Unos guías misteriosos, un madrileño, pecados, visiones... y esperanza con Dios
«La mirada de Pío», de Jorge Montenegro: una novela espiritual, para ver más allá de la apariencia
¿Y si pudiéramos ver "desde el Otro Lado"? ¿Y si alguien nos guiara desde la Otra Vida para abrirnos los ojos sobre esta vida breve, la muerte y Dios?
Los escritores de Occidente empezaron a fabular así en el s.I a.C. con el "sueño de Escipión", que contaba Marco Tulio Cicerón en su libro Sobre la República. En esa historia, Escipión el Africano el Viejo, ya fallecido, se aparece a su nieto adoptivo, Escipión Emiliano, y le habla sobre las cosas que vendrán y las recompensas en la otra vida a los virtuosos, mostrándole el mundo desde extrañas alturas.
El demonio intenta algo parecido, en versión corrupta, con Jesús, en el desierto, al intentar presentarse como guía que le muestra reinos y riquezas. Es un guía mentiroso y corruptor, que enseguida entiende que Jesús no caerá ante sus ofertas.
Dante lleva este género a su máxima expresión en la Divina Comedia, en el s.XIV, con el romano Virgilio, guía que muestra al poeta lo que hay en el Infierno, el Purgatorio y el Cielo, dando voz a los sabios o a los pecadores del pasado.
Dickens lo reformuló con su Cuento de Navidad y sus tres fantasmas que muestran lo oculto en las navidades pasadas, presentes y futuras.
El modelo más cercano: C.S.Lewis
C.S. Lewis retoma el género de varias formas, especialmente en El Gran Divorcio, donde el escritor George MacDonald nos guía por el Cielo, acompañando a unos condenados que acuden allí en una incómoda visita. Pero también recurre a ello en su serie de Narnia y su trilogía del Espacio, con sabios que nos conducen por un mundo extraño donde las cosas no son las que nos parecen.
En Mientras no tengamos rostro, toda la historia se nos muestra según la mentalidad obcecada de la protagonista: sólo en el último capítulo entendemos la verdad que ella se negaba a ver, y las apariencias se hunden. Y Las Cartas del Diablo a su sobrino insisten: una cosa es lo que ven los hombres, engañados o autoengañados; otra, la realidad que ven los demonios y los ángeles. Como dice San Pablo (1 Corintios 13,12), "ahora vemos como en un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara".
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Con una novela breve, La mirada de Pío (VozdePapel), Jorge Montenegro se suma a esta tradición literaria, al deseo de ver "cara a cara", de ser guiados por los que nos precedieron y alcanzaron ya la otra vida. Eran sabios ya en vida, y ahora pueden traernos más sabiduría, adaptándose a nosotros y haciéndonos espabilar con empujones de verdad.
No tienen que convencernos con silogismos, sino mostrárnoslo, mostrar nuestras vidas llenas de autoengaño y cortedad. Es lo que pide Jesús: "No juzguéis por la apariencia, sino juzgad con juicio justo" (Juan 7,24).
Costumbrismo junto al estadio Bernabéu
Montenegro brilla especialmente en las escenas costumbristas con toques de nostalgia en las que se mueve Diego, un periodista madrileño que salta de chica en chica, busca la fama, presume de ir a restaurantes caros y queda con amigos a los que en realidad no aprecia.
La música de Mecano, los comentarios junto al estadio Santiago Bernabéu sobre si Schuster irá al Madrid después del Barça, las comidas navideñas con cuñado, el gol de Iniesta, las pérdidas familiares... son las vivencias compartidas de muchos españoles, a veces entrañables, que no son malas en sí. Pero forman parte del entramado que usamos para distraernos, y no acercarnos a Dios.
"Mecano en concierto", en 1992... la novela tiene elementos de nostalgia que conectan con las vivencias de muchos españoles... y hacen que el lector repase su vida
Llega la pandemia, y en el hospital el protagonista se encuentra en su cartera una estampita del padre Pío que le dio su única novia sincera y cristiana. "Esa pazguata monjil", la llamaba el demonio que susurraba en su oído.
Más allá del muro de la apariencia
Y entonces llega el viaje, cae el muro de las apariencias. Un escritor inglés acompañará a Diego a repasar su vida a través de sus pecados, más espirituales que materiales, como sucede a los que tienen dinero. Se acuesta con chicas más por vanidad que por lujuria. Va a restaurantes caros por presumir. Como un dragón, acumula tesoros que no disfruta.
En una segunda fase, el viaje espiritual lleva al personaje a conocer a los maestros cristianos del desierto. De fondo, la sencilla y poderosa oración del nombre de Jesús. El autor, que conoce bien el mundo de la meditación budista e hindú, sabe que esa mística cristiana, la hesicastia, es una oferta interesante para los lectores de apertura espiritual que han chapoteado en la Nueva Era.
En una tercera fase, Diego conoce a algunos santos y aprende de ellos que orar no es tan difícil. Hay mucho pelagianismo que superar, especialmente en las personas que se han esforzado en alcanzar "iluminación" con esfuerzos, técnicas y disciplinas. El camino de la sencillez y la confianza es otro. Aquí, la Virgen María, que requiere que nos hagamos niños en su regazo, es una culminación, aunque como explica Didi, para otros es el inicio del camino.
Para cristianos y otras personas en búsqueda espiritual
Se trata, pues, de una novela breve espiritual, de 140 páginas, ágil, con mucho diálogo, de un formato que han explorado muchas personas que hayan leído libros de autoayuda (diálogos del maestro con el novato o entrevistador, como en El monje que vendió su Ferrari).
Lo pueden leer cristianos y también personas alejadas de la Iglesia pero con inquietudes espirituales, en búsqueda, que saben que lo que tienen no les satisface. A quien haya explorado la Nueva Era y el misticismo oriental les puede ayudar mucho, al aterrizarles en el mundo de la tentación y el pecado y darles alternativas que les intriguen.
Quien haya disfrutado con la película La Cabaña (donde las Personas de la Trinidad se manifiestan como personajes de distintas razas y sexos) también puede dejarse llevar por estos guías. Los fans de C.S.Lewis encajarán bien el itinerario. El lector cristiano, por fin, verá reforzada una autocrítica sana y reconocerán más la pequeñez que nos hace depender del abrazo del Padre y la amistad de los santos, a veces tan distintos a nosotros, pero, con Dios, tan cercanos a nosotros.
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