Jueves, 18 de abril de 2024

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Del alarmante informe PISA sobre España

por Luis Antequera

 
            Ha salido publicada el nuevo informe PISA sobre educación, el correspondiente al año 2010, en el que una vez más, nuestros estudiantes vuelven a rayar a una altura que más que dejar que desear, mete pánico, considerando que son ellos los que dirigirán la sociedad que tiene que pagar nuestras pensiones, aunque sólo sea por eso. Unase a PISA las conclusiones publicadas hace poco por el Informe de la Fundación BBVA sobre nuestros universitarios, y el cóctel (molotov) está servido.
 
            La mejor señal de que en España la educación hace aguas desde hace varios años y de que hay más de una generación severamente afectada, son algunas de las ideas que, a propósito de la nueva edición del informe Pisa, se han vertido por parte de personas que además, ostentan una cierta representatividad y, en consecuencia, deberían ser más cuidadosos con lo que dicen.
 
            La primera pertenece al Secretario de estado de educación, el Sr. Mario Bedera. Patético escucharle, poco menos que pensando en voz alta, en la rueda de prensa en la que presentaba el informe, consolándose con que las cifras de fracaso escolar que manejaba el ministerio eran “aún mayores” que las que daba el informe Pisa (como si las de éste no fueran suficientemente alarmantes), y con que, tal vez, podríamos corregir nuestra manera de computar el fracaso escolar para mejorar su “aspecto”.

            Tan similar a la reflexión que hace algo más de tiempo hacía el Sr. Caldera, vicepresidente ejecutivo de la Fundación Ideas, think tank (vivero ideológico, ¿les gusta el españolismo?) del pesoísmo, en el sentido de maquillar el paro –él hablaba de una fórmula para eliminar nada menos que de dos millones de parados- mediante la sencilla fórmula de apuntar a nuestros parados a cursitos de cualquier cosa para que, en palabras del Gran líder, el Ominisciente Pensador de La Moncloa, empezaran a “trabajar para el país”, y dejaran mediante tan imaginativo procedimiento, de engrosar cifras tan “enojosas” como las del paro español.

            Toda una manera de hacer política, pesoísmo en su estado puro. ¿Que molesta el fracaso escolar? Se trampea el fracaso escolar. ¿Qué molesta el paro? Se truca el paro y arreglado. De igual manera a como la guerra ya no es guerra sino misión de paz; la rendición, proceso de normalización; los terroristas, hombres de paz; o cinco millones de parados no son crisis. De modo similar a como un ministro de trabajo que cesa, todavía se jacta de ser el ministro que más ha gastado en subvencionar el paro en toda la historia de España.
 
            La segunda idea de las que quería hablarles la pueden oír Vds. en boca de cualquier político o periodista de los que se autointitulan "progresistas" y sólo pretenden disimular el poco desagrado que la presente situación de la educación española les produce, cuando al hablar de la ya más que imperiosa necesidad de una nueva ley ante el fracaso absolutamente indiscutible de la presente y de las que le han antecedido, apelan a la necesidad de un consenso inalcanzable “en el que todos cedan algo y todos aporten algo”.

            Lo cierto es que al estudiante receptor de la ley en cuestión, le va a importar tres que la ley en virtud de la cual se forja su educación proceda o no del buen rollito parlamentario. A estas alturas, lo único que importa ya es que la ley en cuestión recoja los principios de todos conocidos para obtener un sistema exitoso de enseñanza y a los que hemos renunciado hace ya demasiado tiempo, a saber, esfuerzo, mérito, premio, excelencia, disciplina, competitividad, respeto a los profesores, entre otros. Toda ley que no recoja estos principios, por muy fruto que sea del consenso, sólo servirá para seguir reincidiendo en el fracaso, de parecida manera a como una ley legítimamente aprobada, por muy reñida que sea su votación, si recoge estos conceptos, y sólo si lo hace, se verá coronada con el éxito.

            El que quiera unirse al consenso que lo haga, y el que no, pues no. Pero desengañémonos: no existe otro consenso que el que pase por el esfuerzo, el mérito, el premio, la disciplina, la excelencia, la competitividad y el respeto a los profesores, algo en lo que no hay nada que ceder.
 
 
 
 
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