El peligro de la Iglesia hoy (1)
Pido perdón a los lectores de blogs de ReL porque últimamente no he escrito nada, sino que he usado el blog para subir mis vídeos. Me dispongo ahora a escribir sobre el tema que intitula el blog, el peligro de la Iglesia hoy. Me mueve a ello la lectura de algunos libros y documentos que me han dado perspectiva sobre el tiempo que estamos viviendo. Nos estamos quedando atrapados en el momento, sin ver el conjunto de lo que está sucediendo en el mundo y en la Iglesia, en esa lucha entre el bien y el mal que lleva librándose desde que el mundo es mundo, que llegó a su etapa final cuando Cristo vino y que se ha recrudecido en los últimos tres siglos. El Concilio Vaticano segundo lo expresó de modo magistral en el número 13 de Gaudium et Spes: “Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas”.
Hoy estamos enredados en estériles polémicas intraeclesiales sobre declaraciones al vuelo del papa o de algunos obispos, notas a pie de página de documentos y oposiciones escandalosas que nos hacen centrarnos en lo que no es importante. Hay cosas hoy que son importantes, sí: el tema del aborto, de la eutanasia, de la sexualidad desordenada, etc. También en estos temas hay cierta confusión, pero el problema de fondo tampoco es ese. Mientras no miremos con perspectiva, los árboles no nos dejarán ver el bosque. Hay algo más grande y complejo detrás de los avatares de la Iglesia y de la historia. Es la lucha entre el bien y el mal, como dice el concilio, o, por especificar mejor, la burda rebelión de Satanás, criatura pobre e impotente, contra el Dios Altísimo, al que odia irracionalmente, y cuyo corazón quiere herir haciendo daño a los seres humanos. Es importante que comprendamos esto, porque si no, no comprenderemos nada. El diablo sabe que le queda poco tiempo (Ap 12) y que está vencido y condenado (Mt 25). Se ha corrompido a sí mismo por envidia al hombre (Sab 2) y ha entrado en una vorágine de corrupción, negación y odio que ha llegado a su punto de no retorno, por lo cual él ya ha elegido no poder salvarse, junto a los ángeles que le siguieron en su caída.
Como un hombre cuyo odio hacia su esposa le lleva a la más pura irracionalidad y a matar a sus propios hijos para después suicidarse, así el demonio, en su vórtice de odio irracional trata de arrastrar al hombre en su caída, sólo para tratar de herir el corazón de Dios, aun sabiendo que Dios ya ha vencido, que su plan saldrá adelante, y que el demonio no se saldrá con la suya. Pero no puede evitarlo, como un perro rabioso, moribundo y encadenado, que no puede resistir al impulso de morder a cualquiera que se le acerque. Él ya sabe que está derrotado, pero desea infligir el máximo sufrimiento posible a todas las criaturas, y mediante ellas a Dios, que es impasible pero no incompasible, aun sabiendo que todo ese dolor quedará estéril y caerá en el olvido. El diablo ha promovido el mal del ser humano y la guerra a la religión y a la fe cristiana de muchísimos modos a lo largo de la historia, pero su actuación se ha vuelto más inteligente según el hombre ha ido avanzando en la era de la razón. Ha calculado la posibilidad de hacer el máximo daño al máximo número de personas apartándolas de Dios y de su propia naturaleza y vocación con el mínimo esfuerzo. En su odio, es frío y calculador.
