Viernes, 29 de marzo de 2024

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Demos razones para creer a nuestros hijos. Orígenes

Demos razones para creer a nuestros hijos. Orígenes

por La divina proporción

Hace unas horas he visto un interesante video de entrevistas donde se preguntaba a jóvenes sobre si eran católicos y si iban a misa los domingos. Tras responder a cada una de estas preguntas se solicitaba que digan el por qué de su contestación. Está realizado en irlanda, pero su contenido se puede extrapolar a cualquier otro país europeo. 

Leamos lo que Orígenes de Alejandría nos dice sobre la Parábola del banquete de Bodas (Mt 22,114) que nos dará pistas interesantes para entender esto. 

Yo creo que esta primera invitación a las bodas se dirigía a algunas almas sencillas: en verdad, Dios quiere que vengan al convite divino principalmente aquellos que son prontos para comprender; y como éstos generalmente no quieren venir cuando se les llama, son enviados otros siervos para animarlos, ofreciéndoles que si vienen, disfrutarán del convite preparado por su rey.

Y así como en esta vida una es la esposa que se casa, otros los que convidan, y otros los que son convidados a las bodas, así el Señor conoce las diversas clases de las almas, las virtudes y sus fundamentos. Por esta razón unas son consideradas como esposas, otros como siervos que convocan, y otros están en el número de los invitados a las bodas. Pero los que en primer lugar fueron llamados, despreciaron a los primeros que los invitaban (como hombres de poco conocimiento), y se marcharon a cuidar de sus cosas, complaciéndose más en ellas que en lo que el Rey les ofrecía por medio de sus siervos. Pero éstos son menos culpables que aquellos que injuriaron a los siervos enviados y los mataron. Estos últimos se atrevieron a detener a los siervos enviados por medio de cuestiones enojosas, y como no estaban preparados para contestar a sus ingeniosas cuestiones, fueron primero abrumados de insultos y luego muertos por ellos. (Orígenes, homilía 20, Sobre San Mateo) 

En el video, muchos jóvenes aceptan ser católicos, para después indicar que no iban a misa los domingos. Las razones para no ir a misa era muy diversas, pero la mayoría decía que les aburría o que no creían en la Iglesia. Algunos terminaban indicando que realmente no creían en Dios. Los jóvenes que sí iban a misa los domingos no eran capaces de articular razones consistentes para hacerlo. A lo más que llegaban era a decir que iban con sus familias por costumbre. 

Es triste decirlo, pero la mayoría de los padres no  somos capaces de dar una razón de peso para asistir a misa y formar parte de la Iglesia. Somos católicos costumbristas que vivimos la fe como algo valioso que se saca los domingos para lucirlo. Tras la misa, lo volvemos a dejar en el cajón, para que no se “estropee” o no nos lo estropeen, con razones diversas. 

Como padre me pregunto qué nos pasa. Carecemos de formación, capacidad de experimentar lo sagrado y tememos comprometernos de verdad con nuestra Fe. La mayoría de nosotros creemos en Dios, pero un dios lejano e indiferente. No rezamos porque no sirve para nada. Dios no se comporta como la “herramienta resuelve problemas” que nos enseñaron de pequeños. Creyendo en este dios lejano, nos sentimos aparentemente más libres. Además, en su momento, podremos reclamar la misericordia del ignorante. Preferimos no atender a las parábolas que ponen en entredicho esta ignorancia auto-asumida. Encontrarnos con la totalidad de las enseñanzas de Cristo, es algo muy desagradable. 

Aunque hemos pasado por muchos años y años de clases de religión y por diversas catequesis, pero no hemos encontrado un par de razones para ser católicos y tener una vida sacramental constante. Si no somos capaces de sentir a Dios cerca ¿Qué razones podemos tener para creer? ¿Sociológicas, culturales, filantrópicas,...? Poco más. 

Con la frase “Muchos son los llamados y pocos los elegidos” (Mt 22,15) se cierra la parábola del Banquete de Bodas. Ojo, esta frase evangélica se suele utilizar para sostener fariseísmos lejanos a la intención original de Cristo. No se trata de que Cristo elija a quienes van a ser santos o se van a salvar, dejando a los demás fuera del Banquete. Somos nosotros quienes no queremos asistir porque estamos ocupados o si decidimos ir, lo hacemos automáticamente sin estar preparados. Quienes hayan dado su Sí a Cristo y estén presentes en el Banquete, son lo elegidos para disfrutarlo. El Banquete es gratuito y es ofrecido por Dios sin esperar nada a cambio. No lo ganamos con nuestros esfuerzos, sino inmerecidamente. Únicamente hemos dado un SÍ y hemos ido preparados. 

Ahora ¿Cómo explicar esto a nuestros hijos? ¿Cómo señalarles que es necesario ser humilde para dejar nuestros intereses cotidianos, con el único propósito de dar un SÍ? ¿Cómo hacerles ver que no se trata sólo de ir, estar presente y aparentar? 

Evidentemente la conversión es una realidad sobrenatural que se vive en primera persona. Serán nuestros hijos los que tengan que dar el sí y prepararse convenientemente. Pero, al menos intentemos andar nosotros antes ese camino y compartamos con ellos las razones para creer. No les dejemos en un cristianismo socio-cultural lleno de apariencias. Si alguna vez les preguntan por la calle la razón de ser católico e ir a misa, que al menos digan algo coherente y no evidencien que no tienen razones para ser lo que dicen ser y vivir lo que dicen vivir. 

Lo primero sería enseñarles que existe algo más de que lo que sus ojos ven. Mostrarles que el vínculo que nos une con Dios es lo sagrado y que si no vivimos lo sagrado, Dios se convertirá en algo lejano, indiferente o en todo caso, en una herramienta para cuando las cosas me vayan mal. 

¿Por qué soy cristiano? Porque he conocido a Cristo y mi relación con Él me transforma, me llena y me da fuerzas. ¿Por qué católico? Porque la Tradición Apostólica es imprescindible para entender los la Palabra de Cristo contenida en los Evangelios y para entender la Iglesia como universal, coherente y única. ¿Por qué voy a misa? Porque los sacramentos son un medio por el que Dios Dios se hace presente. A través de ellos nos ofrece su Gracia. Gracia que nos transforma, llena y conduce. Gracia que necesita que demos nuestro sí y estemos preparados para aceptarla. 

Decirse católico no nos transforma, asistir a misa por costumbre y cultura, tampoco produce nada extraordinario en nosotros. Las apariencias y la pertenencia nominal no son lo que nos permiten beber del Agua Viva y ser hombres y mujeres nuevos. Dios espera nuestro humilde, abierto y sincero SÍ.

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