El último gran milagro de "El Santo"
por Oro Fino
Devoró el libro del Padre Pío, El Santo, que este jueves ha presentado monseñor Munilla en Madrid, mientras se embarcaba en nuestra primera peregrinación organizada a San Giovanni Rotondo con motivo del 50º Aniversario de la muerte del Padre Pío. No dejó de sonreír durante todo el viaje, ni se quejó una sola vez del largo trayecto en autobús.
Acaba de regresar de allí y ya está deseando volver con la segunda que tendrá lugar del 29 de septiembre al 6 de octubre (información e inscripciones al teléf. 630 46 95 81 o al correo palomica.888@gmail.com).
Y entre tanto, su impactante testimonio me hizo derramar unas cuantas lágrimas mientras lo leía, autorizándome su autora a publicarlo ahora. “No tengo derecho a quejarme”, me reproché más de una vez. Y no he cambiado de opinión…
No en vano, escribe así ella:
“Por fin me he decidido a escribir mi testimonio, José María. Me ha costado mucho porque me cuesta contar mis cosas más personales de mi vida con Dios, con la Providencia, ya que cuando cuento algo mío, el que me escucha no se lo cree, se ríe o cambia de tema. Y sobre todo, escribir no lo hecho nunca. Espero hacerlo lo mejor posible, desde mi corazón.
“El 23 de noviembre, envié un whasap a tu mujer Paloma, comunicándole que me apuntaba al viaje único a San Giovanni Rotondo. Algo en mi interior me empujó a apuntarme a la Peregrinación del Gran Santo Padre Pio, siendo consciente de mi salud: no puedo comer casi nada, tengo diarreas crónicas, y debajo del ileón tengo granulomas sangrantes que me tienen que quemar cada 15 días con nitrato de plata, que duelen mucho.
“Por las tardes no suelo salir de casa, ya que estoy con el “señor Roca” cada media hora, porque yo como y no quiero que me ingresen por deshidratación más complicaciones que conlleva el llevar una ileostomía. Cuando tengo que salir por la tarde no como casi nada, y lo que disfruto... Me horroriza estar ingresada, me da pánico, me operaron nueve veces en pocos años; me cogía todos los virus del quirófano y, sobre todo, no sentía a Dios. Eso fue mi peor experiencia: no sentir a Dios, habiendo mucha gente que rezaba por mí. Me decía mi amigo el padre Arturo que al quitar los crucifijos, la capilla, los sacerdotes… yo no podía llevar mi medalla, el demonio se aprovechaba de la gente débil, sin fuerza, y andaba alrededor mía.
"Y de repente me apunté a la peregrinación. Estaba feliz y contenta. Porque quería que el Gran Santo Padre Pío me enseñara a vivir la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Ese era mi objetivo. El siguiente paso era comunicarles a mis hermanas (vivo sola y mis hermanas tienen a sus familias). Les solté la bomba de que me iba de viaje después de doce años sin salir de mi casa.
“Menuda bomba, estaban nerviosas, preocupadas y que cómo iba a ir y con quien. Al final se apuntó mi amiga Mamen, animé a toda mi familia y amigos a que se apuntaran, y Mamen fue la única que dijo: “Voy contigo”. Se apuntó en enero. Parecía que la familia estaba ya más tranquila.
“Cuando se acercaba el día del viaje, fue cuando soñé contigo y con el Padre Pío, todo contento y alegre, a abrazarme y a sonreírte. Sentí que había tomado una gran decisión porque no me iba a dejar sola en ningún momento. Y así fue, sentía al Padre Pío constantemente, a mi lado, no me dejaba sola en ningún momento.
“Cuando llegamos a San Giovanni Rotondo, por la noche, estaba tan feliz, inmensamente feliz, me tenía que pellizcar para sentir la realidad, para creérmelo y que no era un sueño. Y tan real, que de repente vi a un señor muy alto donde el gran maletero del autobús que daba vueltas y a la vez avisaba que nos iban a robar las maletas. Y eras tú, José María, más vale que me avisaron pues estaba dispuesta a defender las maletas…
“El mejor regalo de mi vida fue cuando me comunicasteis que iba a ir a la celda del Gran Santo Padre Pío… Ese día no se me olvidará nunca, estuve todo el rato al lado del Fray Carlo, porque estaba Dios con él, y me transmitía una serenidad, un gran Amor mediante Dios, que me daba mucha fuerza para seguir viviendo. Por supuesto, le veía al Gran Santo Padre Pío junto a él. Cuando entramos en la celda, sentí que invadía la intimidad del Gran Santo, sólo me senté en el borde de la cama del Gran Santo Padre Pío. No me atreví a tocar nada.
“Una vez sentada, nos pusimos a rezar, se me puso todo el cuerpo de carne de gallina, tuve a la vez mucho calor, un calor diferente, y ofrecí todos mis sufrimientos a Dios para todos vosotros del grupo, amigos, familiares, gente enferma... Noté que el Padre Pío estaba sentado a mi lado en su cama, abrazándome. Qué bonito y emotivo fue. Los demás estaban también muy emocionados, y después de aquello no lo hablamos, ni nos juntamos para comentar nuestra experiencia...
