Viernes, 29 de marzo de 2024

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Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día

por Dentro, muy dentro de ti

Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio
       del día
 
Inicio: Recógete en el silencio interior, lugar de la Presencia de Dios en ti, y pide al Espíritu Santo que te haga ver…, ver a Jesús donde realmente está queriéndose encontrar contigo y darte su Amistad y Salvación…
 
Leer despacio el texto del Evangelio: Lc 16,19-31
 
En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: -Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó: -Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contesto: -Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro a su vez males; por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió: -Te ruego entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abrahán le dice: -Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.
El rico contestó: -No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo: -Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

 
Contemplar… y Vivir…
 
<>Sigue Jesús de camino a Jerusalén, y sigue enseñando a través de hermosas parábolas. Esta que ahora contemplamos es como una ventana que Jesús abre para que veamos a través de ella dos mundos reales y distintos: el de acá, el mundo del rico y del pobre, y el del más allá, el de los muertos, el sheol. [Aclaración: la parábola refleja la idea de algunos círculos judíos según los cuales en el lugar de los muertos o sheol había una parte para los que esperaban premio (aquí el seno de Abraham) y otra parte para los destinados al castigo (aquí el hades)]. Con seguridad tenemos que aprender un par de lecciones enseñadas aquí por Jesús: la primera es que la otra vida, la vida sin fin y definitiva no es un cuento de curas para tener controlada a la parroquia, sino una realidad auténtica, la mejor que podía existir y que Dios quiere y ha previsto para nosotros. Y la segunda, que nuestras acciones, nuestro modo de vivir en esta tierra, inciden en el más allá para bien o para mal. Yo decido aquí mi futuro eterno, mi situarme en el más allá de un lado o de otro, del bien o del mal. Un modo de vivir labrado todo él en verdadera solidaridad, como es la de la ayuda a los necesitados y el amor a Dios y a los demás, esto sí es determinante para gozar de la dicha del Señor. De mi futuro eterno, solo yo tengo la responsabilidad y por tanto la llave. ¡Qué confianza la de Dios conmigo! Con la libertad y el amor, Él no ahorra en regalarme gracias y dones que favorezcan mi salvación. Aquí me pregunto, ¿cómo estoy encarando la vida, mi vida de cada día y mi vida de fe? ¿De cara solo al ahora, al acá y olvidándome de todo o en parte del más allá? ¡Sería un gran error!
<>Contempla ahora despacio a los dos personajes del mundo de acá. Dos vidas bien distintas: el rico es muy rico, viste de lujo, banquetea espléndidamente. Tan borracho está de sí mismo y de sus riquezas, que ni veía al pobre Lázaro, cuando tan solo hay puerta cerrada de por medio. En definitiva, este rico es un pobre hombre, tan pobre que ni siquiera se menciona su nombre, no sabemos quién es, eso sí, un hombre sin personalidad alguna. Eso sí, habla mucho y es exigente. ¡Cómo siempre! Y el pobre es tan pobre, que a la puerta del rico nadie le hace caso ni le da nada; ¡solo los perros se ocupan de él!  Es más, no dice ni palabra: no hay en el texto ni una sola palabra de Lázaro. ¡Como siempre, como hoy también: los pobres, por no tener, no tienen ni palabra! ¿Quién se la da? ¿Cuándo y dónde se les ha escuchado alguna vez? Pero de él sabemos el nombre: Lázaro, que significa “Dios ayuda”. Es una persona ayudada por Dios. ¡Y ya lo creo que le ayudó! ¡Qué grande es un hombre así! ¡Y cuánta dignidad encierra! El tal rico no merece llamarse hombre. El Papa Francisco  comenta: “Esta escena recuerda el duro reclamo del Hijo del hombre en el juicio final: «Porque tuve hambre, y  no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba […] desnudo, y no me vestisteis» (Mt 25, 42-43). Lázaro  representa bien el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo en el cual las inmensas riquezas y recursos están en las manos de pocos”. Digámoslo claramente: El rico sin nombre representa la ideología dominante del gobierno de la época. De aquella época y de la nuestra. Lázaro, a su vez, representa el grito de los pobres en tiempos de Jesús, en el tiempo de san Lucas y en todos los tiempos.
¿Quién no oye hoy el gemido inefable e inaudito de tantos y tantos millones de pobres en nuestro mundo? ¿Quién no lo oye? Lo peor es que el mundo no ha cambiado a este respecto. ¿He cambiado yo? ¿Escucho esos gemidos? ¿Denuncio con una vida profética que no se deja llevar por el consumismo reinante y esclavizante del mundo y de mi entorno, para ayudar y favorecer en lo que yo puedo a los pobres de mi pequeño mundo, familiar, vecinal, parroquial…? Es un drama muy dramático: existen hoy millones de Lázaros, carentes de todo, hasta de palabras, frente a los pocos grandísimos ricos, -sean personas o países-, que tienen lo que les falta a los otros, además de no carecer de palabras y de estar en todos los foros del mundo, haciendo como que… Este comienzo de la parábola es un espejo fiel de cuanto sucedía en tiempos de Jesús. ¡Pero también es un espejo de lo que acontece hoy! ¿Hablo poco y realizo obras de bondad y de misericordia a quienes me necesitan? Señor, enséñame qué y cómo hacer… Sin hacer lo que yo puedo y debo, por pequeño que me parezca, falta una parte necesaria para la solución del problema. ¡Esto me tiene quedar meridianamente claro! ¡Y puedo hacerlo!
 
