Jueves, 28 de marzo de 2024

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Cristo es Puerta, Piedra Angular y Pastor. ¿No le deseas abrir?

Cristo es Puerta, Piedra Angular y Pastor. ¿No le deseas abrir?

por La divina proporción

San Ambrosio da en el clavo: “ensancha la capacidad de tu espíritu, y así descubrirás las riquezas de la simplicidad, los tesoros de la paz, la suavidad de la gracia”. Miremos a la Iglesia y a nosotros mismos. ¿Qué es lo más común de ver? Personas que están cerradas en sus círculos y temen todo lo que viene de fuera. ¿Por qué temen? Porque hay puesto su confianza en los prejuicios e ideologías y desconfían del compromiso de Cristo con la Iglesia y con cada uno de nosotros: Estaré con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).  ¿Qué nos pasa? Nos encerrarnos en nosotros mismos, atrancamos las puertas, hacemos que nuestro corazón sea un trozo de corindón. 

El Dios Verbo sacude al perezoso y despierta al dormilón. En efecto, el que viene a llamar a la puerta viene siempre para entrar. Pero depende de nosotros si no siempre entra y si no siempre se queda con nosotros. Que tu puerta esté siempre abierta al que viene; abre tu alma, ensancha la capacidad de tu espíritu, y así descubrirás las riquezas de la simplicidad, los tesoros de la paz, la suavidad de la gracia. Dilata tu corazón; corre al encuentro del sol de la luz eterna que «ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). Es cierto que esta luz verdadera luce para todos; pero si alguno cierra sus ventanas, él mismo se privará de la luz eterna. 

Así, también Cristo permanece fuera si tú cierras la puerta de tu alma. Ciertamente que Él podría entrar, pero no quiere introducirse a la fuerza, no quiere forzar a los que lo rechazan. Nacido de la Virgen, salido de su seno, irradia todo el universo para resplandecer para todos. Los que desean recibir la luz que brilla con esplendor perpetuo, le abren; ninguna noche vendrá a apagar la luz. En efecto, el sol que vemos todos los días cede el lugar a las tinieblas de la noche; pero el Sol de justicia (Ml 3,20) no conoce el ocaso, porque la Sabiduría no es vencida por el mal. (San Ambrosio. Sermón 12 sobre el salmo 118) 

En este momento eclesial, padecemos este juego de cerrazones más que nunca. Lo podemos ver en la Sínodo de la Familia que está celebrándose en Roma. Un Sínodo que parece que habla muy poco de la Familia y mucho de asimilar las “realidades familiares” alternativas que nos ofrecen desde el mundo. ¿Qué nos sucede? ¿Tenemos tan cerrado el corazón que no somos capaces de discernir la Voluntad de Dios? Cuando Cristo llama a nuestro corazón, difícilmente le abriremos porque no se ajusta a lo que el mundo nos propone. 

En cualquier caso, intentamos silenciar a la Verdad, para poner sobre la mesa las “realidades alternativas” que parecen que solucionan los problemas de la naturaleza humana y el pecado. Realidades que lo único que hacen es negar que la mano de Dios nos creó como deseaba que fuésemos y viviéramos. Realidades que muestran que Dios no es útil ni necesario en nuestra vida. Realidades que nos alejan de Dios con la promesa de ser iguales que Él. La historia del Génesis se repite. 

La serpiente tienta y ofrece al ser humano la fruta que le permite ser “como Dios” y por lo tanto, ser independiente de su propio creador. Nosotros, que lo que nos interesa es que nos den la razón en nuestras debilidades e infidelidades, no podemos estar más dispuestos a aceptar estas realidades alternativas. 

De lo poco se filtra del Sínodo de la Familia, hay un episodio realmente triste en el que se relata como un niño que comulga por primer vez, toma la Sagrada Forma que se le da dado, la parte y ofrece un trozo a su madre y su padre, que no pueden ni deben comulgar. Son personas divorciadas y vuelta a casar, que no puede recibir la comunión sacramental por razones evidentes. Triste porque evidencia que la Iglesia ya no cree, con coherencia, en la presencia de Cristo en la Eucaristía. Se ve como algo maravilloso que un niño pueda dar de comulgar a sus padres, sin que pase nada en absoluto. Se confunde la inocencia con la ignorancia. Se rebaja la Eucaristía a un signo social sin más trascendencia. 

Hay que orar por la Iglesia y por todos nosotros. Dios es capaz de sacar inmensos bienes de las tragedias más tremendas. No podemos dejar de gritar con esperanza y alegría, Marana-Thá. ¡Ven ya Señor!

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