Martes, 16 de abril de 2024

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Ecología y Palabra de Dios

por Creo, Señor, aumenta mi fe

El Evangelio de la Creación es título del segundo capítulo de la Encíclica . Incontables son los textos de la Escritura que presentan la naturaleza como obra de Dios y proclaman su alabanza.
   Inicia el Papa su recorrido con la creación del hombre. En él cumple el Señor una meta. Todas las cosas creadas son buenas; con su presencia son <>. Hecho a su imagen y semejanza, cada uno  fuimos soñados por el Señor con amor eterno. “El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo guardara y cultivara” (Gn 2, 15)
    El descanso sabático no afecta solo al hombre, sino también a la tierra y a los animales. Cada siete días (Gn 2, 2-3) Cada siete años (Lv 25, 1-4) Cada 49 años el Jubileo. (Lv 25, 10) La tierra era de todos y los frutos debían ser compartidos.
   Los salmos, con frecuencia invitan a la alabanza del Creador y ponen voz a las criaturas para que completen su gloria. En los Profetas el dios que salva es el Creador del cielo y la tierra, especialmente después de la Cautividad. “Si pudo crear el universo de la nada, puede también intervenir en este mundo y vencer cualquier forma de mal. Entonces, la injusticia no es invencible”.
   El olvido del Creador conlleva consecuencias graves para el hombre: “No podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De este modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer límites. La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre Creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses”.
   La interdependencia de las criaturas muestra que la bondad de Dios no puede ser representada por una sola. El Catecismo lo vuelve a recordar en un texto de la Encíclica: “La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión, las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para completarse y servirse mutuamente”. (Catecismo 340)
   Jesús reconoce todas las cosas creadas por Dios y cuidadas por su amorosa providencia. Su humanidad en medio de la naturaleza. Nos invita a contemplar las cosas cómo signos de la presencia de Dios. No aparece como una persona separada de las realidades naturales. Come y bebe. Trabajó con sus manos modelando la materia para hacerla servidora del hombre. Se insertó en el mundo poniendo su tienda entre nosotros. Sufrió las consecuencias de la Encarnación: calor, frío, cansancio hasta llegar a la muerte y resurrección. Desde entonces el señorío de las cosas adquiere  un significado especial. “Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el hijo entregue al Padre todas las cosas y <> (1Co 15,28) De ese modo, las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa”.
 
 
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