La orden ha dado nombres señeros a todas las disciplinas
Del padre Flórez al padre Revilla: numerosos monjes agustinos se consagraron al saber y a la ciencia
El 27 y 28 de agosto la liturgia ha conmemorado a Santa Mónica y a su hijo, San Agustín.
La vinculación entre la Orden de San Agustín y la ciencia es muy estrecha.
Por ir abriendo boca: los agustinos regentan en la actualidad el Real Centro Universitario El Escorial de la Universidad Complutense de Madrid, ubicado en el monasterio de El Escorial, donde además hacen lo propio con el Real Colegio Alfonso XII.
O, por citar nombres señeros, fueron frailes agustinos: el padre de la Genética, Gregorio Mendel (1822-1884), y por ello sus enseñanzas fueron proscritas en la URSS; Fray Luis de León (1527-1591), profesor en la Universidad de Salamanca; Joaquín Peña (1903-1983), misionero en China, miembro de la Real Academia de la Historia y bibliotecario y archivero del Monasterio de San Millán de la Cogolla; Ángel Martínez Cuesta (n. 1938), historiador de la Orden; Angel Rodríguez de Prada, (1859-1935), astrónomo y meteorólogo; Severino Rodríguez García (1879-1956), físico; Luis Villalba Muñoz (1873-1921), musicólogo; Guillermo Antolín y Pajares (1873-1928), de la Real Academia de la Historia; o Francisco Méndez Agustín (1725-1803), historiador y bibliógrafo, colaborador esencial en la España Sagrada de otro compañero de orden, Enrique Flórez (1702-1773), quien dio nombre a un instituto del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), a su vez fundado en 1939 por los católicos José Ibáñez Martín (1896-1969) y José María Albareda (1902-1966).
La España Sagrada del padre Flórez
En 1719, Enrique Flórez, con diecisiete años, ingresó en la Orden de San Agustín en Salamanca. Estudió en esta ciudad y en Valladolid, Ávila y Alcalá de Henares, llegando a alcanzar los grados académicos de doctor en Teología y catedrático de Teología por la Universidad de Alcalá. Fue además académico de la Real Orden de Caballeros de Valladolid, miembro de la Academia del Buen Gusto de Zaragoza y Académico de la Real de Inscripciones y Bellas Letras de París.
Durante su estancia en Madrid, conoció a algunos de los españoles más cultos de su tiempo, como Gregorio Mayáns y Siscar, el padre Martín Sarmiento, Blas Nasarre y los Iriarte, Juan y Tomás, todos ellos católicos fervientes.
Por entonces escribió los seis volúmenes de una Teología escolástica (1732-1738). Después se inclinó entonces a los estudios eruditos y a la investigación, particularmente a la historia eclesiástica de España, aplicando la metodología de la Ilustración, el criticismo, a las fuentes originales.
En 1747 salió impreso el primer tomo de su obra más famosa, la monumental España Sagrada, que llegó a alcanzar cincuenta y seis volúmenes. La laicista desamortización de Mendizábal interrumpió en 1836 los trabajos, y los tomos 47 y 48 aparecieron gracias a Pedro Sainz de Baranda; impulsada la continuación por la Real Academia de la Historia, Vicente de la Fuente preparó los tomos 49 (1865) y 50 (1866). Carlos Ramón Fort elaboró el 51, editado en 1879, y el volumen 52, elaborado por Eduardo Jusué, apareció en 1917; Ángel Custodio Vega compuso los dos últimos publicados, que aparecieron en 1957.
Dos víctimas del Frente Popular
Algunos agustinos científicos fueron asesinados por milicianos del Frente Popular, como Arturo García de la Fuente, (1902-1936) Sabino Rodrigo, (1874-1936), Gerardo Gil Leal, (1871-1936), Matías Espeso (1901-1936), Bernardino Álvarez (1903-1936) o Mariano Revilla.
Mariano Revilla (1887-1936) nació en Buenavista de Valdavia (Palencia). Hizo el noviciado en el Monasterio de El Escorial, donde profesó de votos solemnes en 1907. Allí realizó cuatro años de estudios filosóficos y luego cursó los teológicos en Roma, donde se doctoró en Teología en 1912 en la Sapienza. Había sido ordenado sacerdote un año antes. Regresó en el mismo año a El Escorial, donde residió ininterrumpidamente hasta 1931 como profesor de Sagrada Escritura, Teología Fundamental, Teología Moral, Hebreo y Arqueología de la Iglesia. La Orden le concedió el título de Maestro en Sagrada Teología en 1923, después de los ejercicios correspondientes.
