Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Broncas matrimoniales


Y si queremos evitar el desastre total que significa el divorcio, demos importancia a la oración.

por Pedro Trevijano

Opinión

Estos días estoy leyendo el libro de los hermanos Kendrick, “El desafío del amor” de Libros libres, escrito para ayudar a los matrimonios en sus dificultades, y en el capítulo 13 he encontrado unos cuantos consejos para arreglar las desavenencias conyugales que voy a copiar y a comentar. “1) Nunca mencionaremos el divorcio; 2) No traeremos a colación temas del pasado y sin relación con el presente; 3) Nunca pelearemos en público ni frente a nuestros hijos; 4) Nos daremos un “alto el fuego” si el conflicto alcanza un nivel peligroso; 5) Nunca tocaremos al otro para hacerle daño; 6) Nunca nos iremos a dormir enfadados; 7) El fracaso no es una opción. Pase lo que pase, lo resolveremos”. Y sobre el modo concreto de comportarse también me parecen importantes: “Escucharé antes de hablar; hablaré con dulzura y no levantaré la voz”.
Es indudable que son un conjunto de buenos consejos, de los que varios de ellos creo que quienes hemos tenido que vernos con problemas de desavenencias conyugales, hemos dado muchas veces. Por ejemplo, es evidente que no es bueno discutir delante de los hijos y que éstos han de ver a sus padres de acuerdo en todo o casi todo. Cuando hay alguna discrepancia o no hay acuerdo en algún punto de relativa importancia, hay que buscar un lugar u ocasión donde poder hablar tranquilamente e intercambiar pareceres a fin de lograr el consenso. Muchas veces he recomendado irse a un bar vecino y allí, delante de un par de refrescos, discutir tranquilamente la situación. La presencia de otras personas obliga  a un gesto de gran importancia en las discusiones: no alzar la voz. También me parece de gran importancia el no irse a dormir enfadados. De hecho hace algún tiempo, una esposa me comentó que el mejor consejo que había recibido para su vida matrimonial se lo había dado un sacerdote y había sido éste: “nunca apaguéis la luz como enemigos”. Y ella me lo confirmó con estas palabras:   “cuando apagamos la luz reñidos, el enfado nos dura una semana. En todo matrimonio hay broncas. A veces, soy yo la que pide perdón; a veces es mi marido; ¿pero qué hacer esos días que ni yo ni él queremos pedirnos perdón? Entonces seguimos ese consejo, y antes de apagar la luz tenemos un gesto o una frase que dice: ‘estamos reñidos, pero nos queremos’ Cuando actuamos así, al día siguiente ni nos acordamos de la bronca”. El saber escuchar me parece otro punto de gran importancia, del que hemos de ser especialmente conscientes los varones, en muchos puntos todavía demasiado machistas, tanto más cuanto que es muy difícil que uno de los dos tenga toda, toda la razón. En ese punto me gusta mucho el refrán “cuatro ojos ven más que dos”. Y por supuesto, hemos de tener muy presente en todo momento que el bien de mi matrimonio y familia es mi propio bien y que bajo ningún pretexto, aunque a veces me tenga que aguantar las ganas, me puedo permitir el meter a mi cónyuge el dedo en el ojo, es decir tratar de fastidiarle. En un matrimonio eso significa hacerme daño a mí mismo y que para que un matrimonio funcione, debo ser muy consciente que más que intentar que el otro mejore, debo mejorar yo, y si lo logro, ya he conseguido que mejore la mitad de mi matrimonio.
           
Y si queremos evitar el desastre total que significa el divorcio, demos importancia a la oración. No olvidemos que vivimos una época de liberación sexual, que con frecuencia es una auténtica esclavitud sexual, donde mucha gente se compromete en un matrimonio civil o religioso sobre bases inconsistentes y sin preparación humana y espiritual para los inevitables sacrificios que conlleva una unión duradera, siendo la inmadurez que tan solo aprecia los valores del consumo, dinero y placer, una de las principales causas de los fracasos matrimoniales. Sin valores ni normas objetivas de referencia la fidelidad, la indisolubilidad y la fecundidad son relativizados por muchos hasta el punto de pensar que son normales y lícitas la infidelidad conyugal, la ruptura del pacto matrimonial y el cerrarse a la fecundidad, porque la castidad es imposible y los instintos sexuales deben ser satisfechos lo mismo que han de serlo los del hambre o la sed. Y es que el matrimonio no es un remedio a los problemas de uno, como si la madurez personal fuese fruto del matrimonio, sino que, por el contrario, la madurez ha de ser la premisa y condición que hace posible el matrimonio. Ante esta situación hemos de ser muy conscientes de la importancia de la gracia divina en nuestra vida, para poder realizar el conocido proverbio “familia que reza unida, permanece unida”, lo que es verdad incluso estadísticamente. El propio Cristo nos recuerda esto cuando nos dice: “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). 
 
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