Básicamente, la gran baza que ha jugado nuestro enemigo en estos últimos tiempos ha sido el materialismo. Negar que Dios existe, o que influya en el mundo, negar que haya una vida después de la muerte o que haya una moral impuesta por Dios, negar que el hombre sea algo más que materia o que haya un horizonte más allá del propio disfrute. Esto ha sido gradual, claro. El naturalismo, el racionalismo, el relativismo, el deísmo, el ateísmo, han sido pasos progresivos hasta nuestro hoy. Los papas se alzaron con fuerza contra estos errores cuando su voz ya no era escuchada, porque la masonería sofocó esa voz a través de las diversas revoluciones que pretendían emancipar al hombre de toda autoridad. La masonería no es un cuento de niños, querido lector. Puedes consultar en internet la cantidad de documentos que los papas han dedicado a este misterioso grupo, desde el s. XVIII hasta el año 1985, pasando por la cita del papa Francisco en el vuelo a la JMJ de Río de Janeiro sobre el lobby de los masones. Uno de sus objetivos fundamentales es acabar con la Iglesia católica, como dijo León XIII en su encíclica Humanum Genus: “Maquinan abiertamente la ruina de la santa Iglesia con el propósito de despojar enteramente, si pudiesen, a los pueblos cristianos de los beneficios que les ganó Jesucristo nuestro Salvador”.
Al amparo de este misterioso grupo se ha extendido por el mundo la secularización y la marginación sistemática de la religión más numerosa de la humanidad (más de un 50%). ¿Cómo se puede marginar al grupo más numeroso del mundo? Con el control del pensamiento y la opinión, a través de la mentira, la manipulación, el control de la información. No voy a detenerme aquí en los fines de la masonería, sino en cómo se ha convertido en un instrumento en manos de Satán para desterrar lo sobrenatural del mundo entero. Los masones, a partir del grado 29, dan culto a Lucifer, aunque aseguran que no se trata de Satán (un invento de los curas, dicen), sino del portador de luz. Un engaño tan fácil… porque Lucifer es Satanás.
El enemigo ha extendido por el mundo el virus del materialismo, y con él, el relativismo, el hedonismo, la cultura de la muerte, el odio, la antinaturalidad, la destrucción de la familia… Nuestros papas han sido fuertes y decididos, tratando de que la Iglesia continúe su misión en este tiempo en que su luz intenta ser sofocada. Y cada papa del último siglo lo ha hecho a su modo, como Dios le ha dado a entender.
Nosotros nos peleamos como idiotas por cosas que dice o hace el papa Francisco, sin darnos cuenta de que la verdadera batalla no está ahí. Él, a su modo y como Dios le inspira, trata de que la Iglesia vuelva a ser luz y de que el mundo recuerde a Dios, de que cobre consciencia de todo lo que ha perdido sin Dios, y trata de recordar a los cristianos que en este combate el vencedor es ya Dios, y que por eso mismo los cristianos debemos ser alegría. En cuestiones doctrinales todo lo que había que decir se dijo en tiempo de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, y Francisco no pretende engrosar los archivos de documentos sobre temas doctrinales. Está intentando que los cristianos despertemos del sueño de las guerras intestinas para volver a brillar como lo que somos: luz del mundo. El enemigo quiere que nos enredemos en luchas intestinas, de modo que la Iglesia aparezca dividida y torpe en medio de un mundo desorientado. Hace creer que el papa es solo un hombre bonachón, siendo así que es el papa que más veces ha mencionado al demonio en su pontificado, y el que ha tenido palabras más duras respecto a algunas cuestiones que estaban desgarrando el interior de la Iglesia.
La masonería quiere hacer de él un amigo, y le ha felicitado públicamente en varias ocasiones. Juegan a querer hacer ver que él está dentro de su juego. Pero el papa no les ha prestado la menor atención. Les ha ignorado y ha impuesto una dura indiferencia hacia ellos, por lo que probablemente estarán desconcertados ante su actitud. El peligro de la Iglesia hoy es, pues, no ver este gran combate, estos grandes males, y perder la esperanza, centrándonos en luchas internas estériles. Es necesario plantar cara al enemigo como no se lo espera: desde la alegría y el testimonio, desde la denuncia valiente y el anuncio profético. Haciendo ver al mundo, a la gente, a tu familia, a tus amigos, a tu vecino, que el camino por el que el mundo ha elegido avanzar no le ha hecho más feliz, y ponerles la cuestión y la inquietud sobre si Cristo es la respuesta a sus anhelos más profundos. Y desde ahí, encender en los corazones el deseo de la verdad. Porque quien quiere encontrar la verdad, la halla.
Seguiremos comentando. Espero vuestras opiniones.