De la cotización de los españoles en el mercado de rehenes

            Ayer han secuestrado a tres españoles más en algún lugar del planeta. Y van ya unos cuantos. Los españoles no somos, desde luego, los únicos ciudadanos del mundo en el punto de mira del terrorismo internacional, eso es cierto y debe ser tenido en cuenta a la hora de realizar cualquier análisis. Pero para que dicho análisis sea completo, tampoco debemos desdeñar la parte de culpa que nos cabe en ello, porque la política del Gobierno pesoíta que asuela este país desde que un malhadado 14 de marzo un señor llamado Zapatero ganara unas elecciones que en cualquier otro país del mundo no se habrían celebrado, está poniendo a los españoles a los pies de los caballos por lo que al terrorismo internacional se refiere.

            Los españoles en estos momentos gozan entre los terroristas internacionales de de la triste reputación de ser dos cosas: vulnerables y cotizados.

            Vulnerables desde el punto y hora en que el llamado a proteger los intereses españoles en el mundo, nada menos que todo un ministro de Defensa, declarara que prefiere morir a matar. O que otra ministra, igualmente de Defensa, declarara en sede parlamentaria algo así como que la defensa de los intereses españoles en el extranjero por el ejército español, era “ilegal”, tesís que, más allá de la retórica, viene corroborada por los hechos: así, la orden dada a los soldados españoles de no disparar contra los piratas que retenían a nuestros compatriotas ni aún cuando ya los habían soltado, cosa que, según todo apunta, ocurrió tanto en el secuestro del Playa de Bakio como en el del Alakrana; así, la sanción impuesta a un pobrecito teniente al que se le escapó un tiro; así, la asignación de la defensa de los pesqueros españoles a grupos privados de seguridad y no a las fuerzas magníficamente preparadas de las que goza la Marina española. La primera señal de nuestra rendición incondicional a las exigencias del terrorismo internacional, la dimos con la nefanda y bochornosa retirada de Irak, la cual no debíó producirse, y desde luego, nunca en los términos y maneras en las que ocurrió. Y siguió luego con la provisonalmente frustrada ante la ETA.

            Cotizados desde el punto y hora que el Gobierno paga bien y pronto, -por lo que sabemos, incluso generosamente y al primero que se lo pide-, pone nulas condiciones, no hace nada por recuperar lo que paga y cumple con los compromisos que adquiere con los terroristas con la misma puntualidad que una viejita la penitencia que le impone el confesor.