Jueves, 28 de marzo de 2024

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Ciudadanos en pie de lucha contra el Estado

por Apolinar

Más o menos todos tenemos un corazón enfermo. Hacemos el mal que quizá no queremos, provocando dolor en nosotros, en aquellos que hacemos sufrir y puede que en alguno más. Pero cuando el mal lo realizamos desde el Estado, ese mal se agiganta, lo llena todo. Ya no sufren algunos, entonces sufren todos. Cuando peleamos desde el Estado entramos en guerra; cuando mentimos desde el Estado, creamos leyes sectarias e inicuas; cuando codiciamos y robamos desde el Estado, obligamos a cargas impositivas asfixiantes; cuando queremos falsificar dinero desde el Estado, establecemos un banco central que crea dinero de la nada, haciendo que pierda valor en perjuicio de ahorradores y acreedores.
 
El Estado, según el sociólogo alemán Max Weber (18641920), es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama para sí el monopolio de la violencia. Necesita súbditos de los que poder apropiarse de sus derechos y recursos (por sí mismo, el Estado no es titular de ningún derecho ni de ningún recurso) En esta pugna con la sociedad a la que debería servir, el Estado buscará acaparar tanto poder y recursos como pueda para convertirse, llegado el caso, en un gigante que lo aplasta todo con sus guerras, impuestos, leyes inicuas, pérdidas de ahorro y de riqueza, ruina nacional.
 
 
 
Sin embargo, el poder del Estado no debería ser así. La sociedad sacrifica algunos recursos y derechos (sobre todo el recurso a la violencia) para que el Estado asegure el derecho de todos a la vida, a la integridad, a la libertad y a la propiedad. Se espera del Estado que haga respetar leyes que reflejen de forma natural los valores, usos y costumbres de esa sociedad; que se imponga el imperio de la ley, el llamado “Estado de Derecho”, que permite a cada uno buscar en libertad su perfección, protegiendo a los ciudadanos de la amenaza de los más fuertes: las mafias, los plutócratas, y el propio Estado.
 
El poder del Estado no debería ser así, pero lo es. En la práctica se ve que el Estado se resiste a servir a la sociedad de la que toma su poder y sus recursos. Por eso Montesquieu (16891755) ya habló de la necesidad de la división poderes, y desde entonces las sociedades libres han tratado de establecer el mayor número de controles democráticos posibles, unas veces con más éxito que otros, porque el Estado no es una bestia fácil de domesticar.
 
Desde la teoría económica (la ciencia de la coordinación social), la escuela de la Opción Pública (Public Choice) es la que con más acierto ha estudiado la lógica del Estado para determinar las políticas que va a seguir entre las diferentes opciones que se le presentan. Esta escuela de pensamiento entiende que al aplicar la teoría económica a las opciones políticas, éstas se comprenden mejor. Los políticos y burócratas estatales, como el resto de ciudadanos con un negocio entre manos, buscarán obtener el máximo provecho de sus cargos. Buscarán ser reelegidos, así como elevar su cuota de poder. En una palabra, esa comunidad humana tenderá siempre a elevar el poder material del que goza. Resulta entonces iluso esperar que el Estado se controle a sí mismo de manera espontánea. Será necesario no solo la división de poderes, sino también el contrapoder de la sociedad civil.
 
Pero, ¿cómo puede la sociedad civil llevar a cabo la lucha contra el Estado (si no tiene el recurso a la violencia y el tiranicidio ni de lejos se contempla)? Lo primero, quizá, sea saber si tenemos ganas de luchar. Después de la idolatría del dinero, que sin duda es la peor (por dinero, y tampoco digo por mucho dinero, estamos dispuestos a hacer cualquier cosa, a renunciar a cualquier valor, a postergar lo que haga falta, a decir lo que me pidan), están otras idolatrías entre las que se encuentra la idolatría del Estado. Ante un futuro necesariamente incierto podemos asumir con valentía las consecuencias de nuestras decisiones o renunciar a nuestra libertad y someternos al Estado. ¿Hay espíritus valientes para luchar contra un Estado que promete seguridad ante el futuro incierto?
 
