Martes, 05 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

De hecho, el error último de los inquisidores fue más científico que teológico

La Iglesia no le pidió a Galileo que eligiese entre la ciencia y la fe, sino que demostrase su tesis

Simon Callow interpretando a Galileo.
El actor británico Simon Callow interpretó a Galileo en el episodio 'Galileo's battle for the Heavens' (2002) de la serie de divulgación científica 'Nova' de la cadena pública estadounidense PBS.

ReL

De principio a fin, las acciones de la Inquisición en el caso Galileo fueron disciplinarias, no dogmáticas, aunque se basaban en la idea errónea de que era herético afirmar que la Tierra se mueve. Pero las opiniones de los teólogos no son lo mismo que la doctrina cristiana.

William Carroll, profesor de Filosofía en la Universidad de Wuhan (China), plantea la cuestión en sus correctos términos históricos y teológicos en un reciente artículo publicado en Public Discourse:

Eppur si muove: la leyenda de Galileo

Hay pocas imágenes del mundo moderno más poderosas que la del humillado Galileo, arrodillado ante los cardenales de la Santa Inquisición romana y universal, obligado a admitir que la Tierra no se mueve. La historia es conocida: Galileo representa a la ciencia luchando por liberarse de las garras de la fe ciega, el literalismo bíblico y la superstición. La historia ha fascinado a generaciones, desde los philosophes de la Ilustración hasta los eruditos y políticos de los siglos XIX y XX.

El espectro de la condena de Galileo por parte de la Iglesia católica sigue influyendo en la forma en que el mundo moderno entiende la relación entre religión y ciencia. En octubre de 1992, el Papa Juan Pablo II compareció ante la Academia Pontificia de las Ciencias para aceptar formalmente las conclusiones de una comisión encargada de investigar histórica, científica y teológicamente el trato dado por la Inquisición a Galileo. El Papa señaló que los teólogos de la Inquisición que condenaron a Galileo no distinguieron correctamente entre las interpretaciones bíblicas particulares y las cuestiones relativas a la investigación científica.

El Papa observó también que una de las consecuencias desafortunadas de la condena de Galileo fue que se había utilizado para reforzar el mito de la incompatibilidad entre fe y ciencia. Que el mito estaba vivo fue algo evidente en el modo cómo la prensa estadounidense describió el acontecimiento en el Vaticano. El titular de la portada de The New York Times era representativo: "Después de 350 años, el Vaticano dice que Galileo tenía razón: se mueve". Otros periódicos, así como las cadenas de radio y televisión, repitieron esencialmente la misma afirmación.

La historia del New York Times es un excelente ejemplo de la persistencia y el poder de los mitos que rodean el caso Galileo. El periódico afirmaba que el discurso del Papa "rectificaba uno de los errores más infames de la Iglesia: la persecución del astrónomo y físico italiano por demostrar que la Tierra se mueve alrededor del Sol". Para algunos, la historia de Galileo demuestra que la Iglesia ha sido hostil a la ciencia y que enseñó lo que ahora niega, es decir, que la Tierra no se mueve. Algunos lo toman como prueba de que las enseñanzas de la Iglesia en materia de moral sexual o de ordenación de mujeres al sacerdocio son, en principio, modificables. La "reformabilidad" de tales enseñanzas es, pues, la verdadera lección del "caso Galileo".

Pero los abordajes modernos del asunto no solo pasan por alto el contexto clave que rodeó la condena de Galileo por la Inquisición, sino que también malinterpretan lo que la Iglesia católica siempre ha enseñado sobre la fe, la ciencia y su complementariedad fundamental.

Galileo y la Inquisición en el siglo XVII

Las observaciones telescópicas de Galileo le convencieron de que Copérnico tenía razón. En 1610, el primer tratado astronómico de Galileo, El mensajero de las estrellas, informaba de sus descubrimientos de que la Vía Láctea está formada por innumerables estrellas, que la luna tiene montañas y que Júpiter tiene cuatro satélites. Posteriormente, descubrió las fases de Venus y las manchas en la superficie del sol. Llamó a las lunas de Júpiter las "Estrellas Mediceas" y fue recompensado por Cosme de Médicis, gran duque de Toscana, con el nombramiento de matemático jefe y filósofo en la corte del duque en Florencia.

Galileo se basó en estos descubrimientos telescópicos, y en los argumentos derivados de ellos, para reforzar la defensa pública de la tesis de Copérnico de que la Tierra y los demás planetas giran alrededor del sol.

Cuando hablamos de la defensa de Galileo de la tesis de que la Tierra se mueve, debemos tener especial cuidado en distinguir entre los argumentos a favor de una postura y los argumentos que demuestran que una postura es cierta. A pesar de lo que afirmaba The New York Times, Galileo no demostró que la Tierra se mueve alrededor del sol. De hecho, tanto Galileo como los teólogos de la Inquisición aceptaban el ideal aristotélico imperante de demostración científica, que exigía que la ciencia fuera un conocimiento seguro y cierto, diferente en algunos aspectos de lo que hoy aceptamos como científico.

Además, refutar la astronomía geocéntrica de Ptolomeo y Aristóteles no es lo mismo que demostrar que la Tierra se mueve. El astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601), por ejemplo, había creado otro relato sobre los cielos. Sostenía que todos los planetas giraban en torno al sol, que a su vez giraba en torno a una Tierra inmóvil. De hecho, el propio Galileo no creía que sus observaciones astronómicas aportaran pruebas suficientes de que la Tierra se moviera, aunque sí pensaba que ponían en tela de juicio la astronomía geocéntrica ptolemaica. Galileo esperaba poder argumentar finalmente a partir del hecho de las mareas oceánicas el doble movimiento de la Tierra como única causa posible, pero no lo consiguió.

El cardenal Roberto Belarmino, teólogo jesuita y miembro de la Inquisición, dijo a Galileo en 1615 que si había una demostración verdadera del movimiento de la Tierra, la Iglesia tendría que abandonar su lectura tradicional de los pasajes de la Biblia que parecían ser contrarios. Pero en ausencia de tal demostración (y especialmente en medio de las controversias de la Reforma protestante), el cardenal instó a la prudencia: había que tratar la astronomía copernicana simplemente como un modelo hipotético que explicaba los fenómenos observados. No era doctrina de la Iglesia que la Tierra no se moviera. Si el cardenal hubiera pensado que la inmovilidad de la Tierra era una cuestión de fe, no podría argumentar, como hizo, que sería posible demostrar que la Tierra sí se mueve.

San Roberto Belarmino.

San Roberto Belarmino explicó a Galileo que no había problema en cambiar la interpretación de la Biblia si el heliocentrismo era demostrado. Lo cual ni  hizo Galileo ni se consiguió totalmente hasta el siglo XIX, cuando pudieron explicarse las objeciones al modelo (ver aquí). Imagen: óleo de autor desconocido, siglo XVII.

Los teólogos de la Inquisición y Galileo se adhirieron al antiguo principio católico de que, puesto que Dios es el autor de toda verdad, las verdades de la ciencia y las verdades de la revelación no pueden contradecirse. En 1616, cuando la Inquisición ordenó a Galileo que no sostuviera ni defendiera la astronomía copernicana, no existía ninguna demostración del movimiento de la Tierra. Galileo esperaba que hubiera tal demostración; los teólogos, no. A los teólogos de Roma les parecía obvio que la Tierra no se movía y, puesto que la Biblia no contradice las verdades de la naturaleza, los teólogos concluyeron que la Biblia también afirma que la Tierra no se mueve. A la Inquisición le preocupaba que la nueva astronomía parecía amenazar la verdad de las Escrituras y la autoridad de la Iglesia católica para ser su auténtica intérprete.

La Inquisición no creía estar exigiendo a Galileo que eligiera entre la fe y la ciencia. Y Galileo, en ausencia de conocimientos científicos sobre el movimiento de la Tierra, tampoco habría pensado que se le estaba pidiendo que hiciera tal elección. De nuevo, tanto Galileo como la Inquisición pensaban que la ciencia era un conocimiento absolutamente cierto, garantizado por demostraciones rigurosas. Estar convencido de que la Tierra se mueve es diferente de saber que se mueve.

El decreto disciplinario de la Inquisición fue insensato e imprudente. Pero la Inquisición estaba subordinando la interpretación de las Escrituras a una teoría científica, la cosmología geocéntrica, que acabaría siendo rechazada. ¡Someter la interpretación de las Escrituras a la teoría científica es justo lo contrario de someter la ciencia a la fe religiosa!

En 1632, Galileo publicó su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, en el que apoyaba el "sistema del mundo" copernicano. Como consecuencia, Galileo fue acusado de desobedecer el mandato de 1616 que establecía la prohibición de defender la astronomía copernicana. La orden de la Inquisición, por desacertada que fuera, solo tiene sentido si reconocemos que la Inquisición no veía ninguna posibilidad de conflicto entre la ciencia y la religión, entendidas ambas correctamente. Así, en 1633, la Inquisición, para asegurarse la obediencia de Galileo, le exigió que afirmara pública y formalmente que la Tierra no se mueve. Galileo, aunque a regañadientes, accedió.

