Jueves, 25 de abril de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelios

Ni una í…

por La divina proporción


El Catecismo de la Iglesia nos indica cual es el sentido del fragmento del Evangelio que hoy se lee en la Liturgia.

Al comienzo del Sermón de la Montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento”…

Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente… El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (Gal 4,4). En Jesús la Ley ya no aparece gravada en tablas de piedra sino “en el fondo del corazón” (Jr 31,33) del Siervo, quien, por “aportar fielmente el derecho” (Is 42,3), se ha convertido en “la Alianza del pueblo” (Is 42,6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo “la maldición de la Ley” (Gal 3,13) en la que habían incurrido los que no “practican todos los preceptos de la Ley” (Gal 3,10) porque, ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza” (Heb 9,15)…

Jesús “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mt 7,29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en Él se hace oír de nuevo en el monte de las Bienaventuranzas: Esta palabra n o revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: “Habéis oído también que se dijo a los antepasados,… pero yo os digo” (Mt 5,33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas “tradiciones humanas” (Mc 7,8) de los fariseos que “anulan la Palabra de Dios” (Mc 7,13).
(Catecismo de la Iglesia Católica. 577-581)

Los seres humanos somos limitados por naturaleza y este límite nos empuja a simplificar todo y ajustarlo a modelos que tenemos en nuestras cabezas. Estos modelos se convierten en ideologías, cuando se propagan y se establecen como elementos para etiquetarnos, ayudarnos o despreciarnos entre nosotros mismos. En todo caso, siempre estamos ajustando, adaptando e imponiéndonos, formas de entender y vivir la vida. Esto ha pasado siempre y actualmente sigue pasando. Entre los católicos pasa lo mismo. Cogemos una serie trozos del Evangelio y creamos un modelo según nuestra forma de pensar o razonar. Pero, interesadamente olvidamos todo el resto de los Evangelios y Sagradas Escrituras.

Es fácil y cómodo, poner la ley escrita por encima de Dios mismo. Hay que tener cuidado porque a veces idolatramos sin darnos cuenta.

De igual forma, hay quienes asimilan "la ley" al modo en que los fariseos la utilizaban, llegando a la conclusión de que hay que abolir toda ley para que el ser humano “sea libre”. Concierta ironía podríamos decir que sin ley seríamos libres de ser embaucados por los listos de siempre.

Cristo dejó claro que Él no había venido para abolir la ley, sino para darle cumplimiento. ¿Qué cumplimiento? Simplemente, hacer que la ley se hiciera Camino, Verdad y Vida a través de la encarnación y redención. Una ley que no se hace vida, es una ley falsa. Una ley ideológica que se impone por condicionamiento socio-políticos de poder. Tristemente, dentro de la Iglesia hay quienes reclaman que la ley civil y la ley de Dios se confundan, para dar lugar a lo que ellos esperan que sea una liberación. La historia nos cuenta que cuando los poderosos han dominado y utilizado a la Iglesia, la libertad no fue uno de los frutos de tal hibridación.

Por lo tanto, la Ley de Dios, la verdadera Ley no puede ser escrita en libros o en tratados. Lo escrito es reflejo de la Ley, pero debe ser discernido por medio de la Gracia de Dios y el Don del entendimiento. La "letra de la ley" mata, su verdadero espíritu, nos vivifica.

La Ley de Dios está inscrita en nuestro ser, nuestro corazón, y sólo cuando hagamos la Voluntad de Dios, andaremos hacia la santidad

¿Y las leyes escritas? Como toda obra humana, está bajo el peligro de la interpretación, la manipulación y la imposición. Por algo San Juan dejó claro al final de Apocalipsis que:

A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: Si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro. (Ap 22, 18-19)

Toda la Ley se cumplirá porque es Voluntad de Dios que sea así. Todo lo que se añada a ella, generará plagas, daños y sufrimiento. Todo lo que se quite hará que la salvación sea más dolorosa para todos. No olvidemos que el Evangelio es Evangelio desde la primera de las letras hasta la última de ellas.

Defender esto conlleva martirio, pero es algo que tenemos que asumir con valentía y esperanza.



 
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