Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

El aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos


Se intenta engatusar a la opinión pública con "nuevos" derechos humanos, en multitud de casos en abierta contradicción con los derechos humanos de la Declaración Universal y llegando incluso a gravísimas aberraciones

por Pedro Trevijano

Opinión

Desde hace mucho tiempo pienso que el 10 de Diciembre de 1948 es uno de los grandes días en la Historia de la Humanidad. Ese día se promulgó la “Declaración Universal de los Derechos del Hombre”, documento al que Pablo VI calificó de precioso documento e ideal para la comunidad humana.

Personalmente pienso que el mandamiento fundamental del cristiano es, según nos dijo Jesucristo, el del amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos (Mt 22,34-40; Mc 12,28-31; Lc 10,25-28), pero el mandamiento del amor al prójimo supone como condición previa el respeto al otro, es decir al otro y sus derechos. No puedo decir que amo al otro, si no le respeto en sus derechos básicos y fundamentales. Esta Declaración, además, nos permite tener ideas claras en muchos aspectos, siendo como es un criterio de verdad rigurosamente objetivo. En muchas polémicas, me ha servido como criterio de referencia para saber si tenía razón o estaba equivocado y para detectar las doctrinas antidemocráticas y totalitarias de mis adversarios, que pretendían convencerme que ellos eran los auténticos demócratas.

Ya en 1946 en el Preámbulo del acto constitutivo de la UNESCO se leía: “La gran y terrible guerra apenas terminada es la consecuencia del rechazo del ideal democrático de dignidad, igualdad y respeto de la persona humana y consiguientemente de la voluntad de sustituirlo, aprovechándose de la ignorancia y de los prejuicios, por el dogma de la desigualdad de las razas y de los hombres”. Esta convicción de la igualdad de los seres humanos lleva a la Declaración Universal, tras decir en el artículo 1: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, a proclamar en su artículo 2 & 1: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, sexo, color, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.

La llegada democrática al poder de Hitler y sus espantosos crímenes, reforzaron evidentemente frente a los positivistas la postura de los jusnaturalistas que pensaban que por encima del Estado había unos derechos humanos inalienables que había que respetar. Era evidente que los crímenes cometidos no podían quedar impunes, aunque los avalase la máxima autoridad del Estado. Se pudo en ese contexto elaborar una serie de derechos, fundados en la dignidad humana, que todos, incluido el Estado, debían respetar. Estos derechos eran el terreno de juego del que nadie debía salirse y el límite objetivo de la actuación legítima de los gobiernos y Estados, siendo esta Declaración Universal pronto un punto de referencia a favor de la lucha por la dignidad humana.

Pero esta Declaración tenía un punto débil: se había logrado el consenso pragmático sobre el contenido de los derechos humanos, pero no fue posible el acuerdo sobre su fundamento, por lo que Jacques Maritain comentó: “hemos convenido en estos derechos… a condición que nadie nos pregunte su porqué”, es decir no había una conciencia clara ni un acuerdo sobre la razón de ser de estos derechos. Y es que, aunque la luz de la razón nos permite conocer, si nuestras relaciones con los demás son o no conformes con su dignidad personal, si son o no respetuosas con el bien de los otros como personas, es decir, si son o no auténticas manifestaciones de amor, es la ayuda de la Revelación la que nos permite llegar a ese conocimiento “sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error”, por lo que esta ausencia de conciencia clara del “por qué” de los derechos humanos ha terminado afectando al “qué” de estos derechos.

Muchos no aceptan hoy la existencia de Dios, rechazándose los conceptos de naturaleza humana y de verdad moral, y con ello las tendencias positivista y relativista han vuelto a adquirir fuerza. Se intenta engatusar a la opinión pública con “nuevos” derechos humanos, en multitud de casos en abierta contradicción con los derechos humanos de la Declaración Universal y llegando incluso a gravísimas aberraciones, como el intentar destruir la familia, llamar al crimen del aborto derecho y al delito de la pederastia libertad sexual de niños y adolescentes.

En España, sin ir más lejos, aunque se trata de una campaña mundial de los que Jesucristo llamó hijos del diablo (Jn 8,44), se ha empezado ya a no respetar la objeción de conciencia, a la vez que los derechos de la familia y de los padres están siendo sistemáticamente vulnerados, y es que “si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (Juan Pablo II, Encíclicas Centesimus annus nº 46 y Veritatis splendor nº 101).

Pedro Trevijano
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