Jueves, 28 de marzo de 2024

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¿Cual es la esencia del alma femenina?

por Juan del Carmelo

Decididamente, cuando el hombre se pone a examinarla, le resulta incomprensible. Bueno esto es  lógico que así sea, pues los hombres tratamos de analizar las conductas femeninas, basándose siempre en nuestra propia naturaleza y en nuestros propios criterios de actuación y naturalmente siempre nos equivocamos. Sin embargo no se equivocan tanto, aquellos que careciendo en el grado adecuado de la hormona denominada testosterona, comprenden mejor el alma femenina  e incomprensiblemente para nosotros, y esta clase de, llamémosles hombres sin ánimo de ofenderles, a las mujeres le resultan graciosos y agradables. Quizás sea, porque ellas no ven en este clase de, hombres, un potencial de peligro al ser unas semi-compañeras.

  

No quiero avanzar en la escritura de esta glosa, sin dejar de manifestar que no soy  ningún sicólogo ni siquiera tengo estudias al respecto, pero si tengo ojos en la cara y también pienso que tengo algo de sentido común, lo que me lleva a razonar.

 

Desde que era niño, con la primera comunión recién hecha, como era muy observador, me llamaba la atención, que en los confesionarios con dos rejillas laterales y un frontal, las mujeres se confesasen por medio de las rejillas laterales, de las que siempre salían a ambos lados largas colas de ellas esperando confesarse, mientras que los hombres se confesaban por el frontal. ¡Qué tiempos aquellos, Dios mío! El frente estaban siempre vació, lo que era fantástico para los hombres que nunca tenían que aguardar cola. Esto me hacía pensar que las mujeres eran más pecadoras que los hombres y esta idea me la reforzaba el hecho de que siempre veía a más mujeres que hombres en la iglesia, naturalmente, pensaba yo que  necesitan acudir más a la iglesia porque pecaban más.

 

Fui creciendo y poco a poco fui dándome cuenta de mi error inicial. Aunque tanto unas como otros, somos cuerpo y alma, para mí que la mujer es más alma que cuerpo y nosotros somos más cuerpo que alma. Ella ama más y más profundamente que nosotros. En ellas fluye siempre una intensa sensibilidad interior, un deseo de ser amadas tal como se recoge en el Génesis cuando este dice: “A la mujer le dijo: Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará”. (Gn 3,16).

 

Bueno, no me meto en analizar una estadística inexistente, de si pecan más las mujeres o los hombres, pero lo que sí puedo asegurar con rotundidad, es que las mujeres, aman más al Señor que los hombres y si tenemos en cuenta que la esencia del Señor, es amor y solo amor (1Jn 4,16), al ser el alma femenina más predispuesta al amor y al sacrificio que la del hombre, ellas se encuentran más cerca de Dios, que nosotros. Lógicamente existen sus excepciones en uno y otro campo. Prueba es la infinidad de veces que tanto el Señor, como su Madre María, se han aparecido a ellas, más que a hombres. Recuérdese a este respecto las apariciones más conocidas en el mundo.

 

Georges Chevrot escribe a este respecto diciendo: “Por regla general, las mujeres suelen ser más piadosas que los hombres, pero eso no se debe, dígase lo que se diga, al mayor sentimiento que manifiestan en la expresión de su fe. La causa es más profunda: su fe es en primer lugar fidelidad. Razonan tanto como nosotros, aunque de otro modo, y su intuición las lleva al interior del misterio, mucho antes que nuestras estrictas deducciones. Ellas atraviesan también las regiones de la oscuridad y de la duda, pero con un paso más firme, porque en un acto de fe, se han entregado a Dios con todo su ser. Y también saben esperar. Mientras que un hombre corta un nudo con una navaja, la mujer lo deshace pacientemente. Nuestras hermanas aceptan más valerosamente que nosotros, los incomprensibles rigores de la adversidad: en el momento álgido de la desbandada saben que no se ha dicho la última palabra y que esa palabra la dirá Dios. Su confianza es más interior; más pura, y por un motivo inexplicable, generalmente acaban por tener razón”.

