Viernes, 29 de marzo de 2024

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IV centenario de su beatificación (1619-2019)

San Isidro, 1936-1939

por Victor in vínculis

Un 14 de junio de 1619, el papa Paulo V firmaba el decreto de beatificación de san Isidro. Por tanto, se celebra el IV centenario de su beatificación, camino del 2022 en que se celebrará el IV centenario de su canonización.

El cuerpo incorrupto de San Isidro, labrador, tiene mucha historia. Escribiendo desde tierras toledanas, cómo no recordar el episodio cuando Felipe III enfermó de unas calenturas al regresar de Portugal y se vio obligado a permanecer en Casarrubios del Monte. La villa de Madrid organizó entonces una procesión por la curación del monarca y el cuerpo del Santo fue trasladado a esta localidad toledana.

Y aunque, voy a referirme a lo sucedido entre 1936 y 1940 con el venerado cuerpo, quiero traer primero a colación cuándo se ha expuesto al público el cuerpo del Labrador:

Del 14 al 23 de mayo de 1939: al descubrirse el Cuerpo tras finalizar la Guerra civil.

Del 9 al 25 de mayo de 1969: por el trescientos cincuenta aniversario de su beatificación y segundo centenario de su traslado a la Real Colegiata, por Orden Real de Carlos III.

Del 9 al 20 de mayo de 1972: por el trescientos cincuenta aniversario de su canonización y  octavo centenario de su fallecimiento.

Del 9 al 14 de mayo de 1982: por el noveno centenario de su nacimiento. Bajo estás líneas, fotografía de El País, un niño mira el cuerpo incorrupto del santo patrón de Madrid, el 14 de mayo de 1982.

Del 4 al 20 de mayo de 1985: por el primer centenario de la creación de la diócesis de Madrid-Alcalá.

SAN ISIDRO, 1936-1939

La Vanguardia, 16 de abril de 1939

El cuerpo glorioso de San Isidro Labrador, a salvo

«Se sabe que el cuerpo glorioso de San isidro Labrador y las reliquias de Santa María de la Cabeza han sido salvados de la profanación y destrucción de los rojos.

En los días tormentosos de abril de 1936, el Cabildo de la Catedral acordó, para evitar la profanación, esconder el cuerpo precioso de San Isidro Labrador en lugar seguro, para que no lo alcanzaran las turbas, que profanaban, incendiaban y destrozaban los templos madrileños. Los sacerdotes y el Cabildo estudiaron el lugar donde, con toda seguridad, pudieran conservarse los restos del Patrón de Madrid. Los sacerdotes y el Cabildo de la Catedral se juramentaron solemnemente para no decir, ni aunque padeciesen martirio, el lugar donde se guardaban los restos mortales del Santo. Todavía el Cabildo conserva su juramento hasta que el piadoso Prelado de Madrid realice personalmente el descubrimiento de los restos. Los rojos, en este tiempo, buscaron con todo interés el cuerpo de San Isidro por todos los procedimientos. La furia marxista levantó el sepulcro de San Isidro y, al no encontrar el sagrado cuerpo, comenzó a buscarlo por todos los lugares y rincones y suelos de la Iglesia Catedral. Con picos rompieron los ladrillos y destrozaron grandes trozos de pared, levantaron el suelo de la iglesia, de la sacristía y de los sótanos, y volaron con dinamita bloques de tierra y muros. Hicieron muchas zanjas y hoyos, uno de ellos de siete metros de profundidad, sin lograr encontrar nada».

ABC, 12 de mayo de 1939

Mañana será derribado el tabique que ocultó a los rojos el cuerpo incorrupto del Santo

El obispo de Madrid-Alcalá, doctor Eijo, ha dictado la siguiente circular:

«Amadísimo diocesanos: Gaudium magmun annuntio vobis!; es llegado el momento de anunciaros, con el corazón henchido de gozo, la buena nueva de que, a pesar de la depredación marxista y del sacrílego incendio de nuestra Santa Iglesia Catedral, no hemos perdido el más preciado tesoro de la diócesis: el cuerpo incorrupto del Santo Patrón de Madrid, San Isidro Labrador, y los sagrados restos de su esposa, Santa María de la Cabeza.

¡Loado sea el Señor mil veces! ¡Démosle sin cesar gracias por tan señalada merced!

