Martes, 23 de abril de 2024

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Del adulterio en el Antiguo Testamento y su terrorífico castigo

por En cuerpo y alma

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            Que el adulterio es severamente castigado en el Antiguo Testamento es algo que casi todos sospechábamos, ahora bien, ¿cuán severamente? La verdad es que mucho. Nos lo dice el Levítico

            “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, serán castigados con la muerte: el adúltero y la adúltera” (Lv. 20, 10-21). 

            Insiste el Deuteronomio

            “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y también la mujer. Así harás desaparecer de Israel el mal” (Dt. 22, 22). 

            Más grave aún si la mujer es virgen, caso en el cual se prescribe hasta la clase de muerte que los adúlteros deben recibir. 

            “Si una joven virgen está prometida a un hombre y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que mueran” (Dt. 22, 23). 

            En tal caso, a la mujer no le valdrá como excusa ni siquiera el haber sido forzada: 

            “Los apedrearéis hasta que mueran. A la joven por no haber pedido socorro en la ciudad, y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo” (Dt. 22, 24). 

            Un tratamiento como se ve, y contrariamente a lo que acostumbra a creerse, igualitario, que no distingue entre hombres y mujeres… Eso sí, en el caso de adulterio “in fraganti”, porque si hablamos de adulterio en grado de sospecha, entonces la cosa es diferente y sólo se castiga en la mujer, que se ha de someter a la prueba, llamada “la oblación de los celos”, una suerte de ordalía, probablemente la primera de la historia, perfectamente descrita el libro de los Números:

            “
Si el marido es atacado de celos y recela de su mujer, la cual efectivamente se ha manchado; o bien le atacan los celos y se siente celoso de su mujer, aunque ella no se haya manchado; ese hombre llevará a su mujer ante el sacerdote y presentará por ella la ofrenda correspondiente: una décima de medida de harina de cebada. No derramará aceite sobre la ofrenda, ni le pondrá incienso, pues es “oblación de celos”, oblación conmemorativa para recordar una falta.
            El sacerdote presentará a la mujer y la pondrá delante de Yahvé. Echará luego agua corriente en un vaso de barro y, tomando polvo del pavimento de la Morada, lo esparcirá sobre el agua.Pondrá el sacerdote a la mujer delante de Yahvé, le descubrirá la cabeza y pondrá en sus manos la oblación conmemorativa, o sea, la oblación de los celos. El sacerdote tendrá en sus manos las aguas de amargura y maldición.
            Entonces el sacerdote conjurará a la mujer y le dirá: “Si no ha dormido un hombre contigo, si no te has desviado ni manchado desde que estás bajo la potestad de tu marido, sé inmune a estas aguas de amargura y maldición. Pero si, estando bajo la potestad de tu marido, te has desviado y te has manchado, durmiendo con un hombre distinto de tu marido...” El sacerdote entonces proferirá sobre la mujer este juramento, y dirá el sacerdote a la mujer: “Que Yahvé te ponga como maldición y execración en medio de tu pueblo, que haga languidecer tus caderas e infle tu vientre. Que entren estas aguas de maldición en tus entrañas, para que inflen tu vientre y hagan languidecer tus caderas”. Y la mujer responderá: ¡Amén, amén!
            Después el sacerdote escribirá en una hoja estas imprecaciones y las borrará con las aguas amargas. Hará beber a la mujer las aguas amargas de maldición, y entrarán en ella las aguas amargas de maldición.
            El sacerdote tomará entonces de la mano de la mujer la oblación de los celos, balanceará la oblación delante de Yahvé y la presentará en el altar. El sacerdote tomará de la oblación un puñado, el memorial, y lo quemará sobre el altar, y le hará beber a la mujer las aguas. Cuando le haga beber de las aguas, si la mujer está manchada y de hecho ha engañado a su marido, cuando entren en ella las aguas amargas de maldición, se inflará su vientre, languidecerán sus caderas y será mujer de maldición en medio de su pueblo. Pero si la mujer no se ha manchado, sino que es pura, estará exenta de toda culpa y tendrá hijos” (Nm. 5, 14-28). 

            El libro no da la receta del mejunje que el sacerdote daba a beber a la pobre mujer de la que sospecho su marido… algo me dice que mejor no conocerla.

 

 

            ©L.A.

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