Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Dos concepciones del ser humano y sus derechos.


El que mis derechos son anteriores al Estado se vio clarísimo tras los genocidios de la Segunda Guerra Mundial y fue la base de los juicios de Nurenberg contra los dirigentes nazis

por Pedro Trevijano

Opinión

Una amiga me ha hecho una serie de observaciones, que creo son de interés abordarlas y tener sobre ellas ideas claras. Una ha sido: “Miro la realidad que me rodea y me da tristeza sobre todo cuando Estado e Iglesia entran en conflicto queriendo ambas llevar la razón y seguir teniendo poder”.

Personalmente no pienso que la raíz profunda del conflicto entre Iglesia y Estado sea una cuestión de poder. Me parece que la raíz de la cuestión en el momento actual entre el Gobierno Socialista y la Iglesia Católica es la distinta concepción que tienen sobre lo que es el ser humano y sus derechos.

La primera y esencial diferencia entre ambos es la cuestión de Dios. ¿Existe Dios o no? Si Dios existe, está claro que hay un Ser Supremo y que Él es el fundamento del Derecho y quien está detrás de todo. Hemos venido al mundo con una conciencia, y somos capaces de libertad y responsabilidad. La Ley Natural es la participación en el hombre de la Ley de Dios. Supone la reflexión moral de la Humanidad sobre sí misma y el significado de su existencia, permitiendo al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira. Para la Ley Natural el bien y el mal son realidades objetivas, y no nos toca decidir lo que es bueno o malo en el orden moral objetivo, pero todo ser humano está obligado “a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida conforme a sus exigencias.

Pero los hombres no pueden satisfacer de modo adecuado esta obligación de modo adecuado a su propia naturaleza si no gozan de libertad religiosa y de inmunidad de coacción externa”(Declaración de Libertad Religiosa nº 2), mientras que el Derecho Natural lo que busca es la formulación de principios jurídicos que puedan ser válidos siempre y en todas partes, siendo el Derecho Natural la fundamentación última del derecho positivo y consiguientemente es la base de los derechos del individuo y de los grupos frente al poder político. El fin del derecho no es abolir ni poner trabas a la libertad, sino por el contrario, protegerla y acrecentarla.

El que mis derechos son anteriores al Estado se vio clarísimo tras los genocidios de la Segunda Guerra Mundial y fue la base de los juicios de Nurenberg contra los dirigentes nazis. Aunque habían alcanzado el poder legítimamente, y eran las más altas autoridades del Estado, e incluso alegaron en su defensa que simplemente habían obedecido órdenes, estaba claro que sus crímenes contra la humanidad no podían quedar impunes, y por ello, en virtud de la Ley y el Derecho Natural, fueron condenados.

Podemos decir que los mandamientos de la segunda tabla del Decálogo son ya mandamientos de la Ley Natural y que, la mejor formulación de los Derechos Humanos es la que promulgó la ONU el 10 de Diciembre de 1948. Poseemos una dignidad que se especifica en derechos inalienables y hemos venido al mundo con una serie de derechos, a los que corresponden también una serie de obligaciones, porque así como todos tienen que respetar mis derechos, yo también tengo el deber de respetar los derechos de los demás. Mis derechos y deberes son anteriores al Estado, quien tiene el deber de respetarlos y, lo más que puede hacer, es regularlos, pero siempre respetándolos. Y el primero de estos derechos es el derecho a la vida, y por ello los Papas hablan repetidamente de la civilización o cultura de la vida, oponiéndola a la cultura de la muerte.

Pero con el paso del tiempo, muchos han olvidado esta concepción jusnaturalista. La concepción de nuestro Gobierno, al no creer en Dios, es lógicamente otra. Se basa en el juspostivismo, en el relativismo y en el subjetivismo. La Ley y el Derecho Natural son reliquias ideológicas y vestigios del pasado. Es el Estado con sus leyes, el que nos concede nuestros derechos, con lo cual queda abierta la puerta al totalitarismo y a nuestra indefensión ante lo que decida el Estado. Sin Dios, todo es posible y todo está permitido. El bien y el mal no se basan en un orden moral objetivo, sino que somos nosotros los que decidimos lo que está bien y lo que está mal, y como sobre eso tiene que haber, ante las inevitables discrepancias, alguien que decida, es la voluntad popular, expresada por el Parlamento, la que decide lo que está bien y está mal. Y en el Parlamento quienes de verdad deciden, son, en virtud de la obediencia de partido, unos pocos, e incluso, aunque fuese de verdad la mayoría, las aberraciones nazis y comunistas nos enseñan que también la mayoría puede equivocarse muy gravemente.

Los Papas denuncian esta situación cuando nos hablan de la cultura de la muerte, con su no respeto a la dignidad humana, que se enfrenta a la civilización de la vida, que defendemos aquéllos que creemos en la valor y en la dignidad del ser humano.

Y es que, como ha dicho acertadamente Benedicto XVI: “Se podrían enumerar muchos problemas que existen en la actualidad y que es preciso resolver, pero todos ellos sólo se pueden resolverse si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible en el mundo”.
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