Domingo XXIII: Dios tiene derechos
“Mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo: Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 25-27).
Sabemos que hay diez mandamientos contra los que se puede pecar gravemente, pero habitualmente los católicos que se confiesan lo hacen de haber faltado contra el sexto, el quinto, el cuarto o el octavo. El sexo, la vida, la familia o la mentira, son los pecados más frecuentes o, al menos, son aquellos de los que más conscientes somos cuando los infringimos. Por desgracia, casi nadie examina su conciencia sobre otro pecado, que aparece además como el primero en la lista de los diez mandamientos. Se trata de aquel que hace referencia a la necesidad de poner a Dios en el primer lugar de la vida: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. En realidad, cualquiera de los otros pecados es también una infracción contra éste. Para respetar y cumplir ese primer mandamiento, basta con tener presente que Dios tiene derechos y que tiene, nada menos, que los derechos de Dios, los mayores derechos. Eso significa que nosotros tenemos deberes para con Él y que, cuando cumplimos con nuestro deber, no hemos hecho nada extraordinario, no le hemos dado “propina” que deba agradecernos, sino que nos hemos limitado a cumplir con nuestra obligación.
Es desde esta perspectiva desde la que debemos analizar el fragmento del Evangelio de este domingo. Cristo nos recuerda que Él, por ser Dios, tiene derecho a ocupar el primer lugar en nuestro corazón. Por eso nos dice que no podemos querer más a nuestra familia que a Él y que si no somos capaces de imitarle llevando nuestra cruz como Él llevó la suya, no podemos ser discípulos suyos. Ante esta justa exigencia, sólo nos queda una cosa: pedirle al Espíritu Santo la ayuda necesaria para poder ser fieles a nuestra vocación de cristianos.