“Qué día tan bonito fue el Miércoles Santo, cuando don Manuel Orta comió con Mamen y conmigo. Había algo en mí que al padre Orta le desconcertaba y lo sabía. Empezó preguntándome por mi sordera. Entiendo que para él era algo increíble, de cómo me defendía, hablaba, que vivía sola, cómo entonaba. Yo ni me acuerdo de que soy sorda, y para los que me conocen se les olvida que soy sorda. Ya le dije al padre Orta que el mérito no era mío sino de mi madre, que fue la que me enseñó a hablar sólo con un espejo delante y a soplar, desde los dos años…
Después de comer fuimos a Misa. Al estar en primera fila, tan cerca del altar y con Cristo muerto enfrente, y el Padre Orta conmocionado por mi testimonio (yo no veo que sea para tanto mi sufrimiento), cuando tenía dolores le decía a Jesús que compartiéramos mis dolores con los que Él tuvo, que todo repartido sabe mejor, me dolía menos. Le dije a Jesús que quería compartir sus dolores de la Pasión. Nada más empezar la Misa, tuve un dolor muy agudo en mi hombro izquierdo, a la vez me pesaba mucho, creía que me iba a quedar sin hombro…
“En la Eucaristía viví la Pasión de Cristo, cómo me transmitió el Gran Santo Padre Pío, sentí todos los dolores del cuerpo y del alma. Mi cuerpo se conmovió mucho, convulsionó y mi alma estaba sufriendo con Cristo, a la vez consolaba y abrazaba a la Virgen Madre Nuestra.
“Cuando terminó la Misa, se me fue el dolor de mi hombro izquierdo y recibí un Amor infinito de Cristo. Fue tan real, tan auténtico, y el abrazo de consuelo que di a la Virgen María, Madre Nuestra… Le di gracias infinitas, a la vez que ofrecí mi cuerpo y mi alma, que hicieran ellos lo que quisieran para conseguir la Vida Eterna, para estar con Dios...
“Fue la Gran Pasión lo que pedí al Padre Pío que me enseñara. Ese para mí mi gran testimonio. El Gran Santo Padre Pío me concedió lo que le pedí. También soy un testimonio, el poder hacer la peregrinación con mi cuerpo casi destrozado por la ciencia. Para Dios nada es imposible. La fe mueve las montañas…
“José María, he intentado hacerlo lo mejor posible, expresar escribiendo... Sé que algún día estaré contigo y con tu familia celebrando esta peregrinación tan bonita que acabamos de hacer. Paz y Bien. Que Dios te bendiga y a tu familia también. Te mando muchos abrazos”.
Acaba de regresar de allí y ya está deseando volver con la segunda que tendrá lugar del 29 de septiembre al 6 de octubre (información e inscripciones al teléf. 630 46 95 81 o al correo palomica.888@gmail.com).
Y entre tanto, su impactante testimonio me hizo derramar unas cuantas lágrimas mientras lo leía, autorizándome su autora a publicarlo ahora. “No tengo derecho a quejarme”, me reproché más de una vez. Y no he cambiado de opinión…
No en vano, escribe así ella:
“Por fin me he decidido a escribir mi testimonio, José María. Me ha costado mucho porque me cuesta contar mis cosas más personales de mi vida con Dios, con la Providencia, ya que cuando cuento algo mío, el que me escucha no se lo cree, se ríe o cambia de tema. Y sobre todo, escribir no lo hecho nunca. Espero hacerlo lo mejor posible, desde mi corazón.
“El 23 de noviembre, envié un whasap a tu mujer Paloma, comunicándole que me apuntaba al viaje único a San Giovanni Rotondo. Algo en mi interior me empujó a apuntarme a la Peregrinación del Gran Santo Padre Pio, siendo consciente de mi salud: no puedo comer casi nada, tengo diarreas crónicas, y debajo del ileón tengo granulomas sangrantes que me tienen que quemar cada 15 días con nitrato de plata, que duelen mucho.
“Por las tardes no suelo salir de casa, ya que estoy con el “señor Roca” cada media hora, porque yo como y no quiero que me ingresen por deshidratación más complicaciones que conlleva el llevar una ileostomía. Cuando tengo que salir por la tarde no como casi nada, y lo que disfruto... Me horroriza estar ingresada, me da pánico, me operaron nueve veces en pocos años; me cogía todos los virus del quirófano y, sobre todo, no sentía a Dios. Eso fue mi peor experiencia: no sentir a Dios, habiendo mucha gente que rezaba por mí. Me decía mi amigo el padre Arturo que al quitar los crucifijos, la capilla, los sacerdotes… yo no podía llevar mi medalla, el demonio se aprovechaba de la gente débil, sin fuerza, y andaba alrededor mía.