      Escribió el Papa emérito Benedicto XVI:
“Esta parábola, al despertarnos, es al mismo tiempo una exhortación al amor que ahora debemos dar a nuestros hermanos pobres y a la responsabilidad que debemos tener respecto a ellos, tanto a gran escala, en la sociedad mundial, como en el ámbito más reducido de nuestra vida diaria”.
 
<>No olvides que en esta segunda parte de la parábola, el padre Abrahán representa el pensamiento de Dios. Éste es claro.
Y sucedió lo que tenía suceder, como a todos: que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. (Ya dijimos: parte del sheol donde los muertos esperan el premio eterno). Se murió también el rico y lo enterraron… (Claro, con mucha popa y en gran mausoleo. Del pobre ni se dice que le enterraron. ¡Qué pena!) Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, (la parte del sheol donde los muertos sufren castigo eterno), levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno… ¡Tarde levanta el rico los ojos: en vida no los levantó ni hacia arriba, Dios, ni hacia abajo, el pobre Lázaro! ¿Hacia dónde tenía dirigida su mirada este personajillo? Egoístamente hacia sí mismo: su tesoro, bienes, riquezas, banquetes, púrpura… “Donde está tu tesoro allí está tu corazón”. Ni siquiera veía al pobre Lázaro. Las riquezas ciegan la vista y embotan el corazón. Por eso son tan peligrosas…,
<>y gritó: -Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. Ya ves, creía a su modo, pero no practicaba su fe. Incluso Abrahán le reconoce como hijo en la fe, al responderle. Ahora sí, el rico ve a Abrahán y a Lázaro. Ahora empieza el parloteo, la discusión hasta la exigencia: al primero le pide que tenga piedad de él y que mande al mismo Lázaro y le indica el para qué y el porqué. ¡Cree el rico que tiene el mismo poder que antes! ¡Pobre hombre! En la tierra vivía en la nube de sus bienes, nube que se deshace al morir: no es como la nube de Internet, que guarda el material que en ella has puesto, para usarlo en otro momento necesario. Muerto, de nada le sirve cuanto tuvo: no se lo llevó con él. Contempla despacio la escena: los deseos y la apelación del rico no son insignificantes, ¡para nadie…!
<>Hijo recuerda que… Abrahán le respondió amablemente recordándole dos cosas importantes: primera, tú ya disfrutaste en la tierra, Lázaro, al contrario, no tuvo más que males, y segunda, que entre nosotros y vosotros hay ya un abismo insalvable. Cada uno tiene lo que ha alcanzado con su modo de vivir en la tierra. ¡Ya no hay marcha atrás! ¡Dios así lo ha establecido, porque ha querido respetar y sigue respetando la decisión libre de cada uno! La decisión ha sido tuya. “Tuve hambre y no me diste de comer…, etc.,” ¿no fue así? Ya ves: Las cosas no son en la otra vida como en ésta; y, sobre todo, el cambio que se produzca allí será irreversible. Mientras tanto, ahora, aquí, es posible escuchar la Palabra de Dios y convertirse. ¿Cómo me compromete a mí todo esto? No es banal pensarlo y decidirse por Dios, por los demás, por los pobres… ¡Pedirlo al Señor?