El otro impedimento para la lucha es la naturaleza corruptora del “Estado del Bienestar”. Nos promete subvenciones, el “todo gratis”. Nos corrompe con la insinuación de que meterá la mano en los bolsillos de otros para cubrir nuestros gastos (sin darnos cuenta que al resto les promete meter la mano en nuestros bolsillos para cubrir los suyos). Nos organiza fiestas populares “gratis”, campamentos de verano “gratis”, parques y jardines “gratis”, carreteras “gratis”. También derrocha en algunos servicios que no interesan a casi nadie, o construye obras faraónicas que solo sirven para regar egos, pero da igual, porque todo es “gratis”, todo sale de la munificencia del Estado.
 
Todo será hermosura y felicidad con el Estado del Bienestar…, solo a condición de que estemos quietecitos y calladitos. Y, así, poco a poco se va extendiendo, sin resistencia, para seguir acaparando. Consigue que todos seamos cómplices de un estado de corrupción donde esperamos que sea otro el que pague, otro que no sabemos quién es, una victima a la que no le vemos los ojos (que siempre da menos aprensión). Y si aún quedase algún resquemor en la conciencia ante la fantasía del “gratis total”, ahí tenemos a la ex-ministra de cultura, Carmen Calvo, diciéndonos que no nos preocupemos, que eso se pagará con dinero público que, total, “no es de nadie”…
 
Por estas razones, luchar contra el Estado no es fácil. Pero si hemos conseguido superar la idolatría del Estado y no nos hemos corrompido por las promesas del Estado del bienestar de vivir del dinero público, ese que se ha obtenido matando las ilusiones de los contribuyentes, entonces podremos luchar.
 
Un frente es directamente el político, luchando por asegurar una separación efectiva de poderes, no solo de boquilla, y reclamar responsabilidades políticas.

Otro, es el frente ideológico, despertando a la gente desde posturas respetuosas con la libertad ante el gran Gigante en que se está convirtiendo el Estado, y no en nuestro favor (salvo para los de esa comunidad humana).

Otro frente es cuestionar y perseguir todo gasto público que sea improcedente o improductivo (salvo para el que lo cobra), perseguir y oponerse a las iniciativas económicas del Estado que se realizarían de forma mucho más eficiente por la iniciativa privada. Es decir, abrir frentes de lucha para ir reduciendo el poder y el tamaño del Gigante.
 
¿Cuáles son las armas de la sociedad civil? La ley y la calle. Por un lado, manifestarse física o virtualmente. Estar activos en todo lo que se pueda contra la Administración central, local y autonómica. Familiarizarse con Internet. Mientras haya Internet, quedan resquicios para la libertad.
 
Y, por otro, entablar una auténtica guerra de guerrillas legal. Pidamos a los abogados que nos enseñen a demandar a la Administración, perseguir sus actividades, sus abusos de poder. Que se abran páginas en Internet donde poder descargar escritos y aprendamos los rudimentos del derecho. No es fácil, pero tenemos que aprender a “disparar”, la auténtica educación para la ciudadanía. Presentémonos en comisarías y juzgados, en grupo o de forma individual. Compartamos experiencias. No solamente las grandes batallas legales, que también; el francotirador legal también sirve en esta lucha contra el Estado. Esto es la democracia, el poder del pueblo en acción.
 
Iniciativas como el Centro Jurídico Tomas MoroHazteoir.org , Profesionales por la Ética, Foro Arbil y muchísimas más que ahora no me viene a la cabeza (y a las que ya les pido disculpas) son en esta lucha del débil contra el fuerte nuestros auténticos héroes nacionales. Pero cada uno también puede ser un héroe en su propio pueblo o ciudad, todo es cuestión de no tenerle miedo al Gigante.

Apolinar.ReL@gmail.com
 
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