Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Cortejando a Pekín, Francisco pierde China


Todos los poderes han sido centralizados y todas las libertades han sido restringidas. La esperanza de un acuerdo que permita a la Iglesia actuar libremente y dejar al PCCh fuera de las maniobras importantes es pura ignorancia (o bien, un signo de excesiva confianza).

por John Mok Chit-wai

Opinión

Según varias fuentes (algunas no verificables), el "diálogo" o la negociación entre la Santa Sede y la República Popular China se encuentra actualmente en rápido progreso. Algunos creen que pronto se llegará a un acuerdo. En una entrevista reciente con Asia Times, un periódico en Hong Kong, el Papa Francisco ha llamado a China "una gran nación... una gran cultura, con una sabiduría inagotable". Muchos ven en esta entrevista un gesto que tiende a cortejar a Pekín. El Papa Francisco es un hombre de una gran sabiduría, pero con China está cometiendo un grave error. Un pacto entre China y el Vaticano en este momento mancharía ciertamente su legado.

Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha expresado en varias ocasiones su deseo de abrir un diálogo con Pekín. Y cada vez que ha hablado de China ha evocado la figura de Matteo Ricci, el italiano misionero jesuita del siglo XVI que vino a China y se hizo famoso por su decisión de sumergirse en el estilo de vida de los chinos con el fin de difundir el Evangelio.

En Occidente, muchas personas tienden a ver el conflicto entre la Iglesia y China como un conflicto cultural, una especie de "choque de civilizaciones". De modo que, para aliviar la tensión, se debe entrar en un genuino diálogo intercultural. Y esta es, por supuesto, también la línea elegida por el Papa. Por desgracia, al ver el problema desde este punto de vista, el Papa parece no considerar que hoy el núcleo del conflicto no está conformado por los malentendidos culturales, y tampoco se basa en el miedo chino al imperialismo cultural. Es un conflicto político, que se basa en la incompatibilidad que de hecho existe entre lo que es un dominio totalitario y la libertad religiosa.

El término "China" es problemático: el mismo puede referirse a la cultura china, a su civilización, a su pueblo, pero también al Estado de partido único dominado por el Partido Comunista Chino (PCCh), que, de hecho, representa a la República Popular de China. El Papa parece considerar que la “civilización china” está hoy encarnada en el Partido. Pero la realidad es bastante diferente. El PCCh lleva adelante una política cada vez más antagónica hacia la cultura china, tanto en lo que hace a su historia como a nivel mundial. Durante la Revolución Cultural, el PCCh, dirigido por Mao Tse Tung, trató de erradicar cualquier cosa que pudiera llegar a tildarse de "reaccionaria": entre ellas los templos, el confucianismo, las religiones tradicionales, el movimiento intelectual, etc.

La Guardia Roja veía en Confucio a su archienemigo, a aquel que representaba el "viejo mundo". Algunos intelectuales neo-confucianos importantes, que huyeron a Hong Kong durante los años cincuenta del siglo pasado, en reiteradas oportunidades acusaron al PCCh de atentar contra la cultura china, e incluso llegaron a definirlo como "la tribulación de China". El famoso historiador Yu Ying-shih, ganador del premio John W. Kluge, una vez exclamó: "En esa tierra [la República Popular de China] no existe China [la cultura china]".

Algunos podrían argumentar que recientemente ha surgido una suerte de "renacimiento chino": incluso el PCCh apoya las enseñanzas de Confucio y abre institutos dedicados al filósofo en todo el mundo. Pero, de hecho, el Partido no está haciendo más que un relanzamiento de la versión política del confucianismo, a fin de difundir la ideología del Estado, basada en el patriotismo, la lealtad y la obediencia incondicional al Estado. Los Institutos Confucio son herramientas de propaganda del Partido. Para muchos neoconfucionianos esta filosofía debe ser humanista y perfectamente compatible -si no, incluso, complementaria- con la democracia. Seguramente el propio Confucio estaría en contra del dominio inhumano de los gobernantes de corazón duro.

Hoy la República Popular China no es similar a la de la dinastía Ming o Qing, y Xi Jinping no es un emperador. Hoy un Matteo Ricci no sería de ninguna utilidad. Durante los diez años de gobierno de Hu Jintao y Wen Jiabao, el Partido relajó, relativa y ligeramente, su control sobre la sociedad civil. Pero la libertad religiosa se ha mantenido fuera de esta relajación, y la modalidad de nombrar a los obispos conocida como el "modelo Vietnam" ha sido rechazada.

Hoy se puede argumentar que Xi es el más poderoso líder del Partido desde los tiempos de Mao Tse Tung: todos los poderes han sido centralizados y todas las libertades han sido restringidas. La esperanza de un acuerdo que permita a la Iglesia actuar libremente y dejar al PCCh fuera de las maniobras importantes es pura ignorancia (o bien, un signo de excesiva confianza).