<>Pero el rico insiste y exige: -Te ruego entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos…, etc, etc,. El rico no quiere que sus hermanos padezcan el mismo tormento. “¡Manda a Lázaro!”. Lázaro, el pobre, se convierte ahora en el intermediario entre Dios y el rico. Pero el rico, nunca se ha preocupado del pobre Lázaro. Se ha preocupado de sí mismo y acaso de sus hermanos. ¡Los pobres no le han preocupado jamás en su vida!
Es más, Abrahán le asegura, y es verdad, que sus hermanos tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen. Tienen, y tenemos nosotros hoy, la Biblia entera para conocer bien lo que es Dios y lo que somos nosotros y cómo podemos hacer lo que El quiere para nuestro bien y el de todos. La Escritura es la Revelación de Dios a los hombres. Pero no, es mejor el milagrito, que un muerto resucite…, y entonces sí creerán…, creeremos. Por eso el rico insiste: -No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán. Abrahán le dijo: -Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.
<>¡Qué interesante, ahora el rico, por primera vez habla de arrepentimiento de sus hermanos, cuando él jamás ha pensado en la conversión! Hasta parece que tiene celo apostólico por la salvación de los suyos.  ¡Él quiere un milagro, una resurrección, que cree será eficaz! Ahora ya, este tipo de resurrección no existe. Ya se dio la resurrección. La única resurrección es la de Jesucristo. Jesús resucitado viene a nosotros en la persona del pobre, del que no tiene derechos, del que no tiene tierra, del que no tiene qué comer, de quien no tiene techo, del que no tiene salud. Por eso, en su respuesta final, Abrahán es breve y decidido: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán si un muerto resucita”. ¡Y termina así la conversación!
O sea que, ahora, la clave para entender el sentido de la Biblia y de la salvación es el pobre Lázaro, sentado delante de la puerta del rico: en él encontramos la carne sufriente del mismo Cristo, el Señor. Comenta al respecto el Papa Francisco: “Ningún mensajero y ningún mensaje podrán sustituir a los pobres que encontramos en el camino, porque en ellos nos viene al encuentro Jesús mismo: «Todo aquello que hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo» (Mt 25,40), dice Jesús. Así en la inversión de las suertes que la parábola describe está escondido el misterio de nuestra salvación, en que Cristo une la pobreza a la misericordia. Ahí está la Felicidad, la Salvación. Por lo cual, añade todavía: “Ven, bendito de mi Padre a gozar por toda la eternidad”. 
 
       Escribió el Papa emérito Benedicto XVI:
“Una cosa está clara: la señal de Dios para los hombres es el Hijo del hombre, Jesús mismo. […] Él, el crucificado y resucitado, es el verdadero Lázaro: creer en Él y seguirlo es el gran signo de Dios, es la invitación de la parábola, que es más que una parábola. Ella habla de la realidad, de la realidad decisiva de la historia por excelencia”.
 
Durante la semana, trata de descubrir a Cristo en todo aquel necesitado y pobre que me encuentre en mi camino… Y que pueda darle algo de lo que él no tiene.
 
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