¡Comulgar a Cristo!
por Sólo Dios basta
Entramos en la Semana Santa y la mirada se dirige a las grandes celebraciones de estos días. Lo más impresionante es meternos en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo que nos abre las puertas del cielo. Su Sangre derramada para el perdón de los pecados nos limpia y nos alimenta. Es algo muy importante que muchas veces pasa desapercibido. No sólo comulgamos el Cuerpo de Cristo, sino también su Sangre. Todo un Dios, hecho carne, entra en nuestro cuerpo cada vez que comulgamos. De ahí que debemos estar en gracia, saber lo que hacemos y a quien recibimos. Con sumo respeto, sin miedos al contagio, y llenos de fe viva debemos ir a comulgar. Es tan sublime… ¿Puede haber algo que supere este momento? Dios viene a mi corazón y tengo que estar preparado. Sólo así puedo acoger las gracias que manan de la presencia de Cristo Jesús en el pan que se convierte en su Cuerpo y en el vino que llega a ser su Sangre.
Si nos acercamos a los santos, vamos a encontrar siempre una vida que gira en torno a Dios y a la eucaristía. El momento de la comunión es crucial. Dios mismo entra en el cuerpo, sana, fortalece y santifica. A veces, no siempre, suceden hechos extraordinarios. No son casos aislados, sino frecuentes en la vida de aquellos que reciben gracias místicas singulares sobre las que se apoyan para crecer en amor a Jesús Eucaristía. El que comulga y vive de una manera especial la presencia real de Cristo en la eucaristía puede además dar luz a los demás que buscamos un encuentro también transformador. La comunión puede cambiar la manera de vivir porque uno se descubre envuelto, lleno y desbordado por el amor de Dios.
Algunas de las experiencias místicas que tiene Santa Teresa suceden en momentos de comunión, muchas de ellas las describe a lo largo de sus obras. Además parte de sus escritos brotan del fruto de la presencia viva y real de Dios en su interior. Por eso es importante que después de comulgar hagamos silencio dentro de nosotros. Sino perdemos todo. Dios viene a nosotros y no le hacemos caso. Si de verdad dejamos a Dios obrar en nuestro corazón cuando hemos comulgado, nuestra vida va a cambiar en gran medida. Toda la fuerza, luz y amor de Dios dentro de nosotros para que nos dejemos transformar por Él. ¡Preparemos nuestro corazón! ¡Comulguemos con toda consciencia! ¡Abandonémonos en Cristo vivo! ¡Entonces nuestra vida dará un vuelco sorprendente! ¡Seguro!
Acercarnos a Santa Teresa de Jesús es gozar en vivo de este gran misterio eucarístico que le marca de por vida. Vive la comunión a fondo, en plenitud, enteramente abierta a la gracia que recibe cada vez que comulga. Eso le transforma por completo. A veces necesitamos algo que nos descoloque totalmente para centrarnos de nuevo y emprender un nuevo modo de caminar día a día. Para ello nos puede ayudar mucho recordar lo que experimenta la mística doctora el 8 de abril de 1571 en Salamanca:
“El día de Ramos, acabando de comulgar, quedé con gran suspensión, de manera que aun no podía pasar la Forma, y teniéndomela en la boca verdaderamente me pareció, cuando torné un poco en mí, que toda la boca se me había henchido de sangre; y parecíame estar también el rostro y toda yo cubierta de ella, como que entonces acabara de derramarla el Señor. Me parece estaba caliente, y era excesiva la suavidad que entonces sentía, y díjome el Señor: «Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia. Yo la derramé con muchos dolores, y gózasla tú con tan gran deleite como ves; bien te pago el convite que me hacías este día».
Esto dijo porque ha más de treinta años que yo comulgaba este día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar al Señor; porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, después de tan gran recibimiento, dejarle ir a comer tan lejos, y hacía yo cuenta de que se quedase conmigo, y harto en mala posada, según ahora veo; y así hacía unas consideraciones bobas y debíalas admitir el Señor; porque ésta es de las visiones que yo tengo por muy ciertas, y así para la comunión me ha quedado aprovechamiento.
Antes de esto había estado, creo tres días, con aquella gran pena que traigo más unas veces que otras, de que estoy ausente de Dios, y estos días había sido bien grande, que parecía no lo podía sufrir; y habiendo estado así harto fatigada, vi que era tarde para hacer colación y no podía y, a causa de los vómitos, háceme mucha flaqueza no la hacer un rato antes, y así con harta fuerza puse el pan delante para hacérmela para comerlo, y luego se me representó allí Cristo, y parecíame que me partía del pan y me lo iba a poner en la boca, y díjome: «Come, hija, y pasa como pudieres; pésame de lo que padeces, mas esto te conviene ahora».
Quedé quitada aquella pena y consolada, porque verdaderamente me pareció se estaba conmigo, y todo otro día, y con esto se satisface el deseo por entonces.
Esto decir «pésame» me hizo reparar, porque ya no me parece puede tener pena de nada” (Relación 26).
¡Esto es tener a Cristo dentro de uno! ¡Así se demuestra que es ciertamente Cristo el que entra en nuestro cuerpo! ¡Cuerpo y Sangre! ¡No son símbolos! ¡Es pura realidad! ¡Dios mismo! ¡Cristo! ¡Verdadero Dios! ¡Y verdadero hombre! ¡La Sangre caliente! ¡El Cuerpo entregado! ¡Es Jesús Eucaristía!
¡Comienza la Semana Santa! ¡Domingo de Ramos! ¡Hospedemos a Cristo! ¡Preparemos el corazón! ¡Limpiemos el alma! ¡Dejémonos sorprender por el Amor hecho carne! ¡Escuchemos en silencio! ¡Alejémonos de los ruidos! ¡Entremos en nuestro corazón!
Volvamos a repetir en lo más hondo de nuestro ser las palabras de Cristo a Santa Teresa. Hagámoslas nuestras. Recordémoslas siempre que vayamos a la eucaristía:
«Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia. Yo la derramé con muchos dolores, y gózasla tú con tan gran deleite como ves; bien te pago el convite que me hacías este día».
«Come, hija, y pasa como pudieres; pésame de lo que padeces, mas esto te conviene ahora».
¡Que la Sangre de Cristo nos aproveche! ¡Que el Cuerpo de Cristo nos ayude a pasar por donde no podemos! ¡Que seamos conscientes de lo que es en sí mismo algo tan desbordante, trascendental y único en nuestras vidas!: ¡Comulgar a Cristo!