Debido a algunos escritos que había publicado sobre cuestiones bíblicas, en 1924 se le llamó a formar parte de la junta directiva de especialistas en la Biblia, fundada y promocionada por los obispos españoles para el fomento de los estudios bíblicos en España. Bajo su dirección se publicaron los dos primeros números del Boletín de la misma junta. En este año fue elegido correspondiente de la Academia de la Historia. No sólo se distinguía por su ciencia sino que sobresalía por su prudencia, por lo que se le nombró prior del Monasterio en 1927. Al final del trienio fue elegido provincial en 1930 y tras un año en el oficio fue elegido en Roma, en el capítulo allí celebrado, Asistente General de la Orden en 1931, por lo que tuvo que fijar su residencia en la curia general de Roma. Él presidió el capítulo provincial de la provincia Matritense el 11 de julio de 1936 que se celebró en Madrid. El 18 de julio se encontraba en el Monasterio de El Escorial para asistir a la toma de posesión del nuevo prior que se realizó en ese mismo día.
El 6 de agosto fue detenido con toda la comunidad y encarcelado en la prisión de San Antón de Madrid, donde se distinguió por su valor y serenidad. Fue juzgado como todos los demás religiosos a finales del mes de noviembre por un tribunal popular en la misma cárcel, y condenado a muerte por el mismo delito: ser religioso. Fue conducido a Paracuellos del Jarama con otros cincuenta agustinos y asesinado a media mañana del día 30 de noviembre de 1936.
En la estela de San Agustín
Éstos son sólo algunos ejemplos de cómo los agustinos han conciliado ciencia y fe a lo largo de la historia. Y todo empezó con las lágrimas de Santa Mónica, madre de San Agustín, que cumplía así con el mandato de Cristo ("Llorad por vuestros hijos", Lc 23, 28).
Agustín de Hipona (354-430) se convirtió al cristianismo y fue catecúmeno de San Ambrosio. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal. Años después esta experiencia fue la inspiración para su famosa Regla. Lo eligieron para ser presbítero ante las necesidades existentes, y luego para ser obispo, tras lo cual organizó una especie de monasterio de presbíteros.
A los diecinueve años rechazó la fe en nombre de la razón abrazando el racionalismo. Y es que dicen que la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en Agustín el gusto por el estudio de la filosofía, ciencia en la que sobresalió.
El triunfo de San Agustín, de Claudio Coello (1642-1693). Museo del Prado.
Tras su conversión descubrió poco a poco que razón y fe no están en oposición, sino que son complementarias. En cuanto a sus estudios, los padres le favorecieron de manera determinante con todos los estudios entonces posibles: primeras letras en Tagaste, de los 6 a los 13 años (361-367), Gramática en Madaura (367-370) y Retórica en Cartago (371-374), estrenándose como gramaticus en la escuela de Tagaste en el curso 374-375. Durante seis años (375-381) regentó una escuela de Retórica en Cartago, abriendo otra en Roma el año 383, y finalmente se presentó un concurso público para cubrir la cátedra de Retórica de la Casa Imperial de Milán y obtuvo el primer puesto. Allí se encontró con Jesucristo, tras alcanzar el cénit de su carrera académica y de su desasosiego interior.
Ya cristiano, comentando un fragmento del Evangelio de Juan (17,3), dijo: "El Señor, con sus palabras y acciones, ha exhortado aquellos que ha llamado a la salvación a tener fe en primer lugar. Pero a continuación, hablando del don que debía dar a los creyentes, no dijo: «Esto es la vida eterna: que crean», sino: «Esto es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios, y a aquel que tú has mandado, Jesucristo»".
Agustín de Hipona dijo a los racionalistas Crede ut intelligas [Cree para comprender] y a los fideístas Intellige ut credas [Comprende para creer]. San Agustín quiso comprender el contenido de la fe, demostrar la credibilidad de la fe y profundizar en sus enseñanzas.
Señaló además que la lectura de la Biblia no debía ser literal. Dejó dicho para los científicos de todos los tiempos: "Busquemos con afán de encontrar y encontraremos con el deseo de buscar aún más". Ya en su obra Interpretación literal del Génesis, para indicar que si una lectura literal del mismo contraría la evidencia científica hay que leerlo no literalmente, dejó dicho que: "Sucede de hecho muchas veces que un no cristiano tenga conocimiento o bien por una razón evidente o bien por experiencia personal sobre la tierra, el cielo, u otros elementos de este mundo, o sobre el movimiento, la revolución o también el tamaño y distancia de los astros, o sobre los eclipses del Sol y de la Luna, sobre el ciclo de los años y de las estaciones, sobre la naturaleza de los animales, de las plantas, de las piedras y todas las cosas de este género. Sería una cosa vergonzosa, dañina y necesaria de evitarse a cualquier precio, si aquel escuchase a un creyente decir cosas absurdas sobre aquellos argumentos, como si fueran propias de las Escrituras. Cuando han encontrado a un cristiano sostener su propio error en nuestros libros sagrados en aquello que conocen perfectamente, ¿como tendrán fe en estos libros cuando le hablen sobre la resurrección de los muertos, sobre la esperanza de la vida eterna y sobre el Reino de los Cielos, desde el momento que juzguen que esos escritos contengan errores relativos a cosas que han podido conocer ya por propia experiencia o mediante cálculos matemáticos seguros?”.
Alfonso V. Carrascosa es científico del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas).