Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

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El Cardenal Segura desde Belloc (y 3)

por Victor in vínculis

Publicada en el Boletín Eclesiástico de Toledo y, un mes después, en El Castellano, presentamos hoy la tercera parte del documento escrito desde tierras francesas por el Primado, Cardenal Segura.
 
UN DOCUMENTO INTERESANTE

CARTA PASTORAL DE SU EMINENCIA SOBRE LOS DEBERES DEL CARGO PASTORAL
Nuestro silencio. —Nuestra gratitud. —Nuestro deber

 
NUESTRO DEBER
 
En justa correspondencia a todos estos motivos de gratitud pesan sobre nos, por razón de nuestro cargo pastoral, obligaciones especiales, que no es posible declinar sin gravar nuestra conciencia.

Es la primera la de daros ejemplo, perdonando generosamente y de todo corazón a todos nuestros enemigos y respondiendo con beneficios a sus persecuciones y con amor a sus odios.


 

Es este uno de los caracteres inconfundibles de la verdadera caridad cristiana, que brota del corazón de Aquel que dio su vida por los mismos que le clavaron en la cruz, desde la cual imploró el perdón para sus enemigos, “no maldiciendo cuando se le maldecía y no amenazando cuando se le atormentaba” (1Pe 2, 23).
 
Dichosos nosotros cuando se nos presente ocasión de atestiguar con el apóstol (1Cor 4, 12ss): “Somos maldecidos y bendecimos, padecemos persecución y la sufrimos con paciencia, nos ultrajan y elevamos súplicas; somos, en fin, tratados como la basura y las heces del mundo y como la escoria de todos”.
 
Cuando esta caridad verdadera nos anima, mueve nuestros labios no a palabras de execración y de venganza, sino de clemencia y de plegarias, que os rogamos nos ayudéis a elevar al cielo para que el Señor auferat velamen de cordibus eorum, “corra el velo que cubre sus corazones”.
 
Tristísima sobre todo y digna de lástima es la situación en que se encuentran principalmente aquellos que, arrastrados por su ceguedad, han incurrido en los anatemas de excomunión de la Iglesia, fulminados contra los que violan algunos de sus imprescriptibles derechos.
 
Quiera el Señor, rico en misericordia, apiadarse de ellos, y tornarlos al camino del arrepentimiento, que es el único que conduce a los pobres extraviados a la vida verdadera de la gracia.
 
Constituido, venerables hermanos y muy amados hijos, por la gracia de Dios y por la benignidad de la sede apostólica obispo y pastor de vuestras almas, sentimos como nunca en estos instantes el peso de nuestros deberes pastorales, que a tanto nos obligan.
 
Cuán hermosamente declaraba estos deberes el Papa Pío IX en su carta Qui pluribus, de 9 de noviembre de 1846: “No dudamos, decía a los obispos del mundo católico el Vicario de Jesucristo, que todos vosotros, inflamados de la más viva caridad para con Dios y los hombres, ardiendo en sumo amor hacia la Iglesia, dotados de virtudes casi angelicales, provistos de fortaleza episcopal y de prudencia, animados de unas mismas santas y rectísimas aspiraciones, siguiendo las huellas de los apóstoles e imitando a Jesucristo, ejemplar de todos los pastores… estáis dispuestos, a ejemplo del Pastor del Evangelio, a buscar con amor a las ovejas extraviadas y que están a punto de perecer. No dudamos que, habiéndolas hallado, las pondréis con afecto paterno sobre vuestros hombros; que las volveréis al redil y que no perdonaréis cuidados, ni consejos ni trabajos para cumplir religiosamente todos estos deberes de vuestro cargo pastoral. Estamos persuadidos de que defenderéis de la rabia y de las insidiosas acometidas de los lobos rapaces a todas vuestras ovejas, de nos tan amadas, y redimidas con la preciosísima sangre de Jesucristo. Sabemos que, apartándolas de los pastos venenosos, las llevaréis a los saludables, y que, con vuestras obras, con vuestras palabras y con vuestro ejemplo, las conduciréis al puerto de la eterna salvación”.


[30 de noviembre de 2008. Benedicto XVI reza ante el cuerpo incorrupto del beato Pío IX, durante la visita pastoral a la Basílica de San Lorenzo Extramuros de Roma]

He aquí, hermanos e hijos queridísimos, un compendio preciosísimo de nuestros deberes pastorales, el programa completo de acción episcopal, que nos propusimos al comienzo de nuestro pontificado, y que vivamente anhelamos poder llevar a cabo entre vosotros.
 
Se trata de deberes sacratísimos, que sobre nos pesan mientras la Santa Sede de ellos no nos releve, y que, en momentos tan apremiantes y críticos para el bien de vuestras almas, se nos impide cumplir con la libertad y eficacia necesarias.
 
En pocas ocasiones del ministerio pastoral se cumplirá como en la presente el percutiam pastorem et dispergentur oves gregis, “heriré al pastor y se descarriarán las ovejas del rebaño” (Mt 22, 31).
 
Protestamos solemnemente ante Dios y ante vosotros, amadísimos hijos, de la violencia moral y física con que se nos obligó a abandonaros en las dos ocasiones en que se nos ha forzado a salir de nuestra querida patria, y con que se nos retiene fuera de ella; y reclamamos instantemente nuestro regreso inmediato a nuestra amadísima archidiócesis.
 
