Iglesia Rica, Iglesia Pobre
por Onofre & Icíar
Es interesante tener en cuenta que el libro del Apocalipsis es una carta en su esencia. Una carta que el mismo Jesús le inspira al apóstol Juan, el último de los apóstoles que queda con vida y que en ese momento se encuentra en prisión.
El propósito del último libro de la Biblia no es tratar de averiguar quién es el anticristo, ni es tratar de averiguar el año en que va a regresar Jesucristo o cosas similares. El propósito auténtico de esta carta pastoral y profética es revelarnos quién es Jesucristo y animarnos a ser discípulos fieles hasta el final.
Dentro de esta carta encontramos otras siete cartas que están en los capítulos 2 y 3 del libro del Apocalipsis. Tienen un mensaje muy actual que el Espíritu Santo continúa dirigiendo hoy a todos los cristianos y a la Iglesia universal, representada por las siete iglesias del Asia proconsular.
Quiero detenerme en la última de las cartas dirigida a la Iglesia de Laodicea:
Escribe al ángel de la Iglesia en Laodicea: Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios. Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: «Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada»; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas; y vestiduras blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez; y colirio para untarte los ojos a fin de que veas. Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. (Ap 3,14-22)
Laodicea era una ciudad próspera y esta prosperidad pudo ser una de las causas de la tibieza de algunos cristianos. Jesucristo se presenta como eterno junto a Dios y fiel a sus promesas que siempre reclama un amor encendido y apasionado. La existencia de aguas termales próximas a la ciudad da pie a esa comparación tan expresiva y conocida de los versículos 15 y 16, manifestando una clara repulsión divina ante la mediocridad y el aburguesamiento de los creyentes.
La imagen de Cristo llamando a la puerta es de las más bellas y enternecedoras de toda la Biblia, ya que se dirige a los cristianos que han dejado a Dios fuera de sus vidas. Nos recuerda al Cantar de los Cantares, donde el esposo exclama: “Ábreme, hermana mía, amada mía, mi paloma sin tacha; que mi cabeza está cubierta de rocío, mis rizos del relente de la noche” (Ct 5,2). Es una manera de expresar el deseo divino que nos llama a una intimidad mayor, y lo hace de mil formas a lo largo de nuestra vida.
Me encanta la presentación del Señor al comienzo de esta carta. Jesús se presenta como el principio de la creación de Dios, haciendo alusión a mi origen; el testigo fiel y veraz, haciendo alusión a mi presente; y el Amén, haciendo alusión a mi futuro. Los cristianos de Laodicea conocían bien su origen en Dios y eran conscientes de su futuro en la eternidad; sin embargo, parece que se habían olvidado de vivir su presente en Cristo y le habían sacado de sus vidas.
Los famosos versículos 15 y 16 nos hacen entender esta idea mucho mejor. La tibieza es propia de aquellos que no viven su día a día en coherencia con su fe, de aquellos que ya no viven una vida cristiana en Cristo y de cara a Dios. El Señor nos quiere fríos o calientes, nunca tibios ni indiferentes: “¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca.”
¿Por qué Jesús nos quiere fríos o calientes? ¿No se supone que ser fríos no es tampoco la mejor opción? Cuando escuché a alguien hablar acerca de estos versículos, entendí mejor la explicación que hay detrás de estas interesantes palabras de Jesucristo.
Colosas era una ciudad de Frigia, situada muy cerca de Laodicea, con aguas frías que bajaban de las montañas. Al norte se encontraba Hierápolis, una ciudad balneario con aguas termales calientes. Este contexto en el que se encontraba Laodicea explica las palabras de Jesús. Él quiere que seamos agua fría que refresca o bien agua caliente que sana.
Debemos tener en cuenta que Laodicea no tenía agua propia y por eso debían traerla en tuberías; sin embargo, llegaba tibia y contaminada, haciendo vomitar a quien la tomaba sin hervir. Esto explica mejor por qué el Señor espera de cada uno de nosotros que seamos fríos para refrescar al sediento o calientes para sanar al herido, nunca tibios ni mediocres.
La prosperidad de Laodicea había provocado que los creyentes cayeran en el engaño de las riquezas. Por un lado, creían que eran ricos solo por su propio esfuerzo; por otro lado, pensaban que las riquezas les daban todo lo que necesitaban. Sin embargo, las palabras de Jesús no podían ser más claras: “Porque dices: «Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada»; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo” (Ap 3,17).
El Señor desea sanar esta perspectiva ya que el problema no es tener dinero ni riquezas, sino que ese dinero y esas riquezas tengan nuestro corazón. Cuando eso se convierte en nuestra riqueza, dejamos a Dios al margen de nuestra vida y Cristo deja de ser nuestra única y auténtica riqueza.
Pero el Señor no se rinde y en el versículo 18 nos aconseja purificar nuestra fe: “Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas; y vestiduras blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez; y colirio para untarte los ojos a fin de que veas.” El oro acrisolado nos habla de la necesidad de ser probados en nuestra prosperidad o popularidad y en nuestra dificultad o desilusión. Las vestiduras blancas nos recuerdan la urgencia de vivir en justicia al recordar que hemos sido justificados por Cristo. El colirio nos sugiere la responsabilidad que tenemos de ver y entender lo que el Espíritu nos está diciendo.
Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. (Ap 3,19-22)
Fuente: kairosblog.evangelizacion.es