Miércoles, 09 de octubre de 2024

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Pentecostés y superar la polarización.

Pentecostés y superar la polarización.

por Duc in altum!

Polarizar, según el Diccionario de la Lengua Española, quiere decir, entre otras cosas, “orientar en dos direcciones contrapuestas”; o sea, tiene que ver con dividir, fragmentar o romper y esto, lamentablemente, ha crecido en los últimos años en la sociedad y también se nos ha colado en la Iglesia. Cismas, rupturas, descalificaciones, deserciones, incapacidad para el diálogo, etc. ¿Qué hay que hacer al respecto? Ir a la raíz y eso significa vivir el significado profundo de Pentecostés; es decir, de la venida del Espíritu Santo. Bajo su acción se supera la polarización y surge la unidad en la diversidad que, a su vez, coincide con la oración sacerdotal de Jesús en la que pidió que permaneciéramos unidos. Hay que buscar, también hoy, el sentido de Pentecostés para revitalizar la Iglesia en unión con el Papa Francisco y los obispos. Sí, un cuerpo vivo en el que cada parte, siguiendo la línea de San Pablo, tiene su razón de ser. El domingo recordaremos la venida del Espíritu Santo y hoy, dada las circunstancias, toca dejarnos transformar por él desde el punto de vista personal e institucional. En otras palabras, crecer en la unidad, dialogando con total libertad, pero no como si esto fuera un parlamento sujeto al voto de la mayoría, sino desde la lógica de Jesús, de su Espíritu que podemos rastrear claramente en los diversos pasajes del Evangelio como regla de convivencia y de respuesta a los retos que estamos viviendo. Toca, por lo tanto, vivir la vigilia y la Misa de Pentecostés abriéndonos a su acción.

La beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) en un momento de oración escuchó en su interior que Jesús le decía a propósito del tema que estamos comentando: "Mi Espíritu es vida, es la fuente de la divina gracia y nunca está ocioso, de día y de noche trabaja en las almas que se me entregan, y estas almas crecen constantemente en las virtudes. Mas cuando se resisten y no se dejan hacer entonces me retiro, porque mis gracias son riquísimas para desperdiciarlas. Es muy fino el trabajo del Espíritu Santo en las almas y muy culpable el alma que lo desdeña. Cuando no corresponde a mis inspiraciones, a lo que exijo de ella, entonces me retiro, hay almas que necesitan empuje a cada paso, otras que corren y vuelan, más a medida de su correspondencia avanzan, subiendo siempre hasta los grados que les tengo destinados. Vigila y escucha mi voz, mas ya sabes que para entenderme necesitas unos oídos dispuestos, un total vacío de ti misma y el espíritu constante de sacrificio”[1]. De lo anterior y, sobre todo, hablando de la unidad, surgen tres puntos:

  1. El Espíritu Santo trabaja de día y de noche. Es el primer interesado en que vayamos dando pasos; sin embargo, respeta nuestra libertad. Si queremos que la Iglesia continúe fortaleciéndose es del todo necesario dejar de resistirse a la acción del Espíritu de Jesús, porque oponerse a lo que nos quiere dar es la causa principal de todas las crisis.
  2. Toca escuchar la voz de Dios, estar atentos y hoy nos pide que hagamos sinergia, que trabajemos en red con los diversos sectores de la Iglesia.
  3. Tenemos que vaciarnos de las ideologías que tanto daño hacen para dar paso a Jesús que nos regresa a lo esencial y, desde ahí, ser una Iglesia más coherente.

En Pentecostés, la variedad de lenguas no fue un obstáculo o motivo de ruptura, sino un verdadero equilibrio e integración que hoy podemos captar en el hecho de que la Iglesia esté en los cinco continentes. Dejemos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, que nos libere y ayude a crecer en la fe. Busquemos que Pentecostés no sea un domingo más, sino una petición para que llegue a nuestro interior y, desde ahí, como miembros de la Iglesia, trabajemos por la nueva evangelización.

Buscar al Espíritu Santo es, por lo tanto, el primer paso de todo ajuste, de toda reforma y eso se consigue a través de la oración, los sacramentos, las buenas obras, etc. Lo anterior, desde la óptica del Evangelio que es el manual o estatuto de nuestra vida. Dejemos, por lo tanto, todo lo que no viene de la unidad y así pongamos manos a la obra y sigamos construyendo espacios en los que las personas puedan crecer integralmente y, cuando decimos esto, nos referimos o subrayamos la importancia de proponer a Jesús como el eje transversal de todas las demás áreas de nuestra persona entendiendo que un Cristo sin Iglesia se vuelve un mensaje fragmentado que divide y se opone al proyecto que vino a realizar y que nos pide llevar a la práctica. Jesús es el fundador de la Iglesia y, si de verdad lo queremos, no podemos sino permanecer en ella. Como decía Santa Teresa de Ávila en el último periodo de su vida: «Al final, Señor, muero hija de la Iglesia».

[1]Extracto de una carta al Excmo. Sr. Dn. Leopoldo Ruiz y Flores, junio 23, 1904

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