Viernes, 01 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Reflexionando sobre la realidad eclesial

En búsqueda de la «gran esperanza» BXVI

por La divina proporción

En el mensaje de Benedicto XVI a los jóvenes del mundo con ocasión de la xxiv jornada mundial de la juventud 2009, el actual Papa emérito nos habla sobre la necesidad de la esperanza para que la nueva evangelización dé sus los frutos que esperamos. Creo interesante repasar un par de párrafos de este mensaje, porque nos daremos cuenta de que la crisis eclesial parte de la falta de esperanza que nos aqueja:

La experiencia demuestra que las cualidades personales y los bienes materiales no son suficientes para asegurar esa esperanza que el ánimo humano busca constantemente. Como he escrito en la citada Encíclica Spe salvi, la política, la ciencia, la técnica, la economía o cualquier otro recurso material por sí solos no son suficientes para ofrecer la gran esperanza a la que todos aspiramos. Esta esperanza «sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar» (n. 31). Por eso, una de las consecuencias principales del olvido de Dios es la desorientación que caracteriza nuestras sociedades, que se manifiesta en la soledad y la violencia, en la insatisfacción y en la pérdida de confianza, llegando incluso a la desesperación. Fuerte y clara es la llamada que nos llega de la Palabra de Dios: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien» (Jr 17,5-6).

La crisis de esperanza afecta más fácilmente a las nuevas generaciones que, en contextos socio-culturales faltos de certezas, de valores y puntos de referencia sólidos, tienen que afrontar dificultades que parecen superiores a sus fuerzas. […] A pesar de todo, incluso en aquellos que se encuentran en situaciones penosas por haber seguido los consejos de «malos maestros», no se apaga el deseo del verdadero amor y de la auténtica felicidad. Pero ¿cómo anunciar la esperanza a estos jóvenes? Sabemos que el ser humano encuentra su verdadera realización sólo en Dios. Por tanto, el primer compromiso que nos atañe a todos es el de una nueva evangelización, que ayude a las nuevas generaciones a descubrir el rostro auténtico de Dios, que es Amor. A vosotros, queridos jóvenes, que buscáis una esperanza firme, os digo las mismas palabras que san Pablo dirigía a los cristianos perseguidos en la Roma de entonces: «El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13). Durante este año jubilar dedicado al Apóstol de las gentes, con ocasión del segundo milenio de su nacimiento, aprendamos de él a ser testigos creíbles de la esperanza cristiana.

Vivimos en una sociedad que pone sus esperanzas en el propio ser humano a través de la política, la técnica y el omnipresente márketing. ¿Qué espacio tiene Dios para ofrecernos esperanza? Poco o nulo. La religión queda limitada al contexto socio-cultura, ya que nadie piensa hoy en día en la trascendencia mística de lo que somos, vivimos y hacemos. La trascendencia queda reducida a una visión centrada en la solidaridad y el buenismo. Pero nada de esto nos reporta verdadera esperanza. Hacer algo bueno no nos acerca a Dios por sí mismo. Que un ingeniero de obras públicas haga una gran presa para dar agua a miles  de personas no le acerca a Dios por sí misma. El bien es la consecuencia de acercarnos a Dios, no una herramienta para justificarnos y sentirnos bien con nosotros mismos.

¿Cómo ser testigos creíbles de la Esperanza cristiana? Desde luego no lo somos cuando nos dedicamos a trazar fronteras entre nosotros mismos. Tampoco somos buenos testigos de la Esperanza cristiana cuando nos maltratamos y nos menospreciamos unos a otros. Hace un par de domingos, tras la misa,  se le permitió a una persona a promocionar uno de los cientos de guetos católicos actuales. Este pobre hermano intentó hacernos entender que si no nos uníamos a su gueto, no podríamos se cristianos ni disfrutar la esperanza alguna. La verdad es que se le veía quemado, ya que seguramente no era la primera vez que lo intentaba y seguramente con pocos frutos. Escuchándolo me preguntaba a mí mismo la necesidad de tener que “ir” a otra realidad para recibir una promesa que en el cristianismo es universal. Sin duda, esta persona haría mejor su papel de testigo de la Esperanza si se quedase en nuestra comunidad eclesial sembrando la Palabra de Dios. Es más, no hace falta “ir” a un local a una hora determinada a escuchar lo que nos vayan a decir. La Esperanza se siembre en el momento en que se es testigo, es decir, es todo momento y en cualquier lugar.

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