Orgulloso de pertenecer a la Iglesia
El título de este artículo lo pongo sin triunfalismos pero con verdad. Me siento orgulloso de mi pertenencia a la Iglesia. Hay quien sólo es capaz de ver el cuarto de la basura y no las demás dependencias de la casa. ¿Hay alguna asociación que pueda gloriarse de haber hecho por el hombre lo que ha hecho la Iglesia? Me gustaría saber cuál. Innumerables personas buenas, honradas, dignas, que dedican parte no pequeña de su tiempo, incluso toda su vida, a trabajar gratuitamente por el Señor en acciones caritativas, sociales, catequéticas, evangelizadoras. Y esto, SIEMPRE, hasta el final de su vida.
A pesar de ello, para muchos, Cristo estorba. También la religión. De ahí que haya en el ambiente una postura no sólo anticlerical sino antirreligiosa. Hay como una apostasía general en nuestra sociedad.
A pesar de ello, para muchos, Cristo estorba. También la religión. De ahí que haya en el ambiente una postura no sólo anticlerical sino antirreligiosa. Hay como una apostasía general en nuestra sociedad.
La presencia de la Iglesia predicando la verdad del hombre y de su irrenunciable dignidad resulta molesta a quienes, por unas u otras razones, tratan de instrumentalizarlo. La Iglesia no puede callarse ante la degradación moral que se viene gestando en la legislación. Somos conscientes de que muchas veces molestamos al hablar, por lo que algunos políticos nos piden que nos callemos. Pero una Iglesia que no hable cuando esto sucede, ¿para qué sirve? ¿Es que la Iglesia tampoco puede orientar a sus fieles en cuestiones que afectan a la fe, a la moral, y a la dignidad de la persona humana? ¿Quieren amordazarla? Lo van a tener muy difícil, entre otras razones, porque la Iglesia no busca privilegios sino que defiende derechos, de ella y de los demás. Y si no los defendiese, faltaría a su deber.
Es curioso oír a muchos que están viviendo al margen de la Iglesia, manifestar su opinión sobre lo que debemos hacer y cómo debemos actuar en la Iglesia. Son muy libres de hacerlo. Agradecemos y valoramos sus consejos; lo que no admitimos es que se nos diga desde fuera cómo debemos actuar desde dentro. Estarían contentos si la Iglesia apoyase sus opciones políticas o sindicales. No puede hacerlo. Ya hemos hablado más concretamente sobre estos problemas en nuestro blog.
Aparte de esto percibimos que hay como un regusto especial, tanto por parte de algunos políticos como de algunos sectores de la misma Iglesia, en insistir constantemente en los defectos de la jerarquía. Defectos personales tenemos todos, por lo menos yo. Pero lo que no es de recibo es que grupos y personas que se consideran católicos presenten a la jerarquía como usurpadora de unos poderes que pertenecen al conjunto de los fieles; en otras palabras que presenten a la Iglesia como una sociedad democrática en la que la Jerarquía ha usurpado poderes que los fieles han de recuperar. Lo mismo que hay que recuperar los derechos del pueblo cuando han sido usurpados por algunos dirigentes políticos. Gracias a Dios que la Iglesia, fortalecida por el Espíritu, es capaz de digerirlo todo. Aunque es una pena que, pudiendo hacer tanto bien, estén impidiendo un verdadero avance de la evangelización.
No digo que estos grupos actúen con mala voluntad; más bien creo que están influenciados por una concepción democrática de la Iglesia por ser democrática la sociedad en que vivimos. No podemos concebir la Iglesia como una obra de hombres. Es obra del Espíritu y se vale de todos, de los que tienen relieve social y de los que no lo tienen, sobre todo, de quienes unen su vida a la cruz del Señor y viven con autenticidad el espíritu del Evangelio. Más que empeñarnos en que cambie la Iglesia, creo que sería más evangélico cambiar nosotros; éste es el único camino para que cambie la Iglesia, pero no en su estructura que no puede cambiar, sino en su perfección. Por ello, ha sido de los santos de quienes se ha servido siempre el Señor para cambiarla.
En cuanto a lo que enseña la Iglesia, hay quienes distinguen entre lo que dijo Jesús y lo que dice la Iglesia. Hay quienes, cuando el Papa enseña, incluso magisterialmente, sobre cuestiones doctrinales y morales, como es el caso de la posibilidad de conferir el orden sacerdotal a las mujeres, o la permisión del aborto o de la eutanasia, o la imposibilidad de un matrimonio entre homosexuales, por referirnos a algunos problemas muy de actualidad, algunos dicen que no están de acuerdo, y que respetan las opiniones del Papa, pero que no las comparten; y se quedan tan anchos. El Papa no opina en cuestiones magisteriales; enseña.
No podemos andar por la Iglesia opinando sobre la fe y moral según le parezca a cada uno. La fe y la moral de la Iglesia no se sirven a la carta, de manera que cada uno pueda escoger lo que más le plazca. O se admite totalmente la fe y la moral que enseña, o se sitúa uno fuera de la comunión eclesial.
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