Viernes, 19 de abril de 2024

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De un Cristo de Miguel Angel en el Arqueológico de Madrid

por Luis Antequera

 
            En mi visita al Arqueológico de la que les daba cuenta el pasado domingo, llamó mi atención una preciosa figurita de mármol que representaba la flagelación de Jesús, titulada “Cristo atado a una columna”, de unos 70 cms. de altura, en las que un atlético Jesucristo de una maravillosa factura en níveo mármol blanco, aparece en el momento previo a su tortura, de la que aún no presenta marcas, y completamente desnudo.
 
            Y aunque en la etiqueta del Museo nada se dice sobre su autoría, en su trabajo “Adiciones y rectificaciones a noticias sobre esculturas italianas en España”, la investigadora del Centro Superior de Investigaciones Científicas, Margarita M. Estella, dice de la figura lo siguiente:
 
            “El Cristo a la columna en mármol que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional se clasificó en su día como obra miguelangelesca por su descripción en sucesivos documentos del siglo XVIII y posteriores, singularmente el Inventario de los bienes de Carlos III, como obra atribuida a tan excelso escultor [...].
 
            La escultura se corresponde con toda probabilidad con la legada por el Cardenal Belluga que nombró heredera de sus bienes a la Corona española, por carta fechada en 1738. También parece que el Cardenal adquirió la pieza en Roma con la clasificación que le atribuyen los inventarios reales según consta en la documentación de palacio que lo describe a su llegada como un S(anto) X(risto) a la columna hechura de Miguel Angel Bonarota”
 
            La confusión se cierne, sin embargo, sobre la pieza:
 
            “Parece que es la misma “estatua de mármol representando un Cristo atado a la columna realizada por Rafael” que Isabel de Farnesio lega a su hijo Carlos, según noticia de Amelia Aranda”
 
            Para finalizar con la siguiente conclusión:
 
            “De un mármol muy blanco, de estilo con claros recuerdos miguelangelescos pues no creemos que pueda atribuirse a Rafael. No se descarta, no obstante, que dada la difusión de los modelos de Miguel Ángel en el tiempo y en el espacio, la obra comentada de Madrid pudo ser realizada por otro artista del sur de Italia, incluida Sicilia por su conocida producción marmórea desde los años de Antonello Gagini del que se dice, sin pruebas documentales, que estuvo en el taller de Miguel Ángel y cuya obra se prolonga por sus sucesores a lo largo de todo el siglo XVI. Pero también y según los documentos mencionados que dicen que fue adquirida en Roma puede ser efectivamente obra realizada por algún artista romano del siglo XVI. La bibliografía sobre el tema no es demasiado abundante y no se localiza con facilidad por lo que habrá que esperarse a un estudio posterior para intentar una clasificación más ajustada de esta interesante pieza”.
 
            Así que de Miguel Angel, de Rafael, de Antonello Gagini, o de un artista anónimo romano, -si bien nada de lo dicho por la Prof. Estella representa, a mi entender, la definitiva exclusión de la autoría migelangelesca que le fue garantizada al Cardenal Belluga-, la citada pieza es un aliciente más para visitar esa joya del “museísmo” que es nuestro Arqueológico.

            Una pieza que, en cualquier caso, representa a un magnífico Jesucristo en el momento en el que en estado de absoluta desnudez -una desnudez que, dicho sea de paso, es aval de la factura miguelangelesca, siendo el autor uno de los más audaces en tal tipo representación, ora de Jesús, ora del mismo Dios-, como sin duda debió ocurrir, atado a una columna, se hallaba en el trance de recibir el primer latigazo de una espantosa flagelación que, como con todo acierto se refleja en la película “La pasión” de Mel Gibson, le hizo subir al Calvario en estado de muerte prematura, razón por la cual exhalara su último aliento en la cruz tras haber permanecido colgado en ella apenas tres horas y sin necesidad ni de rematarlo, cuando es bien conocido que uno de los más valorados alicientes de la crucifixión consistía precisamente en la larga duración del tormento, existiendo testimonios de crucificados que sobrevivían en ella días enteros, hasta nueve según refleja algún acta martirial, concretamente la de Timoteo y Maura.
 
 
 
 

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