Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

El confesor como educador


Por esto la confesión es accesible a todos, incluidos los niños. Procuremos además personalizar, no diciendo siempre lo mismo, sino adaptándonos a cada penitente.

por Pedro Trevijano

Opinión

Está claro que el confesor debe intentar ser no sólo un señor que perdona pecados, aunque esto lo haga en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, sino también una persona que trata de ayudar al penitente a convertirse, es decir a orientar su vida hacia Cristo,  viviendo su fe, formando mejor su conciencia y desarrollando su vida cristiana.

Desde luego el perdón de los pecados es tan importante que es el anuncio fundamental que Jesús hace a sus discípulos en su primera aparición tras su resurrección: “sopló y les dijo: recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados”(Jn 20,22-23). Pero también la conversión es algo fundamental y para conseguirla el sacerdote debe recordar que no es el penitente quien debe ponerse en lugar del confesor, sino el confesor quien debe esforzarse en comprender la mentalidad del penitente.
 
Por esto la confesión es accesible a todos, incluidos los niños. Procuremos además personalizar, no diciendo siempre lo mismo, sino adaptándonos a cada penitente. La educación hoy debe tender más a que el hombre comprenda por sí mismo cómo debe obrar y qué exige de él el amor a Dios y al prójimo. Hemos de favorecer la autonomía de la persona, no someterla a nuestra voluntad, puesto que una obediencia no libre no es sino la caricatura de la obediencia cristiana. La verdadera obediencia es el fruto de la entrega por amor a Dios, siendo a su vez la voluntad de Dios que nos desarrollemos como personas libres y responsables.
 Hemos de procurar mucho más convencer que mandar, aunque sólo sea porque mandar sin convencer, lleva a sorpresas desagradables.

La autoridad ha de ejercerse en el Cristianismo al modo de Cristo, que lavó los pies a los discípulos (Jn 13,117), y les enseñó: "el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo"(Mt 20,27; Mc 10,44).
 No hay que olvidar además que las claves de la dignidad humana son la verdad y la libertad, pese a que nos enfrentamos con una serie de limitaciones que las reducen y hace que en nuestros actos concretos sólo tengamos la certeza moral que son verdaderos actos libres. No siempre se puede decir toda la verdad, pero lo que no podemos hacer es enseñar o defender la falsedad.

 Educar es actuar en y hacia la libertad, que busca el saber vivirla y ensancharla, nunca reducir su ámbito. La libertad hacia la que se debe tender es la libertad que nos hace dueños de nosotros mismos, de nuestras decisiones y actos, una libertad que lleva a saber contraer responsabilidades, a asumir las consecuencias de nuestros actos, porque los hemos reflexionado y madurado.  Muchos fieles buscan en la confesión y en un buen confesor claridad en sus problemas espirituales, siendo preciso que los penitentes comprendan la necesidad de confesar sus pecados graves, pero también que es bueno  quitar angustias y tranquilizar sus conciencias en las cosas no graves.

La libertad sólo existe en el interior de una vinculación radical y última, pues somos criaturas de Dios y nuestra plena realización o perfección estriba en que Dios nos quiere como hijos suyos y nos invita a participar por la gracia y el amor en su vida divina. Si rechazas la invita¬ción divina, te estás dejando dominar por lazos como el del dinero, el placer, el orgullo, el sexo, el éxito; en otros casos, en el de una ideología que quien sabe hacia donde se orienta. Con ello lo único que conseguimos son nuevas dependencias y ataduras que te hacen su víctima.

Por el contrario la vinculación que se establece con Dios no se opone a la libertad, puesto que nos desarrolla como personas y es la única que nos permite ser libres frente a otras libertades que en realidad son esclavitudes en las que se pierden o debilitan el propio yo y la identidad personal. Por ello la educación penitencial del pueblo de Dios es una tarea urgente, debiéndonos preocupar de proclamar la conversión con palabras y signos adecua¬dos, de tal manera que la celebración del sacramento exprese el sentido que tiene, habiendo sido una auténtica catástrofe espiritual el abandono de la práctica de este sacramento por tantos fieles. Esto exige una seria catequización sobre la Penitencia y una preparación esmerada a las diversas celebraciones del sacramento.
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