Viernes, 29 de marzo de 2024

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De los muchos perritos como Tommy que en la historia han sido

por En cuerpo y alma

 
            Vds conocen bien la historia de Tommy, un precioso pastor alemán que en este caso no es alemán sino italiano, de doce años de edad, un poco viejito en términos caninos, que asiste diariamente a misa en San Donaci, en el sur de Italia, a la espera de que su dueña, fallecida, regrese un día. Se lo contó hace bien poquito este mismo periódico.
 
            Tommy era un perro vagabundo hasta que un día encontró un hogar. Pero su anciana dueña un día se fue. Se murió dejando sólo a Tommy. Ocurrió hace ya dos meses y desde entonces, Tommy asiste todos los santos días, nunca mejor dicho, a los distintos oficios que se producen en la iglesia, que sea una misa, que sea un bautizo, que sea una boda… Particularmente emotivos los entierros, pues parece que al ver un féretro, Tommy se abalanza y lo acompaña, como si esperara que de la misma manera que la vio por última vez dentro de uno de ellos, de otro distinto vuelva a salir por su pie su afortunada dueña, afortunada digo por tener un amigo como Tommy.
  
Monumento a Hachiko

           Pero la de Tommy no es la única historia de fidelidad a prueba de bombas protagonizada por un perro. La más conocida tal vez sea la de Hachiko, un perro japonés de raza akita. En 1924, Eisaburo Ueno, profesor de la Universidad de Tokio, compró el perrito para regalárselo a su hija. Hachiko fue enviado en una caja cerrada desde Akita hasta Shibuya en un largo y penoso viaje de dos días encerrado en un furgón de carga. Cuando los sirvientes del profesor recogieron el paquete y lo abrieron, creyeron que el perro estaba muerto, pero al llegar a la casa, el profesor le ofreció un vaso de leche y el perrito revivió.
 
            El perro lo despedía todos los días, y cuando Eisaburo volvía, en la estación del tren se hallaba invariablemente Hachiko esperándolo. El 21 de mayo de 1925 Eisaburo sufrió una hemorragia cerebral mientras daba clases y murió. Hachiko, como de costumbre, corrió a la estación a recibir a su amo, y al no verlo llegar, no abandonó jamás aquella terminal, quedándose a vivir en ella los siguientes nueve años de su vida. Los viajeros lo alimentaban y lo cuidaban, y se hizo tan popular, que en abril de 1934, en presencia del propio Hachiko, le fue erigida una estatua en la estación.
 
            Un buen día Hachiko dejó de esperar puntualmente a su amo: no lo hizo sin morirse, cosa que ocurrió el 8 de marzo de 1935. Su cuerpo fue disecado y guardado en el Museo de Ciencias Naturales. En 1944, en plena Guerra Mundial, la estatua de Hachiko, que era de bronce, se fundió para fabricar armas. Pero en agosto de 1947, se le erigió una nueva que aún existe.
 
            Muy parecida es la historia del compatriota de Tommy, Fido, de Borgo San Lorenzo, en Italia, que en la década de los 30 y los 40 también acompañaba a su dueño Luigi a la estación de ferrocarril, y también lo recibía, hasta que un día, por razones que excedían la capacidad de comprensión de Fido, éste no volvió. Luigi había sido reclutado para acudir al frente ruso en 1943. Desgraciadamente, Luigi no volvió jamás, uno más de los muchos mártires que se cobro la Segunda Guerra Mundial. Fido en cambio, no dejó de acudir a la estación hasta los inicios de los años 50 en que viejo, y con una grave artritis, fue hallado sepultado bajo la nieve. En memoria de Fido se erigió una estatua con su imagen al lado de la estación de ferrocarril que Fido visitó diariamente durante más de 20 años.

   
             En España está el caso de Canelo, perrito gaditano que acompañaba a su dueño al Hospital Puerta del Mar de Cádiz a recibir su tratamiento de diálisis, hasta que un día el hombre falleció. Canelo se quedó esperándolo a la puerta del hospital doce años, hasta que el 9 de diciembre de 2002, él mismo fue atropellado. Una calle en Cádiz lleva su nombre y como Hachiko o Fido, tiene también su estatua.
 
            En Durazno, en Uruguay, el perrito Gaucho recorrió más de 50 kilómetros para llegar al hospital en el que estaba su amo, acompañándole hasta el día de su muerte, y luego durante entierro. En el cementerio, Gaucho custodió la sepultura hasta que él mismo murió. En Durazno tiene una estatua frente al cementerio.
 
            En Argentina, se habla de un caso no menos curioso, pues el perro llamado Capitán fue capaz de encontrar la tumba de su amo en el cementerio en el que había sido enterrado sin que nadie le indicara donde se hallaba, con su solo olfato. Y desde que la encontró, se presenta a saludarlo todos los días a las 6 de la mañana. Pero mejor que yo, se lo cuenta el encargado del cementerio.
 
 
            En Edimburgo, en Escocia, encontramos otro clásico del tema: Greyfriars Bobby, un skye terrier, que desde que su amo murió en 1858 y hasta que él mismo lo hizo catorce años después, no dejó de visitar una sola noche su tumba. También él tiene una preciosa estatua en Edimburgo.

Monumento a Greyfriers Bobby
en Edimburgo
Laika
a bordo del Sputnik 2

            Y en otro orden de cosas, siempre nos queda el caso de Laika, la perrita Laika, el primer terrícola que habitó el espacio, el primer astronauta y el único tripulante del Sputnik 2. Una perrita mestiza probablemente mezcla de husky y de terrier, cuyo nombre no significaba contrariamente a lo que algunos puedan pensar, “laico, que no pertenece al clero”, sino “ladradora”, cosa que me parece necesario aclarar escribiendo uno donde escribe.
 
            Su muerte fue muy triste: la pobrecita Laika murió por el sobrecalentamiento de la nave. Los avergonzados soviéticos dieron versiones contradictorias sobre su final. En algún momento se dijo que había sobrevivido cuatro días; el astronauta Malashenkov reveló que apenas sobrevivió siete horas al lanzamiento del Sputnik.
 
            Ejemplos vivos, todos ellos, de que como decía aquél afortunado anuncio de la Fundación Purina “El nunca lo haría”, un perro jamás abandona a su amo, que lleva a preguntarse, ¿pero acaso nos merecemos el amor que nos profesan estos maravillosos animalitos, cuyo nombre, “perro”, para colmo, sólo utilizamos tan a menudo como el peor de los insultos?
 
 
 
            ©L.A.
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