En diciembre del año pasado, un joven sacerdote, el padre Pedro Yu Heping, de la diócesis de Ningxia, fue encontrado muerto en extrañas circunstancias. Muchos creen que su muerte está vinculada al gobierno. Antes de su muerte el padre Yu instó a la Santa Sede a no precipitarse para obtener resultados. Porque si, en general, no existe la libertad religiosa, ¿cómo es posible que la Iglesia obtenga el derecho exclusivo de actuar de forma independiente?

Las personas deben aprender de la historia. Durante los años sesenta del siglo pasado, el Papa Pablo VI, junto con su jefe de la diplomacia, el cardenal Agostino Casaroli, puso en práctica la Ostpolitik de una manera activa, buscando el "diálogo" con los Estados comunistas del bloque oriental. El resultado fue desastroso.

En Hungría, el héroe nacional, el cardenal József Mindszenty, se negó a inclinarse ante el Partido Comunista y fue apartado por la Santa Sede. La Iglesia comenzó a trabajar con el Partido y -según George Weigel- la conferencia episcopal terminó bajo el control de los comunistas. Para muchos de los fieles se trata de un colapso moral: su lealtad a la Santa Sede es traicionada por la propia Santa Sede. Tratando de mantener viva la Iglesia, la Santa Sede se vacía el alma con sus propias manos. Abandonando los principios morales y aceptando el compromiso con las autoridades políticas, la Iglesia no puede ser ya Iglesia. Tuvimos que esperar al Papa Juan Pablo II, que cambia el enfoque en relación a la defensa de los derechos humanos, para ver a la Iglesia obtener nuevamente su autoridad moral.

Pareciera que la misma historia (o incluso peor) puede repetirse con China. El Papa está ahora rodeado por un cuerpo diplomático dirigido por el cardenal Pietro Parolin, admirador de Casaroli. Algunos, incluyendo a Vatican Insider y a un buen número de prelados, llevan a cabo una campaña para apoyar y ampliar el posible próximo acuerdo , subrayando que incluso muchos obispos y laicos de la Iglesia "subterránea" de China están ansiosos de verlo realizado.

Sin embargo, en Chinacath -un medio online muy popular de los católicos chinos-, muchas personas critican fuertemente cualquier compromiso que la Santa Sede pudiera rebajarse a aceptar para complacer a Pekín. Por desgracia, estas voces no llegan nunca a los oídos de quienes toman las decisiones.

Se dice que pronto el Papa enviará a sus Misioneros de la Misericordia, que acaban de ser nombrados para la República Popular China, a fin de perdonar a aquellos obispos ilícitos que han sido "designados" por la Asociación Patriótica, mientras que la cuestión de los obispos y sacerdotes en prisión queda fuera de la agenda de los diálogos. Si esto es así, se trata de un pacto no sólo humillante, sino también injusto. El obispo emérito de Hong Kong, el cardenal Joseph Zen Ze-kiun, se ha opuesto frecuentemente y abiertamente a este tipo de acuerdos, pero él es tenido al margen y tratado con poca consideración.

Lo mismo se aplica a Hong Kong. Aquí la Iglesia ha sido durante mucho tiempo una fuerza de apoyo a la democratización de la sociedad y una voz en favor de los derechos humanos. Sin embargo, bajo la dirección del obispo cardenal John Tong Hon, la Iglesia ha decidido una y otra vez permanecer en silencio frente a las violaciones de los derechos humanos y civiles, y se ha mantenido en silencio sobre la represión del Partido Comunista Chino y de su socio, el gobierno de la Región administrativa especial [Hong Kong].

Algunos sienten que tras este comportamiento hay un motivo importante, a saber, que en la Iglesia muchas personas -incluyendo al mismo cardenal Tong- no quieren irritar a Pekín para no entorpecer las negociaciones entre China y el Vaticano. Una vez más, la Iglesia opta por sacrificar sus principios morales para suavizar los vínculos con la autoridad política. Algunos fieles están indignados por este silencio y esta colaboración pasivas. Un acuerdo entre la Iglesia y el PCCh sería perjudicial para el activismo católico de Hong Kong y alejaría a muchos fieles jóvenes.

La autoridad de la Iglesia es siempre moral, y nunca política o económica. Y "la sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia". El Papa Francisco habla a menudo del sufrimiento y el martirio de los cristianos en Oriente Medio, pero no ha pronunciado una sola palabra sobre la eliminación de cruces o la demolición de las iglesias en China. Jesús no dio vida a un movimiento político o una revolución, pero tampoco se inclinó ni cedió a la presión política. Nunca se comprometió con las autoridades para difundir sus palabras. Jesús no acepta compromisos.

Hago un llamamiento a los obispos, sacerdotes, a nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo: por favor, oren por nuestros hermanos y hermanas perseguidos en China. Que ellos puedan ser colmados de la gracia de Dios, para que puedan continuar con su valiente testimonio de la fe.

John Mok Chit-wai es profesor en la Universidad China de Hong Kong.
Artículo publicado en Asia News.

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