Mana y corre
por Sólo Dios basta
Mientras rezo el rosario paseando por el claustro comienza a llover. Empieza suave y coge fuerza. Mucha fuerza, en un momento la intensidad es incontrolable. Cae agua por todos lados. El patio interior del claustro recoge el agua que cae del tejado. Mientras sigo con las avemarías me paro para contemplar la escena que es digna de disfrute. Me encantar ver llover. Indica que el cielo está abierto y por ello Dios más presente, si cabe, en su obra creada. Sin querer ni pretenderlo me doy cuenta que estoy justo detrás de uno de los tres canalones de desagüe del tejado. Si de por sí veo el agua de la lluvia como una densa cortina se crece, más aún al ver correr un río a mis pies. Va hacia el centro del claustro donde está el sumidero y al lado una cruz de piedra. El agua cae del cielo y corre por el suelo.
Sigo saboreando del momento y la vista se amplia y acoge todo el patio. No sólo un río sino tres son los que van a parar el centro. Tres ríos de vida, de agua, de amor que se unen junto a la cruz de piedra para desaparecer bajo tierra y seguir camino. Entonces en medio de este espectacular escenario de belleza natural pura se hace presente el mismo Dios que quiere decir algo. ¡Ahí en esos tres ríos que se unen al pie de la cruz se hace presente la Santísima Trinidad! Estamos en la víspera de esa gran fiesta y lo que contemplo admirado me hace entender y ver de este modo ese gran misterio de Amor que es la unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Qué maravilla! ¡Qué poder! ¡Qué inmensidad! Son tres ríos que nacen del agua caída del cielo sobre el tejado del Santuario del Carmen de Calahorra y que por tres conductos distintos se separa para volver a unirse en el centro, en la Cruz de Cristo, que acompaña la cripta donde reposan mis hermanos difuntos. Se van con ellos. Se dirigen hacia lo bajo para volver a lo alto. Para volver al cielo. El agua que cae del cielo es porque antes ha subido al cielo. ¡Esto es el misterio de la Trinidad! ¡Tres personas distintas pero un único Dios! ¡Se ve tan claro! ¡No hacen falta conceptos técnicos de teología! ¡Es la vida misma! ¡La presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo a la vez distinta y a la vez unida!
Siempre que actúa la Trinidad una de las tres divinas Personas se hace presente de un modo especial. En este caso es el Padre. Si la escena que me envuelve tengo que definirla de alguna manera no es otra que con la grandeza, omnipotencia y gloria de Dios Padre. ¡Es todo gracia! ¡Así veo al Padre: con todo su ser que no puede ser superado por nadie, con todo su poder que nadie puede parar, con toda su gloria que nadie puede ocultar!
No queda todo en el rosario meditado mientras llueve con ganas. Por la noche busco un momento de intimidad para profundizar lo vivido unas horas antes. Me pongo en adoración ante el mismo Hijo expuesto en la custodia. Antes de entrar en lo profundo rezo el oficio de lectura como hacemos en la Adoración Nocturna; el himno no es otro que el poema de la Fonte de San Juan de la Cruz. Todo ayuda a entrar en la grandiosidad de la Trinidad. Es un poema que detalla todo lo que quieras saber de la Santísima Trinidad. Y lo dice en verso porque es la mejor manera de expresar lo que vive un alma enamorada de Dios. No tiene comentario ni falta que le hace. Si se comenta pierde fuerza, contenido, valor. Es mejor dejar que hablen solos los versos, no quedarnos en una interpretación única, sino abrirnos a lo que quiera decirnos Dios en ellos.
Eso hago una vez terminado el rezo del oficio. Vuelvo a leer el poema. Apago todas las luces. Sólo quedan las velas a ambos lados de la custodia y la vela del sagrario. ¡Sólo la luz de las velas y en medio la luz viva que da sentido a todo hijo de Dios! ¡Y algo más! ¡Sobre la oscuridad que reina en la capilla se hace realidad esa afirmación de que su claridad nunca es oscurecida! ¡Nunca! En el techo hay un resplandor de luz clara y redonda que es el que nace de las velas que acompañan la custodia. ¡Ya están de nuevo los tres unidos! ¡El Hijo en el centro en su presencia real! ¡El Espíritu Santo a los lados dando luz como siempre! ¡Y el Padre en lo alto contemplando a su Hijo y al Espíritu que los une de modo singular en amor de Padre a Hijo, de Hijo a Padre! La escena ha cambiado del todo, pero la unidad de Personas sigue presente. ¡El Padre se ha callado! (ya no llueve) ¡El Hijo en el centro! ¡El Espíritu de amor une como sólo Él sabe y puede al Padre y al Hijo! ¡Cada uno en su lugar! ¡Los tres presentes en la noche! La fuente de la tarde sigue fluyendo, ya no hay ruido atronador ni torrencial, sino que es una fuente que solo se escucha si se hace silencio en el corazón, en la noche. ¡Dios habla en la noche! ¡Dios habla en cada una de sus tres Personas para mostrar su voluntad!
