momento en el que nos desprendemos del bien o servicio que hemos producido, hasta el momento en que encontremos otro que satisfaga nuestros deseos. De esta manera, el dinero que, ¡eureka, es como una batería que almacena la energía procedente de nuestro trabajo!, permite conservar durante ese tiempo el valor de aquel bien o servicio que produjimos y del que nos desprendimos. Pero no por utilizar dinero o moneda, el consumo deja de ser un intercambio entre personas que previamente han producido algo. 

Por lo tanto, cualquier adquisición de bienes y servicios con dinero que no procede de la producción de otros bienes y servicios no es estrictamente consumo y se trata más bien de endeudamiento. Y cuando el endeudamiento acaba sustituyendo a la producción de bienes y servicios de manera generalizada; uno, deberíamos llamar “temeridad” al acto de consumir; dos, debemos llamarlo “fraude” si quienes consumen de esta manera son conscientes de tal temeridad y de que, además, jamás devolverán sus deudas. 

Cuando tal fraude se comete emitiendo nuevas unidades monetarias, se estará defraudando a todos aquellos que tras producir, cambiar y esperar para consumir otro bien, encontrarán que la moneda de cambio ya no tiene un valor equivalente al bien que ellos produjeron. Si además se convierte en recurrente y es el Estado el que lo practica, tiene un efecto devastador sobre los niveles de producción, puesto que el productor lo interpretará como un desincentivo –un castigo- que terminará por mitigar reduciendo su productividad. Por ello, crear unidades monetarias para “incentivar el consumo” es más bien “incentivar el abandono de la actividad productiva”. 

En su lugar, si lo que se quiere estimular es el consumo, hay que dejar de castigar aquella actividad que es condición previa al acto de consumir: la producción de bienes y servicios. Mientras el consumo proceda de actividades productivas o aquellas que, aún no siéndolo, son estrictamente necesarias para permitir tal productividad, no hay nada ilícito ni pernicioso en el hecho de consumir. Mejor aún, ese consumo es sano y necesario. Por el contrario, el consumo mantenido a base de engordar deuda insostenible contradice la Ley de Say que, por tratarse de una ley natural, tendrá consecuencias similares al incumplimiento de cualquier otra ley natural, sea física o de cualquier otra naturaleza. Algo similar a practicar el puénting sin atarse con una cuerda elástica, para que me entiendan.

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