Jueves, 02 de mayo de 2024

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El mal genio del P. Pío de Pietrelcina.

El mal genio del P. Pío de Pietrelcina.

por Duc in altum!

Nadie se alarme. No se trata de un artículo en contra del P. Pío de Pietrelcina (1887-1968). Sin duda, uno de los más grandes santos de la historia de la Iglesia. Entonces, ¿por qué hablar de su mal genio? Precisamente para evitar romantizar la santidad. Existen dos lecturas equivocadas sobre el punto que estamos tratando. Una es la de creer que los santos son como las gárgolas de Notre Dame; es decir, estáticas, inanimadas y la otra es la de imaginarlos en un mundo color de rosa con una sonrisa forzada mientras saltan alegremente por el campo. Pues ni una cosa ni la otra. Y para ello el P. Pío nos sirve de ejemplo. Circula en redes un video suyo en blanco y negro en el que aparece regañando fuertemente a una multitud agolpada en la iglesia. El ceño fruncido y los ademanes dejan claro que tenía mal genio, pero es que seguir a Jesús no nos quita el lado humano. Incluso él mismo monto en cólera y expulsó a los vendedores que se habían apropiado del templo. Esto no quiere decir que debamos tener mal modo con las personas, pero lo que si debemos considerar es que la santidad implica el proceso de toda una vida. El P. Pío tuvo que lidiar con su mal carácter y lo hizo muy bien porque convirtió la energía de sus arranques en el potencial que le permitió pasar muchas horas confesando o impulsando la fundación del hospital que dejó como legado.

La santidad no es una cosa dulzona, en línea recta, sino una aventura que vale la pena vivir al lado de Jesús. Resuenan las palabras de León Bloy (1846-1917): “La única verdadera tristeza, el único verdadero fracaso, la única gran tragedia en la vida es no llegar a ser santo”. Y aquí no hablamos solamente de los santos que han sido oficialmente reconocidos; esto es, canónicamente, sino también de aquellos que nos resultan anónimos pero que existieron y dieron testimonio de que Dios trabaja en cada uno si libremente nos abrimos a la acción de su Espíritu Santo.

El P. Pío no la tuvo fácil. El contexto en el que desarrolló su apostolado estaba rodeado de personas con muy escasa formación lo que, muchas veces, provocaba que se aferraran a ideas o costumbres contrarias a la fe e incluso desprovistas de sentido común. Por esta razón, les tenía que hablar fuerte, poner orden y saber mantener el equilibrio entre decir cosas duras y, al mismo tiempo, ayudarles a experimentar el abrazo de la vuelta a casa. Es verdad que su cara tosca “de pocos amigos” no le ayudaba pero con todo y eso, se dejó hacer por Jesús y logró tener detalles de cercanía; especialmente, con los más necesitados tanto desde el punto de vista material como espiritual. Vemos, por lo tanto, una evolución de su personalidad hacia una mejor versión. No dejó de tener mal genio pero aprendió a encauzarlo y eso nos debe animar a todos nosotros en medio de la variedad de defectos y limitaciones que tengamos. San Pío de Pietrelcina no es un santo dulzón, tampoco un fanático, sino un hombre de verdad que supo vivir a tope su misión. Por eso nos inspira a llevar con alegría y buen sentido del humor la cruz de cada día.

La santidad es, por lo tanto, el proyecto principal de la vida. Lleva a la felicidad aún en medio de las crisis del camino porque viene de Dios. P. Pío, ruega por nosotros.

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