Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Corpus Christi (A) y pincelada martirial

por Victor in vínculis


En el siglo XIX, el obispo suizo Mermillod con sus conferencias sobre la Eucaristía ganó a muchos herejes e incrédulos para la fe. Acostumbraba a unir la piedad a la doctrina, con una devoción ardiente a Jesús Sacramentado. Antes del reposo nocturno, ya muy avanzada la noche, el ilustre Prelado bajaba a la iglesia a postrarse ante el Santísimo, y permanecía largo rato en oración. Una noche, estando con la frente pegada en el pavimento, sutilmente se le acercó una sombra. El obispo se encaró con ella. Era una señora alta y vestida de negro.
- ¿Quién eres y qué buscas a tales horas en la iglesia?, preguntó.
- Monseñor, no os asustéis -respondió la mujer-. Soy una protestante que ha seguido sus conferencias sobre la Eucaristía. Vuestros argumentos sobre la Presencia Real me han convencido. Pero me quedaba un resquicio de duda, y era el temor de que usted no estuviera convencido de sus propias enseñanzas. Y quise averiguar la verdad. Sabiendo vuestra costumbre, a escondidas de todos me oculté en aquel confesionario para ver si en secreto, cuando ningún testigo espía vuestros actos, actuabais según vuestra fe. Y he visto vuestros actos sinceros de adoración... Estaba resuelta a convertirme a la fe católica y mañana mismo renunciaré a mis errores[1].

Hoy es el domingo del Corpus Christi: el misterio de la Eucaristía. Y es que la verdad del cristianismo es misterio; misterio que está ante nosotros como un dato exterior que viene a nuestro encuentro y siempre es más grande que nosotros; una realidad viva que hay que reconocer humildemente y no un objeto de posesión que hay que conquistar. Es el mismo misterio que al manifestarse atrae y persuade a la razón y al corazón del hombre con una especie de magnetismo, de fuerza de atracción. No es la mente humana la que construye con su fuerza la certeza sobre la verdad.

El cardenal belga Godfried Danneels, afirmaba en una entrevista que si hoy nos explayamos tanto en explicaciones y lecciones para hacer que se tome conciencia de los sacramentos es quizá porque no se reconoce ya la acción objetiva y eficaz de la gracia, que obra mediante el sacramento, lo que vale el sacramento por sí mismo; lo que la doctrina tradicional definía gratia ex opere operato, esto es, la gracia que el Señor mismo comunica en los sacramentos en cuanto tales. Cuando no existe ya la fe en este trabajo interior de la gracia, se multiplican las explicaciones y las palabras. En cambio, y hoy podemos referirlo con claridad a la Eucaristía, lo importante del sacramento no es lo que puede explicarse hablando de él, sino lo que hace; lo que el sacramento mismo realiza. Jesús, en la última cena, dijo a los suyos: Tomad y comed. No dijo: Tomad y hablad de esto, tomad y haced reflexiones sobre esto. Y al final añadió: Haced esto en memoria mía y no hablad de esto en memoria mía.
 
El siervo de Dios Manuel Irurita, obispo de Barcelona, sufrió el martirio el 3 de diciembre de 1936. Se cuenta de él que durante el interrogatorio de su condena hizo un encendido elogio del valor de la Eucaristía, afirmando:

No he dejado de celebrarla ningún día y si me dejan lo haré ahora mismo, pues el mundo se sostiene por el sacrificio de la Santa Misa.

Y, claro está, no se trata solamente de la vida de piedad; todo ello en comunión de vida. De él también se cuenta cómo ayudaba a las instituciones de caridad que había en la Ciudad Condal: las Conferencias de San Vicente Paúl, los asilos de San Juan de Dios y de San Rafael, el Cottolengo del Padre Alegre… Con mucha frecuencia les decía a sus sacerdotes:
-Vamos a visitar al enfermo más pobre que tenga en la parroquia.
 

Y allí se podía ver al obispo Irurita, arrodillado a los pies de la cama, abrazado con un tuberculoso…

Es entonces cuando la auténtica acción caritativa tiene sentido. Y esto es lo que referimos hoy cuando la Iglesia celebra el Día Nacional de Caridad. El apóstol San Juan se olvida del relato de la institución de la Eucaristía porque la Comunidad ya la celebra. Y recupera el sentido del lavatorio de los pies: Jesús, que era Maestro y Señor, realiza un trabajo de esclavos y servidores, prefigurando así su entrega en la cruz, y dejando un modelo de entrega y servicio a sus discípulos.

Si falta la caridad, la forma charitatis, también la llamada a la verdad, a vivir el Evangelio, puede convertirse en una pretensión, una ideología que imponer. Porque es como si faltara el ojo para ver la verdad. El ojo que nos hace ver la verdad es la caridad. Es la belleza de la caridad lo que nos atrae. Un acto de verdadera caridad es imposible sin la acción de la gracia. Será la solidaridad, el ayudar porque sí, pero no la verdadera caridad. La caridad es la virtud que de ningún modo puede obrar sin una particular acción de la gracia. Como decía Santa Teresa del Niño Jesús: Cuando soy caritativa es solo porque Jesús obra en mí[2].