En mayo de 1936, cuando ya vimos desatarse, incontenible, sobre nuestra Patria y sobre nuestra diócesis la furia de la persecución religiosa descarada, con sus incendios, sus asaltos a mano armada y sus asesinatos, y cuando vimos a los poderes públicos inhibirse, cómplices, dejando a los salteadores revolucionarios la vía libre para sus premeditados desmanes, movimos a nuestro Cabildo Catedral a poner a buen recaudo los restos de nuestro Santo Labrador. No podíamos confiarnos a la protección de la autoridad pública, dominada entonces por el mismo furor antirreligioso y revolucionario que enloquecía a las sacrílegas turbas y hubimos de esconderlos en el mismo templo en que venían siendo secularmente venerados; para ello, los trasladamos, dentro de la magnífica caja de plata que la reina doña María había regalado el año 1692, desde el altar mayor a un lugar recóndito de la iglesia, donde quedó emparedado tras un tabique de ladrillos.

Al estallar la revolución, nuestro templo catedralicio, que se había singularizado entre los demás por el esplendor de su culto litúrgico, por sus obras catequísticas, por sus cursos de cultura religiosa, por sus conferencias cuaresmales y por las solemnidades de la Acción Católica Diocesana, ganándose con ello el odio de los impíos fue reiteradamente incendiado y quedó, por fin, convertida en cenizas la mayor y mejor parte de aquel verdadero museo, único en su género entre todos los templos de España.

¿Qué suerte habrá corrido el cuerpo de San Isidro? –nos preguntábamos muchas veces en las horas amargas de incertidumbre y dolorosísima ausencia durante estos casi tres años del martirio de Madrid. Y pedíamos a Dios que, perdidos tantos otros valores espirituales de la diócesis, nos conservase, al menos, el cuerpo incorrupto de San Isidro, Patrón, él, tan humilde y tan pobre, de la ciudad más populosa y rica de España. ¡Y el Cielo ha querido oír nuestra plegaria, cien veces repetida, y ha querido darnos esta inmensa alegría de anunciaros hoy la gratísima nueva!

El día 30 de abril último entrábamos en Madrid; derechos nos fuimos a las ruinas de nuestra catedral; el panorama de escombros y cenizas no nos impresionó, porque apenas pudimos contemplarlo, que tan absortos íbamos en busca del gran tesoro de nuestro Santo, y al ver la débil pared que lo ocultaba, caímos de rodillas, y, con lágrimas, dimos gracias al Señor y pedimos, por intercesión del Santo, el eterno descanso para nuestros mártires, el laurel perenne para nuestro Generalísimo, la conversión y el perdón para nuestros enemigos y las gracias necesarias para levantar la arruinada diócesis. En nuestra oración hubo de acompañarnos nuestro venerado hermano el obispo auxiliar del Plata, monseñor Serafini, porque Dios así lo concertó, como si hubiera querido asociar a la fiel Hispanoamérica con la Madre España en el júbilo de aquel inolvidable momento.

¡El cuerpo incorrupto de San Isidro Labrador está con nosotros! Encima, debajo y al lado de su escondrijo, la piqueta soviética escarbó buscando la presa inestimable; un tabique, de reciente construcción, lo ha ocultado contra toda humana esperanza. ¡Demos gracias a Dios, único que ha podido salvarlo!

Para rendir al Santo los honores públicos que le son debidos, hemos dispuesto, de acuerdo con nuestro Excmo. Cabildo, con el Excmo. Ayuntamiento de la villa y con las autoridades civiles y militares, proceder, el próximo sábado, día 13 de mayo, a las cinco de la tarde, al derribo del tabique y a la apertura de la caja en que se guarda el cuerpo del Santo Labrador, acto del que se levantará el oportuno atestado notarial para perpetua memoria, y al que invitamos a todos los sacerdotes y fieles de esta mártir ciudad. El cuerpo será trasladado al altar que, provisionalmente se ha levantado entre las ruinas del templo, y quedará expuesto a la pública veneración de los fieles durante algunos días. EL 15 de mayo, el tradicional día de Madrid, celebraremos solemne pontifical antes las sagradas reliquias.

No os importe que se celebren estas solemnidades entre las ruinas amontonadas por el incendio sacrílego, ni logren esos trofeos del momentáneo triunfo satánico abatir vuestros ánimos. ¡Con la protección de San Isidro y el fervor católico del pueblo de Madrid, muy pronto recobrará el templo catedralicio su secular esplendor!

Madrid, 10 de mayo de 1939. Leopoldo, Obispo de Madrid-Alcalá».

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