Viernes, 19 de abril de 2024

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Brevísima historia bíblica del pueblo judío: desde Moisés hasta Babilonia

por En cuerpo y alma

  
            Si el pasado 17 de noviembre iniciábamos esta pequeña serie de la historia del pueblo con la primera entrega que nos llevaba hasta el s. XIII a.C. con la figura de Moisés (pinche aquí si desea ponerse al día), corresponde hoy hacer la segunda que abarcará el período entre el gran patriarca judío y el exilio babilónico, siempre de manera muy sucinta, sacrificando el detalle en detrimento de la visión de conjunto.
 
            El final del largo periplo concluye en el hallazgo de lo que se da en llamar “la Tierra Prometida”, Eretz Israel, Palestina, que los judíos conquistan bajo el mando de Josué (m.1428 a.C.). Las doce tribus se reparten el territorio y vienen años de equilibrio y prosperidad, gobernados los judíos por jueces. Pero sobreviene la amenaza filistea (Palestina de hecho significa “tierra de filisteos”), y el pueblo hebreo en guerra se constituye en monarquía, eligiendo a Saúl (m.1010 a.C.) como su primer rey.
 
Cuando las cosas están peor y la derrota ante los filisteos se presenta como el escenario más probable, aparece otro de esos hombres providenciales en la historia de los judíos: se trata de un pastor, por nombre David (pinche aquí para conocer algo más sobre el mítico rey) único capaz de enfrentarse con el temido gigante de los filisteos, Goliat, al que derrota con la sola ayuda de una onda y unas piedras. Coronado rey a la muerte de Saúl, David (n.h.1014-m.h.970 a.C.) conquista Jerusalén (de uru=ciudad y shalom=paz, ciudad de la paz), a la que convierte en capital de su reino hacia el año 1000 a.C.. Con él y con su hijo Salomón (970-931 a.C.), que levanta el Templo de Jerusalén que tanta gloria dará a la dinastía, sobrevienen los años gloriosos de la historia de los hebreos, los que componen la base de todo el mito judío.
 
            El apogeo es, sin embargo, breve. Apenas cien años después, vemos el gran reino de David dividido en dos, el de Israel al norte, en el que moran la mayoría de los miembros de diez de las doce tribus y donde reina el usurpador Jeroboam, y el de Judea, que ocupan principalmente los descendientes de Judá, al sur, donde reina Roboam, de la dinastía davídica: desde este momento, con toda propiedad, se puede hablar de los judíos, aquéllos descendientes de Abraham y de Jacob pertenecientes a la tribu de Judá, que forman su propio reino judío. Sobrevienen asimismo, los tiempos de la idolatría y de los sonoros discursos proféticos que anuncian el desastre. Y el desastre no se hace esperar.
 
Sargón II

          En el año 720 a.C., los asirios de Sargón II someten el reino del norte, Israel, y deportan y esclavizan a todos sus habitantes, colonizando sus territorios.
 
            El destino de Judea, aunque más tardío, no será muy diferente al del reino de los hermanos de raza. El bíblico Nabucodonosor II (604-562 a.C.), rey de los caldeos, sucesores a todos los efectos de los asirios, conquista Judea y devasta su capital Jerusalén, reduciendo el Templo de Salomón a cenizas. Algunos de sus habitantes son deportados a Babilonia, unos pocos huyen a Egipto, iniciando la primera de las muchas diásporas (del griego, diasporas=dispersión) que en adelante tan familiares les serán a los judíos, y un tercer grupo permanece en el país.

Toma de Jerusalén por Nabucodonosor. Ilustración en la Seo de Urgel (h.975)
 
            En Babilonia los judíos, como antes en Egipto, lejos de desaparecer, en un proceso admirable digno de estudio que convierte al pueblo hebreo en un caso singular en la historia, se afianzan como nación, y perfeccionan su religión en las primeras sinagogas que, ante la desaparición del Templo, se construyen. Los judíos que menos tiempo permanecerán en Babilonia, lo harán cincuenta años, esto es, dos generaciones, y los que más, por encima de los cien años, esto es, cuatro generaciones.
 
 
            ©L.A.
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