Podemos recordar, antes de terminar, un hermoso texto del beato Pablo VI, siendo arzobispo de Milán, cuya idea central es que Jesucristo nos es necesario. Podemos repetirla hoy, cuando Cristo Eucaristía recorra las calles de nuestros pueblos y ciudades:

 

Oh Cristo, nuestro único mediador, Tú nos eres necesario:
para entrar en comunión con Dios Padre;
para ser contigo, que eres Hijo Único y Señor nuestro,
sus hijos primogénitos;
para ser regenerados por el Espíritu Santo.
 
Tú nos eres necesario,
oh único verdadero maestro de las verdades recónditas
e indispensables de la vida,
para conocer nuestro ser y nuestro destino,
el camino para conseguirlo.
 
Tú nos eres necesario, oh Redentor nuestro,
para descubrir nuestra miseria y para curarla;
para tener el concepto del bien y del mal
y la esperanza de santidad;
para deplorar nuestros pecados y conseguir el perdón.
 
Tú nos eres necesario,
oh hermano primogénito del género humano,
para volver a hallar las razones verdaderas
de la hermandad entre los hombres,
los fundamentos de la justicia, los tesoros de la caridad,
el bien sumo de la paz.
 
Tú nos eres necesario,
oh gran paciente de nuestros dolores,
para conocer el sentido del sufrimiento
y para darle un valor de expiación y redención.
 
Tú nos eres necesario, oh vencedor sobre la muerte,
para liberarnos de la desesperación y la negación
y para tener certezas que no traicionan en eterno.
 
Tú nos eres necesario, oh Cristo, oh Señor,
oh Dios-con-nosotros,
para aprender el amor verdadero
y para caminar en el gozo y en la fuerza de tu caridad,
por el camino de nuestra vía llena de fatigas,
hasta el encuentro final contigo, amado,
contigo, esperado,
contigo, bendito en los siglos. Amén[3].

 

PINCELADA MARTIRIAL
Siervo de Dios Manuel Irurita Almandoz

Durante el último semestre de 1931 y el primero de 1932, fueron numerosos los sacrilegios cometidos en España, especialmente contra la Sagrada Eucaristía. La revolución antirreligiosa iba avanzando con pasos de gigante. Como en el año anterior, el Dr. Irurita publica su carta pastoral de junio[4], llena de doctrina y de fervor; la titula: Ante el Sagrado Corazón de Jesús. Tomamos de la misma el apartado

 


EL CORAZÓN DE JESÚS Y LA EUCARISTÍA

Siendo el espíritu de esta devoción amar al Corazón de Jesús que tanto nos ama y tanto desea ser amado, devolverle amor por amor, darle nuestro corazón a cambio de su Corazón, bien se comprende que debían existir íntimas relaciones entre esta devoción al Corazón Divino y la Sagrada Eucaristía.

En efecto, delante del Santísimo Sacramento tuvieron lugar las principales apariciones del Corazón Amante a su sierva Margarita María; sobre el altar se le mostró Jesús, afligido por los ultrajes de los hombres, y ante el altar venía ella a consolarle con homenajes de amor, con actos de reparación y desagravios. Sabido es, por otra parte, que una de las prácticas de esta devoción es la Comunión reparadora, y que la fiesta del Sagrado Corazón fue pedida por el mismo Jesús e instituida cabalmente para reparar las ofensas en los altares.

Quiere Jesús ser honrado bajo la imagen de su Sagrado Corazón; quiere que sus imágenes sean expuestas y veneradas en todas las casas, prometiendo gracias singulares. Pero quiere también que vayamos más allá de la imagen, hasta llegar a la realidad, hasta el Santísimo Sacramento, donde está vivo y late por nosotros, y por eso ha prometido la gracia de la perseverancia final a todos aquellos que comulguen en su honor en nueve primeros viernes de mes seguidos y sin interrupción. De ahí el consejo del beato Eymard a sus discípulos: “Sepamos honrar –les decía- al Sagrado Corazón de Jesús en la Eucaristía, y hagamos de manera que siempre anden unidas estas dos cosas en nuestras devociones, sin admitir nunca separación entre el Santísimo Corazón de Jesús y la Santísima Eucaristía”
 

[1] Francisco Javier FORTÚN, El Sagrario y el Evangelio (Madrid, 1990).
[2] Cardenal Christoph SCHÖNBORN, declaraciones para Treinta Días (Marzo, 1999).
[3] Giovanni Battista MONTINI, Carta Pastoral con motivo de la Cuaresma de 1955.
[4] Dr. Manuel IRURITA ALMANDOZ, Documentos Pastorales (Barcelona 1941), páginas 271-272.
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