Jueves, 28 de marzo de 2024

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De mis razones para ser promonárquico

por Luis Antequera


            Me hacen gracia todos aquéllos que, -muchos desde el oportunismo, no todos-, se declaran a sí mismos como juancarlistas más que como monárquicos. Una manera como otra cualquiera, por cierto, de expresarse promonárquicos con fecha de caducidad, es decir, que con la figura de Juan Carlos se acaba su promonarquismo.
 
            Pues bien, yo soy promonárquico y no juancarlista. Un no juancarlismo que no ha de ser entendido en términos de aversión o de rechazo a la figura de nuestro actual monarca, a cuyo reinado la Historia está realizando y realizará un juicio el que sea, con sus luces y sus sombras, y que, si la Providencia y el Destino no lo cambian de aquí a que finalice, tendrá más de positivo que de negativo. No, no en absoluto. Sino en el sentido de que no es su figura la que dirige mi promonarquismo, sino que, en todo caso, es mi promonarquismo el que me conduce a su figura.
 
            Al promonarquismo llego yo por dos caminos. El primero es de tipo proactivo y se enuncia en una breve sentencia: si entre las monarquías España es la primera, entre las repúblicas sería la última. España, pese a muchos que lo niegan y más aún que lo desconocen, -es llamativo el desconocimiento y la inconsciencia que los españoles tienen sobre sí mismos- es una gran nación, es una de las grandes naciones del mundo y de la historia. No existe movimiento histórico de relevancia que los españoles nos hayamos perdido, y durante momentos muy importantes de la historia, somos los españoles los que la hemos conducido. En todos esos momentos y en todos esos logros de la cultura hispánica, su monarquía ha estado muy presente y muy cercana, otorgando su sello a la manera en la que los españoles hacíamos las cosas, al tiempo que esta manera tan particular de actuar de los españoles iba condicionando a su vez la particularísima morfología de nuestra monarquía.
 
            El segundo es de tipo reactivo, y se enuncia igualmente en una breve sentencia: el experimento republicano ha sido siempre un fracaso en España. Pero no un pequeño fracaso, no: un fracaso con mayúsculas, un fracaso monumental en su más absoluta y antológica expresión, culminado en el nihilismo, en la total autodestrucción física y metafísica, tanto en lo individual como en lo nacional. Lamentablemente, por lo que a la república se refiere, no hemos sido capaces los españoles de mejores logros.

            Un fracaso, curiosamente, propiciado, por encima de todo y en primer lugar, por los que se dicen -si es que hay alguno sincero- republicanos, incapaces de alcanzar el menor acuerdo, no ya con los no republicanos, sino entre sí mismos. Porque reconozcámoslo, sincerémonos de una vez por todas: en España no hay republicanos, hay personas que ven en la república un camino apto para alcanzar objetivos que en cualquier caso, transcienden a la república en sí: para unos es la secesión; para otros, la dictadura del proletariado; para unos terceros, la acracia; para los de más allá, el exterminio de la Iglesia... La república no es para nadie, o para casi nadie en España, un fin. Es sólo un medio.
 
            Por todas estas razones, yo soy promonárquico.
 
 
 
 
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