Tenemos, además, el deber de procurar, en unión con nuestros hermanos en el Episcopado y bajo la filial obediencia al soberano pontífice, la mayor gloria de Dios y el mayor bien de la Iglesia.
 
Ved con qué palabras lo declara el Padre santo en la encíclica ya citada: “Procurad, pues, animosamente, venerables hermanos, la mayor gloria de Dios y de la Iglesia, y trabajad con presteza, solicitud, vigilancia y unión en disipar todos los errores, desarraigar todos los vicios y en lograr mayores crecimientos de día en día en la fe, la religión, la piedad y la virtud. Haced que todos los fieles, renunciando a las obras de las tinieblas, se conduzcan dignamente, como hijos de la luz, buscando en todo agradar a Dios y producir el fruto de las buenas obras. No os atemorices en medio de tantas angustias, dificultades y peligros, que cercan a vuestro ministerio pastoral, singularmente en los tiempos actuales, sino antes bien confortados en el Señor y en el poder de Aquel que, contemplando desde lo alto a los que nos hallamos en el fragor de la batalla por la gloria de su nombre, ve la sinceridad de nuestros corazones, nos anima en la pelea y nos corona en la victoria (S. Cipriano Ep. 77). Lucha tan antigua como nueva es esta en la que tenemos asegurada la victoria, si legítimamente peleamos con nuestras armas (2Cor 10, 4), “que no son carnales, sino que son poderosísimas en Dios para derrocar fortalezas, destruyendo nosotros con ellas los designios humanos o sofismas con que se combate nuestra fe, y toda altanería de espíritu que se engríe contra la ciencia o el conocimiento de Dios, y cautivando todo entendimiento a la obediencia de Cristo”.
 
Bien seguros pueden estar quienes de nos y de nuestras intenciones recelan, de que jamás hemos pensado sino en el cumplimiento de los deberes de nuestro sagrado ministerio, al tenor de las enseñanzas de la Iglesia.
 
Ni una sola palabra, ni un solo hecho se podrá aducir que contraríe estas enseñanzas.
 
Reprobamos y reprobaremos siempre con sinceridad apostólica cuanto, bajo cualquier régimen, se haya opuesto o se oponga a los derechos inviolables de Jesucristo y de su Iglesia.
 
Respecto a la forma de régimen, en sí misma, os inculcamos una vez más la doctrina católica, que se contiene en las palabras del soberano pontífice León XIII, en su carta Immortale Dei, y que reproduce nuestro santísimo Padre el Papa Pío XI en su reciente encíclica Quadragesimo anno: “Vix necesse est commemorare quod Leo XIII de politici regiminis forma docuit: nimirum integrum esse hominibus quam maluerint formam eligere dummodo et iustitiae et boni communis necessitatibus sit consultum”. “Apenas, dice Su Santidad, hay necesidad de recordar lo que enseñó León XIII sobre la forma del régimen político… a saber, que es libre a los hombres escoger la forma que prefieran, con tal que queden atendidas la justicia y las necesidades del bien común”.
 
Y no terminaremos sin cumplir con nuestro deber de insistir cerca de vosotros sobre el respeto y la obediencia debida a los poderes públicos, valiéndonos para ello de las palabras gravísimas de Pío IX en su mencionada encíclica Qui pluribus:Inculcad, dice a los obispos, diligentemente al pueblo cristiano la debida obediencia y sujeción a los príncipes y a los poderes, enseñándoles, según la doctrina del apóstol (Rom 13, 12), que no hay potestad que no venga de Dios restablecido, y se hacen reos de condenación, y que, por consiguiente, nadie puede violar sin hacerse culpable el precepto de obedecer a la autoridad, a no ser que se mande algo que sea contrario a las leyes de Dios y de la Iglesia”.
 
Cerraremos esta breve carta con las palabras del apóstol san Pedro en su primera carta (2, 13ss): “Estad sumisos a toda humana criatura que se halle constituida sobre vosotros, y esto por respeto a Dios. Pues esta es la voluntad de Dios: que, obrando bien, hagáis enmudecer a la ignorancia de los hombres necios e insensatos; como libres sí, mas no cubriendo la malicia con capa de libertad, obrando en todo como siervos de Dios, esto es, por amor. Honrad a todos; amad a los hermanos; temed a Dios”.
 
Pidiendo para todos, venerables hermanos y amados hijos, copiosísimas gracias, y suplicando instantemente vuestras oraciones, os enviamos de corazón la bendición pastoral en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
 
En Nuestra Señora de Belloc (Francia), a 4 de julio de 1931
PEDRO, CARDENAL SEGURA Y SÁENZ, Arzobispo de Toledo
 
Por mandado de su Eminencia Reverendísima el Cardenal Arzobispo, mi señor, Dr. BENITO MUÑOZ DE MORALES, Secretario Cancelario.
 
Esta carta pastoral será leída al pueblo en la forma acostumbrada
(Del Boletín Eclesiástico del Arzobispado)
 
[Bajo estas líneas, la Virgen Negra Nuestra Señora de Belloc]

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