Jueves, 28 de marzo de 2024

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Sin mí no podéis hacer nada

por Creo, Señor, aumenta mi fe

“La santidad está hecha de una apertura habitual la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios. Sale de sí en alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de largos momentos o de sentimientos intensos”.

El Señor Jesús, que conocía esta realidad humana, nos donó su presencia Puso su tienda entre nosotros, nos donó su santa humanidad. Se quedó con nosotros en la Eucaristía. Nos agració con su presencia trinitaria en el bautismo. Esta presencia se alimenta con los sacramentos, la caridad fraterna y con la conciencia de ser habitados por la Santa Trinidad.

Es la vida nueva recibida en el Bautismo. De la que habla Jesús a Nicodemo, a la Samaritana y de la San Pablo y los apóstoles hablan en sus cartas. Vida Nueva más valiosa que la humana, recibida de nuestros padres. Los Mártires de todos los siglos lo manifiestan. Todos sabemos la fecha de nuestro nacimiento, pocos la de nuestro bautismo.

Por el bautismo somos la casa habitada por la Santa Trinidad. Partiendo de esa experiencia se facilita toda la vida espiritual. Por ejemplo, la oración. Santa Teresa de Jesús así lo entendió: “Entra dentro de ti mismo y dialoga con el señor que mora en ti. No tienes que andar kilómetros para buscarlo o dar gritos para que oiga”. El hermano Lorenzo de la Resurrección dice con razón, que los libros sobre la oración, en lugar de ayudarnos, nos despistan, cuando es tan sencillo encontrar a Dios dentro de nosotros mismos.

“San Juan la Cruz recomendaba «procurar andar siempre en la presencia de Dios, sea real, sea imaginaria o unitiva, de acuerdo con lo que le permitan las obras externas que esté haciendo». En el fondo, es el deseo de Dios que no puede dejar de manifestarse de alguna manera en medio de nuestra vida cotidiana: «Procure ser continuo en la oración, y en medio de los ejercicios corporales no la deje. Sea que coma, beba, hable on otros o haga cualquier cosa, siempre ande deseando a Dios y apegando a él su corazón»”.

La atención a la Santa Trinidad que mora en nosotros, no quita los ratos más intensos de intimidad. Los que se aman quieren intimidad. “No obstante, para que esto sea posible, también son necesarios algunos momentos solo para Dios, y en soledad con él. Para santa Teresa de Ávila la oración es «tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos que nos ama». Quisiera insistir que esto no es solo para pocos privilegiados, sino para todos, sino para todos, porque «porque todos tenemos necesidad de este silencio penetrado de de presencia adorada». La oración confiada es una reacción del corazón que se abre a Dios frente a frente, donde se hacen callar todos los rumores para escuchar la suave voz del Señor que resuena en el silencio”.

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