¡Y por la noche el protagonista es el Hijo! ¡Está realmente presente! ¡Su mismo Cuerpo y su misma Sangre! ¡Su humanidad! ¡Su divinidad! ¡Está vivo! ¡No está solo! ¡No puede estar si el Padre no se goza desde lo alto viendo como habla a sus hijos que tanto le quieren y le llaman Padre porque el Espíritu Santo les empuja a rezar como el Hijo les ha enseñado! ¡Cristo! ¡El Hijo de Dios! ¡El Rey! ¡El Salvador! ¡El Dios hecho carne para darnos vida!
El culmen llega el día de la Trinidad. Ha tenido lugar una preparación muy intensa durante la víspera, pero la solemnidad no se queda atrás. Celebrada la misa del día, de la Santísima Trinidad, con la comunión reposada y terminada la comida y recreación con los hermanos, voy a la tarea que me queda. Tengo sobre la mesa dos cartas para contestar. Son de dos carmelitas descalzas. Lo hago en su día, el día de los contemplativos, esos escogidos por Dios que desde el silencio, la clausura y la oración llegan hasta las más íntimas entrañas del amor de Dios.
No es ninguna exageración afirmar que el alma de un contemplativo se encuentra llena del amor de las tres divinas Personas. ¡Confesar, hablar o acompañar la vida de una carmelita descalza es recorrer las venas de la vida interior donde lo único que se busca, se desea y se tiene es a Dios! Y no sólo para ella, sino para todos. La carmelita descalza se llena del amor trinitario para llevarlo a los demás. Soy testigo. Una propuesta que puede quitar alguna posible duda es leer cartas escritas por carmelitas descalzas. Da igual que sean del tiempo de Santa Teresa o de ahora. Tengo la gran suerte de poder gozar con cartas de aquella época y de ésta. ¡Qué regalo es poder leer la vida de Dios en un alma consagrada a la Trinidad!
En la mesa tiene lugar ese nuevo reencuentro con las tres Personas divinas. ¡El Padre es quien acoge todo sobre el folio en blanco! ¡El Hijo se manifiesta en la letra escrita y la pluma es el Espíritu Santo que rellena el folio con letras, palabras, frases y párrafos que muestran que la Trinidad también se manifiesta en una carta! Como por ejemplo esa que recibe la Beata Ana de San Bartolomé, fallecida el 7-6-1626, día de la Trinidad. ¡Y este año el 7 de junio de 2020 es también la fiesta de la Santísima Trinidad! Vamos a leer juntos un pequeño fragmento que nos mete de lleno en lo que vive una monja de clausura y la alegría que siente al transmitirlo a otra a la que ama al estilo propio que se vive en el Carmelo Descalzo. Así escribe Catalina de Cristo a Ana de San Bartolomé un 17 de junio de 1619:
Madre, traigo yo en mi corazón grandes bienes y una libertad espiritual; deseo con unas ansias dar mil vidas por Cristo y así traigo un deseo de contentarle y así donde quiera que estoy me hallo en compañía de Cristo […] Mírole en lo interior que es Señor y principio y luz trasordinaria de mi alma, que está como buen velador guardándola de día y de noche y dándola ¡Oh que luz y qué amor tan grande!, dándola en todo un nuevo ser y una vida nueva y una secreta libertad interior y con esto un apartamiento de todo lo criado y una presencia interior que no es bastante todo el mundo ni todas las ocasiones a apartar de este amor, ni todas las cosas criadas ni los trabajos ni los bienes ni las menguas ni las prosperidades, que en todo me favorece, y se halla en mi espíritu esta Trinidad diciendo que Él mismo me ha de guardar y estar asistente en mi corazón, pues es Señor de él. Así paso la vida con gran consuelo. Así en lo triste y en lo amargo y en lo próspero tengo gozo y muy grande, porque me lo da mi Dios para que en mí se cumpla su palabra.
Una vez leídas estas líneas no puede quedar ningún resquicio por donde negar que el Espíritu Santo vivifica las cartas al haber comprobado lo que se vive por dentro cuando un alma está llena de Dios. ¡La Trinidad al completo! ¡El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitan en el alma! ¡No es un cuento! ¡Es un hecho! ¡Es una vivencia! ¡Es una historia de amor que se prolonga cada vez que dejamos que el Espíritu Santo nos lleve por sus caminos para que sea Él quien rellene el folio en blanco de nuestra vida, que ha sido regalo del Padre, con palabras que nos unen al Hijo y nos convierten en hombres libres para amar y dejarse amar! ¡Vivir en la gracia! ¡Vivir en el amor! ¡Vivir en la comunión! ¡Vivir en la Trinidad! ¿Quién no quiere vivir así?
Para comenzar basta con descubrir la presencia de Dios, de las tres Personas de la Santísima Trinidad, del amor de Dios, que es como esa fuente que se ve (nace de Dios y a Dios vuelve), que se interioriza (Dios es uno pero en tres Personas), que se escribe (es un misterio que se hace vida) y que mana y corre.