Martes, 19 de marzo de 2024

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Díptico de ese San Gamaliel que hemos celebrado ayer (2). El santo en las fuentes no cristianas

por En cuerpo y alma


 
            Conocíamos ayer la relación que unía a uno de los grandes rabinos del judaísmo contemporáneos de Jesús, Gamaliel, y el gran rabino del cristianismo, si se me permite la alusión, Pablo (pinche aquí para conocerla). Y prometíamos entrar hoy en el conocimiento de la figura a partir de lo que las fuentes no cristianas dicen de él. Pues bien, aquí estamos para cumplir con la promesa.
 
            Gamaliel es hijo de Simón, de quien poco más sabemos, pero nieto de uno de los grandes judíos de la época de Jesús, ni más ni menos que el gran rabino de Hillel, fundador y jefe de una de las dos grandes escuelas judías del momento, junto a la de Shammai. Según el Talmud, llega a presidir el sanedrín con el título de “nasi” (príncipe), lo que posiblemente ocurre justamente cuando alza la voz para defender a los apóstoles.
 
            Conocido por el sobrenombre de “Ha-Zaḳen”, (el viejo o el anciano) y primero en recibir el título de rabban “maestro nuestro”, acomete un gran trabajo legislativo bajo el nombre de “tiḳḳun ha-'olam” (amejoramiento de la palabra). Como jefe del sanedrín se le conocen tres cartas, una dirigida a los galileos, otra al Darom, en el sur de Palestina, y una tercera a los judíos de la Diáspora, informándoles del añadido de un mes embolismal a un determinado año, un fenómeno que ocurre cada tanto en el calendario judío para acomodar los meses lunares al año solar.
 
            En el Mishnah Abot, se atribuye a Gamaliel la clasificación de sus alumnos en cuatro tipos: el hijo de padres pobres que lo aprende todo de memoria pero no entiende nada; el hijo de padres ricos que aprende todo y que posee sentido del entendimiento; el alumno que lo aprende todo pero no sabe responder; y el alumno que aprende todo y sabe responder. Cabe preguntarse en cuál de estos grupos tenía Gamaliel clasificado al más prominente de sus alumnos, Pablo de Tarso.
 
            Como quiera que sea, Gamaliel tuvo mucho tiempo y varias ocasiones para haberse encontrado a su discípulo, nuestro Pablo, por las calles jerosolimitanas, y probablemente, hasta de charlar encendidamente con él. De lo más sugerente imaginar las distintas ocasiones en las que ello podría haber acontecido, y las afirmaciones que ambos rabinos pudieron entrecruzar en cada una de ellas. Así, cuando hacia el año 33 Gamaliel realiza su encendido discurso que le vale a los apóstoles salvar la vida, ¿lo escuchó el belicoso Pablo, sañudo perseguidor de los cristianos? ¿Qué le diría en ocasión tal a su maestro? Y luego, cuando Pablo volviera a Jerusalén hacia el año 40, ya convertido a un cristianismo que todavía no se llama así, ¿volverían a encontrarse ambos rabinos? De ser así, ¿intentaría Pablo atraerlo hacia el cristianismo? Por cierto, y puestos a hacerse preguntas: ¿por qué no menciona Pablo ni una sola vez a su maestro a lo largo de sus cartas? ¿Se contendrá alguna alusión al gran rabino judío en alguna de las famosas cartas perdidas?
 
            Volviendo a la figura de quien da nombre a este capítulo, parece que Gamaliel muere hacia el año 52 d. C., una muerte que sin duda fue muy lamentada. El Talmud lamenta su desaparición con un elocuente “desapareció la gloria de la Ley”.
 
            Su hijo heredará del padre su elevada posición y liderará una rebelión contra Roma, y una hija suya casará con el sacerdote Simon ben Nathanael. Sus descendientes permanecerán durante varias generaciones en la alta aristocracia judía.
 
            Y sin más por hoy queridos amigos me despido de Vds. no sin desearles también hoy, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
 
            ©L.A.
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