"Y de repente me apunté a la peregrinación. Estaba feliz y contenta. Porque quería que el Gran Santo Padre Pío me enseñara a vivir la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Ese era mi objetivo. El siguiente paso era comunicarles a mis hermanas (vivo sola y mis hermanas tienen a sus familias). Les solté la bomba de que me iba de viaje después de doce años sin salir de mi casa.
“Menuda bomba, estaban nerviosas, preocupadas y que cómo iba a ir y con quien. Al final se apuntó mi amiga Mamen, animé a toda mi familia y amigos a que se apuntaran, y Mamen fue la única que dijo: “Voy contigo”. Se apuntó en enero. Parecía que la familia estaba ya más tranquila.
“Cuando se acercaba el día del viaje, fue cuando soñé contigo y con el Padre Pío, todo contento y alegre, a abrazarme y a sonreírte. Sentí que había tomado una gran decisión porque no me iba a dejar sola en ningún momento. Y así fue, sentía al Padre Pío constantemente, a mi lado, no me dejaba sola en ningún momento.
“Cuando llegamos a San Giovanni Rotondo, por la noche, estaba tan feliz, inmensamente feliz, me tenía que pellizcar para sentir la realidad, para creérmelo y que no era un sueño. Y tan real, que de repente vi a un señor muy alto donde el gran maletero del autobús que daba vueltas y a la vez avisaba que nos iban a robar las maletas. Y eras tú, José María, más vale que me avisaron pues estaba dispuesta a defender las maletas…
“El mejor regalo de mi vida fue cuando me comunicasteis que iba a ir a la celda del Gran Santo Padre Pío… Ese día no se me olvidará nunca, estuve todo el rato al lado del Fray Carlo, porque estaba Dios con él, y me transmitía una serenidad, un gran Amor mediante Dios, que me daba mucha fuerza para seguir viviendo. Por supuesto, le veía al Gran Santo Padre Pío junto a él. Cuando entramos en la celda, sentí que invadía la intimidad del Gran Santo, sólo me senté en el borde de la cama del Gran Santo Padre Pío. No me atreví a tocar nada.
“Una vez sentada, nos pusimos a rezar, se me puso todo el cuerpo de carne de gallina, tuve a la vez mucho calor, un calor diferente, y ofrecí todos mis sufrimientos a Dios para todos vosotros del grupo, amigos, familiares, gente enferma... Noté que el Padre Pío estaba sentado a mi lado en su cama, abrazándome. Qué bonito y emotivo fue. Los demás estaban también muy emocionados, y después de aquello no lo hablamos, ni nos juntamos para comentar nuestra experiencia...
“Qué día tan bonito fue el Miércoles Santo, cuando don Manuel Orta comió con Mamen y conmigo. Había algo en mí que al padre Orta le desconcertaba y lo sabía. Empezó preguntándome por mi sordera. Entiendo que para él era algo increíble, de cómo me defendía, hablaba, que vivía sola, cómo entonaba. Yo ni me acuerdo de que soy sorda, y para los que me conocen se les olvida que soy sorda. Ya le dije al padre Orta que el mérito no era mío sino de mi madre, que fue la que me enseñó a hablar sólo con un espejo delante y a soplar, desde los dos años…
Después de comer fuimos a Misa. Al estar en primera fila, tan cerca del altar y con Cristo muerto enfrente, y el Padre Orta conmocionado por mi testimonio (yo no veo que sea para tanto mi sufrimiento), cuando tenía dolores le decía a Jesús que compartiéramos mis dolores con los que Él tuvo, que todo repartido sabe mejor, me dolía menos. Le dije a Jesús que quería compartir sus dolores de la Pasión. Nada más empezar la Misa, tuve un dolor muy agudo en mi hombro izquierdo, a la vez me pesaba mucho, creía que me iba a quedar sin hombro…
“En la Eucaristía viví la Pasión de Cristo, cómo me transmitió el Gran Santo Padre Pío, sentí todos los dolores del cuerpo y del alma. Mi cuerpo se conmovió mucho, convulsionó y mi alma estaba sufriendo con Cristo, a la vez consolaba y abrazaba a la Virgen Madre Nuestra.
“Cuando terminó la Misa, se me fue el dolor de mi hombro izquierdo y recibí un Amor infinito de Cristo. Fue tan real, tan auténtico, y el abrazo de consuelo que di a la Virgen María, Madre Nuestra… Le di gracias infinitas, a la vez que ofrecí mi cuerpo y mi alma, que hicieran ellos lo que quisieran para conseguir la Vida Eterna, para estar con Dios...
“Fue la Gran Pasión lo que pedí al Padre Pío que me enseñara. Ese para mí mi gran testimonio. El Gran Santo Padre Pío me concedió lo que le pedí. También soy un testimonio, el poder hacer la peregrinación con mi cuerpo casi destrozado por la ciencia. Para Dios nada es imposible. La fe mueve las montañas…
“José María, he intentado hacerlo lo mejor posible, expresar escribiendo... Sé que algún día estaré contigo y con tu familia celebrando esta peregrinación tan bonita que acabamos de hacer. Paz y Bien. Que Dios te bendiga y a tu familia también. Te mando muchos abrazos”.
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