Viernes, 29 de marzo de 2024

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De la virginidad en el Nuevo Testamento (2): hoy, las Cartas de San Pablo

por En cuerpo y alma

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            Después de conocer las referencias existentes al tema de la virginidad en los Evangelios (pinche aquí para conocerlo), y sin salir del Nuevo Testamento, toca hoy entrar en el tratamiento que del tema hace el que más tiempo y tinta le dedica al mismo que no es otro que San Pablo, y todo ello en el bien entendido de que cuanto Pablo escribe sobre el tema procede de su sola reflexión iniciática y personalísima. Así lo reconoce, de hecho, el propio apóstol de los gentiles:
 
            Acerca de la virginidad no tengo precepto del Señor” (1Co. 7, 25).
 
            El tratado sobre la virginidad de San Pablo se despliega en la Primera Carta a los Corintios, a lo largo de su capítulo séptimo de la misma y es muy original. Para empezar, no se refiere únicamente a la mujer, al que en el modo que hemos tenido ocasión de ver, se refiere el Antiguo Testamento, sino también -casi diríamos principalmente-, al varón:
 
            “En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer” (1Co. 7, 1).
 
            Tanto que más adelante vuelve a decir:
 
            “No obstante, digo a los solteros y a las viudas: Bien les está quedarse como yo [es decir virgen]”.
 
            De donde parece concluirse que el consejo es para varones y para mujeres que ya hayan degustado el matrimonio y hayan quedado viudas, pero no, en modo alguno para mujeres solteras, aunque ya veremos que no es del todo así.
 
            Explica las razones por las que cree recomendable la virginidad, que vienen a ser dos. La primera la “tribulación en la carne, que yo quisiera evitárosla” (1 Co. 7, 28). La segunda, la siguiente:
 
            “El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido”. (1Co. 7, 32-34).
 
            Momento en el que, por cierto, extiende el consejo a todo tipo de mujer, no sólo la viuda, como veíamos arriba, sino también la soltera y hasta la casada:
 
            “La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido” (1Co. 7, 32-34).
 
            La virginidad en Pablo en un estado por el que se puede optar en cualquier momento, accesible incluso a quien ya la ha perdido:
 
            ¿Estás unido a una mujer? No busques la separación. ¿No estás unido a mujer? No la busques” (1Co. 7)
 
            Y en todo caso, Pablo reconoce que la propuesta es una opción muy suya y muy personal -“bien les está quedarse como yo” (1Co. 7, 8)- y que lo que dice apenas es un consejo, como quien, por la misericordia de Dios, es digno de crédito” (1Co. 7, 25), y en todo caso, una concesión, no un mandato” (1Co. 7, 6). Por lo que, en consecuencia, que practicarlo sea virtud, no quiere decir que no practicarlo sea pecado:
 
            “Mi deseo sería que todos fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra” (1Co. 7, 7).
 
            De hecho, Pablo explica la santidad del matrimonio:
 
            “Si alguno teme faltar a la conveniencia respecto de su doncella, por estar en la flor de la edad, y conviene actuar en consecuencia, haga lo que quiera: no peca, cásense” (1Co. 7, 37)
 
            Que como él mismo dice, “si no pueden contenerse […] mejor es casarse que abrasarse” (1Co. 7, 9).
 
            Pero finalmente, no puede evitar establecer una comparación entre la santidad del estado matrimonial y el estado virginal que él propone como modelo:
 
            Por tanto, el que se casa con su doncella, obra bien. Y el que no se casa, obra mejor” (1Co. 7, 38)
 
            En su Segunda Carta a los Corintios insiste aún en el tema y da una nueva explicación a su autoimpuesta virginidad:
 
            “¡Ojalá pudierais soportar un poco mi locura! ¡Sí que me la soportáis! Celoso estoy de vosotros con celos de Dios, pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo”. (2Co. 11, 1-2).
 
            Y sin mucho más por hoy, queridos amigos, me despido de Vds. por hoy, no sin desearles una vez más que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos… verán que bien se quedan.
 
 
            ©L.A.
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