Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Creyentes y no creyentes ante la sexualidad


por Pedro Trevijano

Opinión

Hace unos días, la Conferencia Episcopal Española ha publicado un documento cuyo título es “La Verdad del amor humano”, que tiene como subtítulo “Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar”, que son evidentemente los temas a los que hace especial referencia el documento.

Todos nosotros somos conscientes que una de las afirmaciones más corrientes de nuestra época es que la Iglesia está anticuada, y en concreto especialmente en el campo de la sexualidad. Uno se pregunta, como creyente y sacerdote, si es verdad esto que en nuestros días ha llegado a la categoría de tópico, y, en segundo lugar, cuál es la alternativa que nos ofrecen los no creyentes.
Indudablemente, al hablar de matrimonio, y especialmente del sacramento del matrimonio, la Iglesia no puede sino poner este tema en íntima relación con el amor, tanto más cuanto que nuestra fe nos enseña que Dios es Amor (1 Jn 4,8 y 16) y que todo lo que hay en el mundo de auténtico amor proviene de Dios. Tampoco podemos olvidar que no es que tengamos una sexualidad, sino es que somos seres sesudos, que es mucho más, y que nuestra dimensión sexual, como todo en nosotros, está al servicio del Amor, como nos recuerdan los tres evangelios sinópticos ( Mt 22,34-40; Mc 12,28-31) y Lc 10,25-28) al decirnos que el amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos no sólo son los mandamientos principales, sino que son el fundamento de toda la Ley. Pero además esta dimensión de amor no se queda simplemente en el plano del amor natural, sino que alcanza gracias al sacramento, una dimensión sobrenatural, pues en el matrimonio, los esposos deben amarse “como Cristo amó a su Iglesia” (Ef 5,25).

El documento además nos habla del papel insustituible de los padres en la educación de los hijos, de cómo la familia y el matrimonio son elementos esenciales del bien común, que la sociedad debe ayudar y promover, y no, como sucede en nuestro país, combatir. Ello conlleva el respeto a la dignidad del hombre y de la mujer, aparte de ser la familia la mejor escuela de humanidad y el lugar más adecuado para una buena educación afectivo-sexual.

En cambio, en la concepción no creyente, “primero se postuló la práctica de la sexualidad sin la apertura al don de los hijos, la anticoncepción y el aborto, Después la práctica de la sexualidad sin matrimonio, el llamado “amor libre”. Luego la práctica de la sexualidad sin amor. Más tarde la producción de hijos sin relación sexual, la llamada reproducción asistida (fecundación in vitro, etc.). Por último, con el anticipo que significó la cultura unisex y la incorporación del pensamiento feminista radical, se separó la sexualidad de la persona: ya no habría varón ni mujer; el sexo sería un dato anatómico sin relevancia antropológica” (Conferencia Episcopal Española, La Verdad del amor humano, nº 52). Cada cual podría elegir la configuración sexual que desee. Y con ello llegamos a la ideología de género, ideología oficial de nuestra izquierda y consagrada legalmente en nuestro país por la perversa y criminal Ley Orgánica 2/2010 de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción voluntaria del embarazo.

Personalmente debo decir que el primer día que me explicaron lo que era la ideología de género creí que se estaban riendo de mí y tomándome descaradamente el pelo. Después me ha tocado explicarla a otras personas y siempre encontré la misma reacción de incredulidad. Recuerdo especialmente a una sobrina mía y eso que no le expliqué que su hijo de cinco años y bastante brutote según la ideología de género podía ser nena. Cada vez que lo recuerdo pienso que seguramente me evité que un plato volase hacia mi cabeza. Si tengo algo contra la disciplina de partido es eso: no entiendo como unas personas, los diputados, gente que supongo no son analfabetos y debieran tener una dignidad personal son capaces de votar no digo el crimen del aborto, sino la tontería que es la ideología de género. Se puede ser malo, pero malo y tonto a la vez, me parece demasiado.

Pedro Trevijano
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