Sábado, 20 de abril de 2024

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Del Cristo de Medinaceli, una talla con mucha historia

por Luis Antequera

 
La Infanta Elena besa el pie derecho del Cristo de Medinaceli ayer viernes
            Ayer viernes 2 de marzo, una vez más como todos los años desde 1682, se ha llevado a efecto el popular ritual madrileño que tiene por protagonista al Santo Cristo de Medinaceli, en el que es tradición que los habitantes de la villa y corte hagan cola para besarle el pie derecho y pedirle tres deseos; como también lo es que entre esos madrileños se encuentre, en fecha tan especial, un miembro de la Familia Real, en este caso la Infanta Elena. Ayer además, el Cristo de Medinaceli recibió una visita menos acostumbrada, cual es la de Ana Botella, primera alcaldesa de Madrid que acude en toda la historia a venerar la imagen.
 
            ¿Pero qué sabemos de la hermosísima talla del Cristo de Medinaceli? Pues bien, muchas cosas. Para empezar que es un Ecce Homo, es decir, el Cristo atado y flagelado que presenta Poncio Pilatos al pueblo mientras pronuncia las palabras “He aquí el hombre” (“Ecce homo”). Para seguir, que la encarga la comunidad de Padres Capuchinos de Sevilla; que pertenece a la Escuela Sevillana; y que aunque oficialmente anónima, proviene con bastante seguridad del taller de Juan de Mesa, donde la pudo tallar él mismo o alguno de sus discípulos, notablemente Luis de la Peña o Francisco Ocampo, en cualquier caso durante la primera mitad el s. XVII.
 
Fuerte de Mámora
            Llevada por los capuchinos al fuerte que las tropas españolas tenían en la ciudad marroquí de Mehdia, rebautizada Mámora o San Miguel de Ultramar, será apresada por los moros cuando en 1681, el Rey Muley Ismail arrebata a los españoles la ciudad que éstos habían conquistado en 1614.
 
            Trasladada a Mequínez (Meknes), donde según se dice fue profanada y hasta arrojada a las fieras, de allí la rescatarán en 1682 los monjes trinitarios, lo que merece a mi entender un pequeño excurso sobre los protagonistas del rescate. La orden de los trinitarios o de la Santísima Trinidad y de la Redención de Cautivos la fundan los franceses San Juan de Mata (n.1154-m.1213) y San Félix de Valois (m.1212) en 1198. Aprobada su regla por Inocencio III mediante la bula Operante divine dispositionis, su carisma o finalidad no es otro que la de liberar a los cristianos capturados por los piratas berberiscos del Mediterráneo. Monjes trinitarios llegaron a ofrecerse en rescate de los cautivos a los que reemplazaban, siendo su rescate más famoso el que practican en la persona de Miguel de Cervantes. Y por supuesto, éste que tiene por objeto el maravilloso Ecce Homo de San Miguel de Ultramar que, no por casualidad, portará en adelante el escapulario que los trinitarios imponían a los que se beneficiaban de sus rescates.
 
            La historia del rescate comienza cuando la imagen es vista por el monje trinitario Fray Pedro de los Angeles en Mequinez. Decidido su rescate por los trinitarios, el rey Muley Ismail la tasa por su peso en oro, produciéndose el milagro de que al pesarla, la balanza se equilibraba en el exacto momento en el que se colocaban en el platillo treinta monedas de oro, con lo que Jesús volvía a ser vendido por el mismo precio por el que lo hiciera Judas.
 
IX Duque de Medinaceli
           Ya liberada, procesiona por Madrid en 1682, cosa que hace el primer viernes del mes de marzo, una fecha que quedará incorporada en adelante a su tradición.
 
            En cuanto a su emplazamiento, en 1689 la imagen es depositada en el convento de los Padres Trinitarios Descalzos, bajo el patrocinio de los Duques de Medinaceli de quien recibe el nombre, junto al cual los Duques deciden edificar una capilla ex professo para ella. Destruído el convento durante la Guerra de la Independencia, -momento en el que el Cristo se traslado al convento de los Capuchinos de San Antonio del Prado-, y con su reconstrucción iniciada,  es expropiado con ocasión de la Desamortización en 1836, volviendo a poder de los Duques de Medinaceli en 1845. Cuando en 1890 el que se demuele ahora es el convento de los Capuchinos de San Antonio del Prado, éstos pasan a alojarse en el vacío y antiguo convento de los trinitarios, y con ellos, vuelve la imagen a su emplazamiento original. No sin sufrir todavía algún nuevo avatar, ya que en 1922, el convento, que amenaza ruina, se ha de derribar, y en su solar se levanta un templo nuevo que es aquél en el que hoy día veneran los madrileños la imagen, en la plaza de Jesús, 2, de Madrid. El 1 de septiembre de 1973, el Papa Pablo VI eleva la nueva iglesia a basílica menor.

Basilica de Jesús de Medinaceli (Madrid)

            Volviendo a la imagen, durante la Guerra Civil los vecinos consiguen evitar su destrucción por un piquete de revolucionarios. Los frailes entonces la guardan en una caja de madera que ocultan en los sótanos del convento, en los que se alojará el batallón republicano “Margarita Nelken”. Cuál no sería la sorpresa de sus milicianos cuando buscando madera con la que calentarse, al desmontar la caja se encuentran dentro el Cristo, que por fortuna para él, no sufrirá la pena del fuego que sufrieran tantas otras imágenes españolas
(1) durante la guerra, y en su lugar, Juan Manuel Oliva, jefe del batallón republicano, la entrega a la Junta del Tesoro, que la traslada a Valencia, de ahí a Barcelona, y de ahí a Ginebra. Terminada la guerra vuelve a España.
 
El Cristo de Medinaceli en la JMJ
            Por si toda esta peripecia vital no fuera suficientemente evocadora, al nutrido curriculum del Cristo de Medinaceli se ha de añadir todavía, últimamente, un nuevo hito: su participación en el original Via Crucis que la capital de España ofreció al Papa Benedicto XVI en la que constituyó su tercera visita a nuestro país en su condición de Papa, para celebrar en Madrid la XI Jornada Mundial de la Juventud.

            En suma, trescientos veinte años en Madrid, los que van del 1682 al 2012, que convierten al Cristo de Medinaceli en una de las imágenes más estrecha e íntimamente relacionadas con la capital de España, y en el centro de una de sus costumbres más populares y entrañables. 


                (1) Peor suerte corrió, sólo a modo de ejemplo por estar también vinculado a la Casa de Medinaceli, el maravilloso retablo de madera de Alonso Berruguete representando la Transfiguración en el altar mayor de la Sacra Capilla del Salvador en Ubeda, quemado en la plaza de la ciudad durante la Guerra Civil después de una complicadísima operación de separación del altar con sogas. Profanación de la que solo se salvó el Cristo central, por ser incapaces los animalitos que la llevaron a efecto de separarla igual que hicieron con las otras cuatro figuras que lo componían.
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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