Preocupada por su santidad
Preocupada por su santidad
Buscas la alegría en torno a ti
y en el mundo.
¿No sabes que solo nace
en el fondo del corazón?
-Rabindranath Tagore-
y en el mundo.
¿No sabes que solo nace
en el fondo del corazón?
-Rabindranath Tagore-
Todos nos asombramos de la enorme actividad desarrollada por el san Juan Pablo II, actividad emanada de su intensa vida interior. Había veces que tanto trabajo se reflejaba en su evidente cansancio. Un día, una de las hermanas que trabajaba en el apartamento pontificio, vio a Juan Pablo II particularmente cansado y le comentó:
─Santo Padre, estoy preocupada por Su Santidad.
El Papa la miró y, sonriente, le dijo:
─También yo, hermana, estoy preocupado por mi santidad.
El antiguo portavoz de la Santa Sede, el español, Joaquín Navarro Valls, afirmó en numerosas ocasiones que a Juan Pablo II la alegría le salía a borbotones.
La beatificación, dijo Navarro Valls, es una confirmación de lo que ya pensaba cuando vivía a su lado, «que su vida era la de una persona que estaba siendo santa», porque «los santos, o lo son mientras viven o no lo serán nunca».
Sobre la personalidad de Juan Pablo II, Navarro Valls, comentó que recuerda sobre todo su buen humor porque, a su parecer, los santos han tenido muy buen humor. De hecho, añadió, que si dicen de un santo que no era alegre, o no era santo, o están contando mal su historia.
Un católico consecuente tiene que rodearse, a pesar de los pesares, de un aura de alegría, porque sabe que la revolución del amor comienza con una sonrisa, esa sonrisa, esa alegría que ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra.
Un católico consecuente sabe que su sonrisa embellece el mundo en que vivimos, ese mundo que, a veces, lo definimos como un valle de lágrimas.
Nos recuerda Navarro Valls que cuando Juan Pablo II fue ordenado sacerdote «ya había perdido a todas las personas a las que había podido amar en su vida». «El sufrimiento fue muy precoz en su vida», sin embargo «era una delicia trabajar con él porque el clima era optimista incluso cuando se trabajaba sobre temas difíciles y dramáticos».
Juan Pablo II, supo encarnar en sí mismo el consejo del Eclesiástico, capítulo 30: «No te dejes llevar por la tristeza, ni dejes que tus pensamientos te atormenten. Un corazón alegre es la vida del hombre y la alegría alarga la vida. Sosiega tu espíritu y consuela tu corazón; aleja de ti la tristeza, porque la tristeza ha perdido a muchos y ningún provecho se saca de ella».
Sabía el nuevo santo que la alegría y el amor son las alas de las grandes empresas y por eso se pasaba todos los días grandes ratos sumergiéndose en la fuente de la alegría: Jesucristo.
Querido Juan Pablo II, viéndote a ti, qué fácil se nos hace comprender que una persona alegre es un trocito de cielo en la tierra porque la alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro.
─Santo Padre, estoy preocupada por Su Santidad.
El Papa la miró y, sonriente, le dijo:
─También yo, hermana, estoy preocupado por mi santidad.
El antiguo portavoz de la Santa Sede, el español, Joaquín Navarro Valls, afirmó en numerosas ocasiones que a Juan Pablo II la alegría le salía a borbotones.
La beatificación, dijo Navarro Valls, es una confirmación de lo que ya pensaba cuando vivía a su lado, «que su vida era la de una persona que estaba siendo santa», porque «los santos, o lo son mientras viven o no lo serán nunca».
Sobre la personalidad de Juan Pablo II, Navarro Valls, comentó que recuerda sobre todo su buen humor porque, a su parecer, los santos han tenido muy buen humor. De hecho, añadió, que si dicen de un santo que no era alegre, o no era santo, o están contando mal su historia.
Un católico consecuente tiene que rodearse, a pesar de los pesares, de un aura de alegría, porque sabe que la revolución del amor comienza con una sonrisa, esa sonrisa, esa alegría que ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra.
Un católico consecuente sabe que su sonrisa embellece el mundo en que vivimos, ese mundo que, a veces, lo definimos como un valle de lágrimas.
Nos recuerda Navarro Valls que cuando Juan Pablo II fue ordenado sacerdote «ya había perdido a todas las personas a las que había podido amar en su vida». «El sufrimiento fue muy precoz en su vida», sin embargo «era una delicia trabajar con él porque el clima era optimista incluso cuando se trabajaba sobre temas difíciles y dramáticos».
Juan Pablo II, supo encarnar en sí mismo el consejo del Eclesiástico, capítulo 30: «No te dejes llevar por la tristeza, ni dejes que tus pensamientos te atormenten. Un corazón alegre es la vida del hombre y la alegría alarga la vida. Sosiega tu espíritu y consuela tu corazón; aleja de ti la tristeza, porque la tristeza ha perdido a muchos y ningún provecho se saca de ella».
Sabía el nuevo santo que la alegría y el amor son las alas de las grandes empresas y por eso se pasaba todos los días grandes ratos sumergiéndose en la fuente de la alegría: Jesucristo.
Querido Juan Pablo II, viéndote a ti, qué fácil se nos hace comprender que una persona alegre es un trocito de cielo en la tierra porque la alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro.
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