Viernes, 19 de abril de 2024

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El odio satánico a los niños

por La Columna del #CoronelPakez

Uno puede emular a Frossard y a Lewis y, salvando las distancias, ponerse en la mente del diablo. Salvo las distancias literarias con los dos genios y salvo la distancia intelectual con el príncipe de este mundo que es, ya saben, tan perverso como inteligente.

Bien, si yo fuese satán desconfiaría de todos los niños del mundo, los nacidos y los que han de nacer ahora, antes, después, siempre. Fue a través de un niño, por medio de un niño, como Dios principió la salvación de todos los hombres. Fue un niño que suscitó de inmediato las iras demoníacas y Herodes provocó una más de tantas matanzas de inocentes. Una más porque ya la Biblia da cuenta de las prácticas criminales de los pueblos paganos que rodeaban a Israel: la muerte ritual del niño, su ofrecimiento a los dioses-demonios de los cananeos, fenicios y cartagineses, de los mayas, de los aztecas, de los incas, de los nazis y de los depravados de Hollywood. Violar niños, utilizar su piel para hacer bolsos y zapatos, beber su sangre en rituales de mandil o de cruces invertidas, o, simplemente, tras una noche de juerga política y judicial en el levante español. (En el Madrid pijo también se dan, pero estas son otras historias).

Matar niños, someterlos a abusos, es una constante consecuencia del odio del diablo a Quien se la jugó magistralmente en el seno de una Virgen. Cuando supo de verdad que Aquel era el Hijo del Hombre, satán había perdido la partida eterna: la perdió en el mismo instante en que Cristo perdió su vida humana. 

Y todo por culpa de un miserable niño nacido en un miserable pesebre.

Uno, de ser satán, odiaría a los niños por los siglos de los siglos. 

Y los iría matando a mansalva. No dejaría ni uno. Ese Hijo del Hombre dijo que volvería en gloria y majestad, pero el diablo no se fía. Hace bien. Este Hijo de Dios gusta de las contradicciones: se declara rey y muere como esclavo; se llama la Verdad y cuando le preguntan, calla; se proclama vida y solo trae la muerte a los que testifican en Su nombre; predica el amor y separa a los hijos de los padres, enfrenta a unos familiares con otros y rompe con todo vínculo de sangre apelando a cumplir la voluntad de Dios. 

No, satán no puede fiarse de Alguien así. Sobre todo porque ha dicho que quien sea como un niño entrará en Su reino; y que los niños se acerquen a Él. ¿Y si la gloria y la majestad son otro niño? Dios padre, al que satán conoce, se parece extraordinariamente a un niño: esa mirada amorosa insoportable, la condescendencia misericordiosa despreciable con estos simios imbéciles que se autocalifican en su locura como homo sapiens, cuando saben menos que uno de mis diablos más cretinos -que los tengo, por desgracia para mí y para ellos-.

Así, satán ha conseguido que las madres sean los peores enemigos de sus hijos, a los que asesinan, amparadas por leyes inicuas hechas por políticos que sodomizan a los niños y a las prostitutas -otro grupo que gusta al Hombre de Galilea, qué asco-. El diablo ha penetrado, disculpen el verbo pero es muy gráfico, en todos los cuerpos oficiales internacionales y en casi todos los gobiernos: sexo, dinero, drogas y niños y vírgenes para esas bacanales que uno puede descubrir en viejos documentos del siglo XVIII, en la propia Biblia como he dicho y, hoy, en YouTube si busca bien. 

Pero no busquen DEMASIADO bien. Saber mucho es un negocio peligroso con satán y sus secuaces. Actores y actrices muertos, espías envenenados y ciudadanos que mueren en accidentes que siempre provocan locos nazis, blancos y supremacistas. Me estoy desviando, como siempre...

El odio de satán a los niños está produciendo la penúltima gran batalla a las puertas de Minas Tirith. Solo un ejército de almas orantes, de espectros en busca de redención, podrá salvar al mundo y a la familia del oscuro poder de Sauron.

Recen, pues, y confíen.

CODA: En Garabandal se respira el ambiente pacífico de lo virginal, y la pureza triste de la derrota. Dios permitió una victoria de satán en la Tierra de María, España; y así queda allí, oscura como la sombra del humo de un volcán, una tiniebla que certifica el abandono de las huestes de Ilúvatar y el triunfo provisional de Melkor. Veremos.

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