De principio a fin, las acciones de la Inquisición fueron disciplinarias, no dogmáticas, aunque se basaran en la idea errónea de que era herético afirmar que la Tierra se mueve. Las ideas erróneas siguen siendo solo ideas; las opiniones de los teólogos no son lo mismo que la doctrina cristiana. El error que cometió la Iglesia con Galileo fue un error de juicio. La Inquisición se equivocó al disciplinar a Galileo, pero la disciplina no es dogma.

El desarrollo de la leyenda de Galileo

La visión mítica del asunto Galileo como capítulo central de la guerra entre ciencia y religión se hizo prominente durante los debates de finales del siglo XIX sobre la teoría de la evolución de Darwin.

En Estados Unidos, la obra de Andrew Dickson White History of the Warfare of Science with Theology in Christendom (1896) consagró lo que se ha convertido en una ortodoxia histórica difícil de quitar. White utilizó "la persecución" de Galileo como herramienta ideológica en su ataque a los oponentes religiosos de la evolución. Como a finales del siglo XIX era tan obvio que Galileo tenía razón, resultaba útil verlo como el gran campeón de la ciencia contra las fuerzas de la religión dogmática. Los partidarios de la evolución eran vistos como los Galileos del siglo XIX; los opositores a la evolución eran vistos como los inquisidores modernos. El asunto Galileo también se utilizó para oponerse a las afirmaciones sobre la infalibilidad papal, afirmada formalmente por el Concilio Vaticano I en 1870. Como observó White: ¿no habían declarado oficialmente dos Papas (Pablo V en 1616 y Urbano VIII en 1633) que la Tierra no se mueve?

La persistencia de la leyenda de Galileo, y de la imagen de "guerra" entre ciencia y religión, ha desempeñado un papel central en la concepción que el mundo moderno tiene de lo que significa ser moderno. Incluso hoy en día, la leyenda de Galileo sirve como arma ideológica en los debates sobre la relación entre ciencia y religión. Precisamente por haber sido un arma tan eficaz, la leyenda ha persistido.

Por ejemplo, un debate sobre bioética de hace varios años se basó en los mitos del caso Galileo. En marzo de 1987, cuando la Iglesia católica publicó las condenas de la fecundación in vitro, los vientres de alquiler y la experimentación fetal, apareció una página de viñetas en uno de los principales periódicos de Roma, La Repubblica, con el titular: "In Vitro Veritas". En una de las viñetas, dos obispos están de pie junto a un telescopio, y en el lejano cielo nocturno, además de Saturno y la luna, hay docenas de tubos de ensayo. Un obispo se vuelve hacia el otro, que está delante del telescopio, y le pregunta: "Esta vez, ¿qué hacemos? ¿Miramos o no?". La referencia histórica a Galileo era evidente.

De hecho, en una rueda de prensa en el Vaticano, se preguntó al entonces cardenal Joseph Ratzinger si pensaba que la respuesta de la Iglesia a la nueva biología no daría lugar a otro "caso Galileo". El cardenal sonrió, quizá dándose cuenta del poder persistente -al menos en la imaginación popular- de la historia del encuentro de Galileo con la Inquisición más de 350 años antes. El dicasterio vaticano que dirigía entonces el cardenal Ratzinger, la Congregación para la Doctrina de la Fe, es el sucesor directo de la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición.

No hay pruebas de que en 1633, cuando Galileo accedió a la exigencia de la Inquisición de que renunciara formalmente a la opinión de que la Tierra se mueve, murmurara en voz baja, eppur si muove, "y sin embargo se mueve". Lo que sigue moviéndose, a pesar de las pruebas de lo contrario, es la leyenda de que Galileo representa la razón y la ciencia en conflicto con la fe y la religión. Galileo y la Inquisición compartían unos primeros principios comunes sobre la naturaleza de la verdad científica y la complementariedad entre ciencia y religión. A falta de conocimiento científico, al menos tal como lo entendían tanto la Inquisición como Galileo, de que la Tierra se mueve, Galileo estaba obligado a afirmar que no lo hacía. Por muy imprudente que fuera insistir en tal requisito, la Inquisición no pidió a Galileo que eligiera entre la ciencia y la fe

Traducido por Helena Faccia Serrano.

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