 

Ellas comprenden el amor mejor que el hombre porque desean ser amadas y ese deseo insaciable de ser amadas, es esa fuerza interior que las mantiene firmes a pesar de las difíciles situaciones que nos depara la vida. Prueba de ello es con la mayor facilidad que sale adelante una viuda antes que un viudo. Ella nunca duda en sacrificarse por los demás y más concretamente por sus hijos, porque en la defensa de ellos le sale a flote un instinto de leona. El Señor en la tierra colmará necesidad muy profunda de toda mujer: la de amar y ser amada, la de tener parte en el amor y crecer en él. Porque el Señor a su paso por la tierra será un reflejo de lo que hay de femenino en el corazón de Dios. Su amor es profundo y tierno. Su compasión es expresión de la compasión de Dios y de sus “entrañas misericordiosas”, de ese amor de índole maternal que con tanta frecuencia aparece descrito en el Antiguo testamento.

 

Ellas son portadoras, de ese lugar tan especial donde una nueva vida comienza, alimentando desde su vientre, ese ser que apenas se está formando, y que las hará capaces de conocer uno de los más grandes amores que pueda sentirse en esta vida, es la maravilla de la maternidad. Es la realidad de compartir con Dios su obra creadora, ofreciéndole a Él un cuerpo distinto siempre a todo lo creado anteriormente y también distinto a lo que se cree en el futuro, donde el Señor insuflará un alma, también distinta, a todo lo creado anteriormente y también distinta a lo que Él, llegue a crear en el futuro. Es la maravilla de la maternidad, que no acaba con el nacimiento de él o de ella, sino que se prolongará toda la vida entre madre e hijo o hija, creando una especial relación de amor difícil de romperse.

 

Los rabinos de Israel, enseñan que Dios extrajo a la mujer no de la cabeza del hombre, para que no le gobernase, ni de sus pies para que no fuese su esclava, sino del costado para que estuviese cerca de su corazón. Fulton Sheen escribe: “La primera diferencia entre un hombre y una mujer, es que el hombre se preocupa principalmente de cosas y la mujer de personas. De ahí que el hombre hable de negocios, de asuntos, mientras que la mujer converse del modo como está vestida otra mujer. El interés del hombre es más remoto, el de la mujer es más inmediato. El interés del hombre tiende a lo abstracto, el de la mujer a lo concreto e íntimo. Un hombre se afana con objetivos, fines, propósitos, la mujer con algo muy próximo, cercano y querido para ella. Porque el hombre encuentra su interés en cosas y la mujer en personas, esta se siente inclinada a charlar, a criticar, a comentar. Una mujer no cree todo lo que oye, pero a lo menos puede repetirlo. Una segunda diferencia entre el amor de un hombre y el de una mujer, es que el primero siempre dará razones para amar, la segunda en cambio, no da razones para amar. El hombre dirá: Yo te amo porque eres hermosa; yo te amo porque tus dientes son como perlas, yo te amo porque haces hermosos postres; yo te amo porque eres delicada y dulce. La mujer dirá simplemente: Yo te amo y punto. El amor del hombre siempre está mezclado con razones. Para una mujer en cambio, el amor es siempre su propia razón: Yo te amo porque te amo. Una tercera diferencia es que los defectos influyen en el amor del hombre; la mujer, en cambio, no se deja influenciar por los defectos del ser al que está amando…. La mujer no prestará oídos a nadie que eche por tierra su futuro. Sabe que su prometido tiene defectos, pero lo ama a pesar de todo.

 

Y después de leer lo anterior, uno se pregunta: ¿Cómo puede haber mujeres, que quieran romper el encanto de la feminidad, aduciendo razones de igualdad de sexos?

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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