Jueves, 18 de abril de 2024

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De cuando el resentimiento se apodera del voto

por En cuerpo y alma

 
 
            Los teóricos de la democracia dan por hecho que cuando los ciudadanos son convocados a votar, todos los que acuden lo hacen en la idea de elegir a las opciones políticas y a las personas que, en su criterio, han de reportar mayor beneficio y mejor provecho a ellos mismos y a la sociedad, en ese orden o en el contrario, que de todo hay en la viña del Señor. Y la pregunta que hoy me formulo es: tan optimista premisa en la base de la teoría política ¿se condice efectivamente con la dura realidad?
 
            Pues bien, mucho me temo que no, y los hechos más bien nos demuestran que son muchos los que al votar, no lo hacen pensando en el beneficio propio y menos aún en el de la sociedad, sino, muy al contrario, en el puro perjuicio de los demás. Dicho en román paladín, y para que todos nos entendamos, con el argumento que tan bien resume el famoso adagio español que reza en tres palabras: “¡que se jo…!”.
 
            Si paradójico resulta acudir a las urnas de tan singular manera, más paradójico resulta aún analizar quién lo hace, o en otras palabras, quiénes son esos resentidos del sistema que al votar no utilizan más criterio que el citado: ¿los que cobran el salario mínimo tal vez? ¿los desahuciados? ¿los miserables? ¿los parados? ¿los mendigos? ¿los marginados? ¿los parias de la tierra de los que hablan los bellos acordes de la Internacional? No digo que no haya alguno, pero no constituyen ni mucho menos la mayoría. Son los resentidos en su estado puro, los nuevos parias de la tierra, aunque sus razones para estarlo poco o nada tengan que ver con los condicionantes económicos de los que hablaba Marx ni con otras motivaciones socioeconómicas al uso: hombres y mujeres que no tienen ni una mala posición en el trabajo ni un mal sueldo, pero envidian a sus jefes porque los tienen mejores; mujeres frustradas en su relación con los hombres y hombres frustrados en su relación con las mujeres; jóvenes y no tan jóvenes que no le piden a la vida un buen trabajo, sino no trabajar, aunque tanto tedio no les produzca otra cosa que más amargura; habitantes hartos de que su vecino tenga un coche mejor, o sea más guapo, o más alto, o más simpático… tantas razones relacionadas más con la íntima sensación del resentimiento que con la real situación de la desgracia; más con el dolor que produce lo que el otro tiene que con el que produce lo que uno no tiene; más, en suma, con la envidia y la pereza que con el egoísmo, triste realidad de tantas sociedades.
 
            En circunstancias como éstas, los denodados esfuerzos de algunos por demostrar que los destinatarios de ese voto resentido y envidioso reciben una financiación más o menos dudosa o edificante, que sus miembros se aprovechan del sistema más o menos, o que sus recetas no conducen al bien común sino que donde se han practicado no han producido más que escasez y miseria, no hace sino confirmar a sus electores en las “altas” expectativas depositadas en ellos y en su idoneidad para conseguir lo que de ellos se espera: el famoso “¡que se jo…!”. Pero que se jo… ¿quién? Ah, eso nunca lo han sabido… alguien, todos, algunos, “la casta”, los ricos, mis vecinos, las tías, los tíos, mi jefe, ¡qué más da! Sólo cuando al final del proceso descubren que los más jo…dos son precisamente ellos, porque por muy jo…dos  que estén (y ahora que gobiernan sus elegidos más) siempre hay alguien a quien seguir envidiando, (a veces, precisamente aquéllos a los que entregaron su voto), entonces, sólo entonces, descubren que votar “para que se jo…” no era la solución. Pero llegar a esa conclusión requiere tiempo, mucho tiempo, que la envidia es pertinaz como la sequía y cabezota como el borrico, y cuando finalmente se alcanza, es mucha la vida perdida y casi siempre se llega tarde…
 
            Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Por aquí nos vemos.
 
 
 
            ©L.A.
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