Lunes, 29 de abril de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio (Mt 17,1-9)

El Padre pidió que escuchásemos a Cristo

por La divina proporción

¿A quien escuchamos? El mundo nos llama a todas horas a través de los medios de comunicación y de la sociedad en que vivimos. Reclama nuestra atención y que le rindamos honores. El mundo señala las apariencias son las que nos salvarán. Nos pide que olvidemos todo sentido de la trascendencia porque no nos sirve a nosotros mismos. Tenemos que cuidar de no caer en esta continua tentación de la misma forma que San Pedro cayó durante la transfiguración.

Para San Pedro, lo que estaba viviendo era tan maravilloso que lo importante era reternerlo y controlarlo. Si construía chozas para Elías y Moisés, los tendría para atender a sus necesidades. Pero esto no era lo que Cristo buscaba al mostrarle la Gloria de Dios y no hizo ningún caso a su reclamo. San León Magno lo señala e forma muy clara en este breve párrafo de su sermón 51:

El apóstol Pedro estaba, por así decir, radiante en éxtasis por el deseo de los bienes del cielo; lleno de gozo por lo que veía, deseaba habitar con Jesús en un lugar en el que su gloria así manifestada le llenara de gozo. Y dijo: “Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pero el Señor no dio respuesta a esta propuesta, queriendo con ello decir, no que el deseo era malo, sino que estaba fuera de lugar. Porque el mundo no se podía salvar más que por la muerte de Cristo; el ejemplo del Señor invitaba a la fe de los creyente a comprender que, sin que podamos dudar de la felicidad prometida, debemos, sin embargo, en las tentaciones de esta vida, pedir más bien la paciencia que la gloria, porque la felicidad del Reino no puede ser anterior al tiempo del sufrimiento. (San León Magno. Sermón 51)

El mundo sólo puede salvarse por medio de Cristo. Las apariencias sólo pueden engañarnos y hacernos creer que nosotros mismos u otras personas, somos segundos salvadores capaces de todo por medio de nuestras fuerzas humanas. La conversión es anterior al disfrute del Reino de Dios. No podemos reconstruir la naturaleza humana con nuestra propia naturaleza herida. El agente que transforma es la Gracia de Dios. Nosotros, podemos dejar que humildemente actúe u oponernos a ello con nuestra soberbia.

Cuando vemos que las personas van poco a poco apartando la vista de Dios, a lo más que llegamos es a preguntarnos ¿Qué puedo hacer? Rara vez nos preguntamos: ¿Qué desea Dios al permitir esto? Tal vez estemos viviendo un nuevo Éxodo por el desierto de la postmodernidad. Un Éxodo que nos da la mejor oportunidad de negarnos a nosotros mismos y confiar en Dios de forma directa. Un Éxodo en el que el dolor y la desesperanza nos ira asediando en cada paso que demos. A diferencia del Pueblo de Israel, nosotros no tenemos a Moisés, sino a Cristo mismo guiándonos. Si seguimos los pasos de Cristo llegaremos al monte Nebo desde el que vemos una tierra nueva en la que brota la leche del espíritu y la miel de la esperanza. Esta es la Tierra que Dios prometió al Pueblo de Israel si seguía a Moisés. Nosotros veremos la Nueva Jerusalén, si seguimos a Cristo. Esto es lo que nos debe llenar de esperanza.

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