Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

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De la Ley Aído o la siembra de la cizaña

por Luis Antequera

            Son muchos los que se preguntan por las razones que han podido llevar a Zapatero a lanzar en este momento preciso una nueva regulación de las prácticas abortivas que sustituya la despenalización del aborto vigente por la consagración de un nuevo derecho de la mujer cual es el de abortar. Dicen algunos que la debilidad de su Gobierno le ha obligado a claudicar ante el sector feminista radical de su partido. Dicen otros que se trata de una cortina más de humo de las muchas que lanza a la sociedad para desviar la atención sobre lo único importante, la crisis económica. Dicen unos terceros que la presente ley es uno más de los instrumentos del Sr. Zapatero para llevar a cabo su proyecto de ingeniería social dirigido a transformar la sociedad española, una vieja aspiración del pesoísmo, por cierto, presente ya en el famoso y antiguo discurso del Sr. Guerra en el que nos hablaba de una España a la que no iba a reconocer “ni la madre que la parió”.
 
            Personalmente, desconozco si lo primero se ha producido. Lo segundo me parece una solemne majadería, como ya he defendido aquí mismo en otras ocasiones [1], destinada sólo a descargar a la oposición de buena parte de sus obligaciones. Y en lo tercero estoy bastante de acuerdo: lo único claro en el pueril, confuso y endeble pensamiento del Sr. Zapatero es que España no le cae bien: no le gusta su gente, no le gusta su historia, no le gusta su idiosincrasia, no le gusta la influencia que ha tenido en el mundo y en la historia... Por no gustarle no parece gustarle ni su lengua, a la que maltrata sañudamente... ¡y eso que no habla otra!
 
            No obstante ello, voy a aventurar una cuarta razón para explicar el porqué de que el Sr. Zapatero promueva la aprobación de una nueva ley de aborto ahora, razón que no es otra que la de no desperdiciar una ocasión tan suculenta como la presente de volver a dividir a los españoles, a sembrar la discordia entre ellos, ahora que hasta la crisis parece unirnos, aunque sea en la desgracia: la famosa doctrina zapatérica del “nos conviene que haya tensión” [2].

             Y es que por absurdo que pueda parecer, hay una serie de políticos en el mundo –el argentino Kirschner es otro- que no conciben el gobierno sin sentir en las mismas pituitarias el hedor de la división social, como si el mismo fuera el aval que confirma hallarse en la correcta dirección. Desde tal punto de vista, es fácil entender las continuas alusiones de Zapatero a sus “fantasmas personales”, encarnados en yankees, judíos, empresarios, machistas, homófobos, multinacionales, franquistas, obispos, derechona y tantos otros personajes imaginarios o agigantados a los que parece ver por todas partes, como Don Quijote los molinos, y le sirven para explicar su primitiva concepción antropológica de la realidad.
 
            Si a eso añadimos que después de tocar todos los temas capaces de producir la real fragmentación de la sociedad –Zapatero ha sufrido ya más de una decena de manifestaciones millonarias, de esas que tantos gobernantes no sufren ni una en toda su carrera política-, el Sr. Zapatero consigue lo único que le importa, a saber, una segunda mayoría parlamentaria para renovar su alquiler de la Moncloa, habrá que aceptar que la táctica, más allá de su verdadera eficacia, sí se le aparezca al presidente como eficaz.
 
            No nos engañemos: la ley del aborto no es la última de las pesoítas llamadas a sembrar una vez más la discordia entre españoles. Por lo menos, falta que sepamos, una, la Ley de cultos. Pero no les quepa duda, seguirán otras. ¿Qué tal una ley sobre la objeción de conciencia? ¿Qué tal la regulación de la eutanasia? Y un nuevo “proceso de paz” con los mismos “hombres de paz” de siempre, ¿que tal?
 
            Sinceramente, no me puedo imaginar al Sr. Zapatero durante nada menos que dos años y medio, los que le faltan hasta las próximas elecciones –no se van a celebrar antes-, privándose de hacer aquello que más le gusta y que mejor conoce, a saber, sembrar cizaña.
 
 
 
[1] Sobre las cortinas de humo del Gobierno:
 
 
[2] Doctrina zapatérica de la tensión en:
 
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