Viernes, 29 de marzo de 2024

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Del cisma de occidente

por En cuerpo y alma

 
            A la muerte de Gregorio XI, acontecida en 1378 justo en el momento en el que se disponía a regresar a Aviñón harto del insoportable hedor de la atmósfera de la Roma a la que había vuelto unos años antes, los obispos reunidos en cónclave eligen un nuevo Papa, cosa que hacen bajo la amenaza del levantisco pueblo romano, que harto de que los papas reinen desde Aviñón, irrumpe en el cónclave amenazando con matar a todos los cardenales si el elegido no es romano o al menos italiano. Así las cosas, el 8 de julio de 1378 los cardenales eligen al italiano Bartolomeo de Prignano, futuro Urbano VI.
 
            Pero la salida de los cardenales del ambiente reinante en el cónclave y la incorporación de los que no habían llegado a tiempo de participar en él, conduce a la conclusión de que el mismo ha sido ilegal y a la convocatoria de un nuevo cónclave, y sólo dos meses después, el 18 de septiembre, se elige un nuevo papa, Roberto de Ginebra, Clemente VII, en cuya corte servirá precisamente el español Pedro Luna, al que también corresponderá, como veremos, un papelito en esta película (pinche aquí si desea conocer algo más sobre su persona).
 
            El hecho divide a la cristiandad; Inglaterra y el imperio germánico se alinean con Urbano; Francia, Saboya, Escocia, Castilla y Portugal con Clemente. En Italia la cosa llega a las manos con un importante enfrentamiento en Carpineto (1379) que obliga al derrotado Clemente a huir primero a Nápoles, y luego a Aviñón, donde establece su corte, con lo que ya tenemos una corte romana con Urbano, y una corte aviñona con Clemente.
 
            Producida la muerte de los protagonistas de la función, no por ello se resuelve el problema. A la de Urbano VI, acaecida el 15 de octubre de 1389, sus seguidores eligen a Bonifacio IX. A la de Clemente, acontecida en 1394, los suyos a nuestro compatriota Pedro de Luna del que hablamos más arriba, el cual reina con el nombre de Benedicto XIII.
 
            Curiosamente, y a pesar de suceder al Papa del partido francés, la corona francesa no verá con buenos ojos a nuestro aragonés y le presiona para que renuncie, a lo que Benedicto se niega como no dejará de hacer nunca. El sitio francés de 1403 sobre el palacio papal de Aviñón, obliga a Luna a abandonar la ciudad, hallando refugio en Nápoles. A estas alturas sólo cinco cardenales de veintidós y los reinos de Castilla, Aragón, Sicilia y Escocia le reconocen como cabeza de la Iglesia.
 
            En la parte que hemos de calificar como legítima porque así es como la considera la Iglesia, pasan muchas cosas. Muerto Bonifacio IX el 1 de octubre de 1404, es elegido Cosino de Migliorati, Inocencio VII (14041406), que reina dos escasos años. Y a su muerte, Angelo Correr, que reina con el nombre de Gregorio XII (14061415), y es elegido con una condición: conseguir la renuncia de Benedicto XIII. Reunido con Luna en Savona, ambos papas no alcanzan solución alguna.
 
            Al seguir sin resolverse el cisma, al rey de Francia no se le ocurre nada mejor que convocar un nuevo cónclave que celebrado el 25 de marzo del 1409 en Pisa, depone tanto a Gregorio XII como a Benedicto XIII y elige un nuevo Papa en la persona de Pedro Philargés, cretense franciscano, profesor en Oxford y en París, el cual toma el nombre de Alejandro V. Con lo que ya tenemos tres papas, a saber: Benedicto XIII, que “reina” desde Barcelona y luego desde Peñíscola; Gregorio XII, que lo hace desde Rímini; y el propio Alejandro V, que reina desde Pisa. Y por si todo ello fuera poco, la rápida muerte de Alejandro V en Bolonia obliga a nombrarle un sucesor, que elegido el 17 de mayo de 1410, no es otro que Baldassare Cossa. Tras elegir para reinar el nombre de Juan XXIII, toma Roma militarmente, y una vez en ella, hasta convoca un concilio, con la excusa de excomulgar al hereje John Wycliffe, pero que no tiene otra intención real que la de legitimarle en el trono.
 
            Entra entonces en la escena un nuevo personaje, el Emperador Segismundo, el cual convoca un nuevo concilio, que se inicia el 1 de noviembre de 1414 en la ciudad alemana de Constanza. De los muchos papas reinantes, sólo acude Juan XXIII, quien tras enemistarse con el Emperador, emprende la huida disfrazado siendo arrestado el 29 de mayo de 1415. Por lo que hace a  Gregorio XII, éste accede a emitir un decreto convocando el concilio de Constanza, con lo que lo legitima aunque sea a posteriori, y hasta a abdicar, cosa que hace el 4 de julio de 1415, allanando el camino a la solución. Gregorio XII, nombrado Obispo de Oporto y legado perpetuo de Ancona, morirá apenas dos años después, el 18 de octubre de 1417.
 
            En cuanto a nuestro Benedicto XIII, se reúne en Perpiñán con el Emperador, el cual, aunque no consigue doblar su intransigencia, lo depone el 26 de julio de 1417. Sólo tres meses y medio después, el 11 de noviembre de 1417, se elige nuevo pontífice en la persona de Otto Colonna, el cual tomará el nombre de Martín V. Aprovechando, en este caso, que el Rhin pasa por Constanza, los cardenales no se privan de proclamar oficialmente el conciliarismo, la doctrina pergeñada en universidades como Oxford, París o Salamanca, que establece la superioridad del concilio sobre el Papa.
 
            Pues bien, todo el proceso que hemos narrado es el que se da en llamar el Cisma de Occidente, que no debemos confundir con el Gran Cisma de Oriente y Occidente de 1054 que da lugar a la separación entre católicos y ortodoxos y que, por el contrario de lo acaecido con el ahora relatado, no conoce al día de hoy solución. Un proceso de la historia de la Iglesia católica en el que, como hemos visto, varios papas se disputan la silla de Pedro y que dura, desde que en 1378 muere un gregorio, Gregorio XI, hasta que en 1417, abdica otro, Gregorio XII, treinta y nueve años. Y que por otro lado, pone fin a otro proceso histórico importante, el que podemos denominar como del papado aviñón.
 
            En la lista oficial de papas aparece toda la línea sucesora de Urbano VI, que se sienta en la silla de Pedro desde el 18 de abril de 1378 hasta su muerte el 15 de octubre de 1389. Con Bonifacio IX, que lo hace desde el 2 de noviembre de 1389 hasta su muerte el 1 de octubre de 1404; con Inocencio VII, que lo hace desde el 17 de octubre de 1404 hasta su muerte el 6 de noviembre de 1406; y con Gregorio XII, que lo hace desde el 30 de noviembre de 1406 hasta su abdicación el 4 de julio de 1415.
 
            Todos los demás protagonistas de la cuestión son considerados antipapas, a saber, Clemente VII, su sucesor Benedicto XIII, el papa pisano Alejandro V
y el sucesor de éste Juan XXIII.
 
            A no desdeñar, dentro del período, la proclamación oficial de la doctrina del conciliarismo, la cual cabe integrar en el proceso de primacía papal o preminencia romana, iniciado desde los albores mismos del cristianismo, y que aún habrá de conocer en el futuro hitos de importancia, como la proclamación en el s. XIX del dogma de la infalibilidad papal. Todo lo cual es sin embargo, otra historia diferente.
 
 
 
            ©L.A.
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